martes, 28 de agosto de 2012

Ratoncito Pérez



Pérez, nuestro ratoncillo particular, murió presumiblemente el 25 de agosto de 2012, en torno a la 1:00 de la madrugada. Este mus domésticus fue el tercer habitante de nuestra casa por espacio de unos días. Se trataba de un pequeño ocupa que se instaló en nuestro hogar sin mediar consentimiento alguno. Posiblemente pensó que algún niño de la casa habría perdido un diente. Pobre; nosotros no tenemos niños...
Pérez era pequeñín. Sólamente alguien tan pequeño de su especie podría trepar por las estrechas galerías de los muros, los diminutos resquicios entre ladrillos y yesos hasta llegar al lavabo del primer piso desde donde se descolgó a la cesta del secador y de ahí al suelo. Luego se quedó a vivir entre nosotros aunque nuestras vidas discurrían en universos paralelos: él era el dueño de los rincones, de las traseras de armario, de los bajos de los sillones; y nosotros de los espacios abiertos, los pasillos... Los humanos traginábamos por la casa de día mientras que su actividad ratonil se limitaba a la noche, cuando nosotros dormíamos...

Podríamos haber convivido en este universo paralelo si, trastocando las reglas ancestrales de convivencia entre roedores y hombres, no hubiéran convergido nuestros  mundos una noche de insomnio en la que Charo intentaba dormitar viendo sus series favoritas. Aquella noche tuviste la osadia de salir a tu hora y cruzar por el medio del salón... Charo saltó del sofá ante tu nocturna aparición y salió aterrada cerrando la puerta.  Subió agitada hasta el dormitorio y me raptó de un sueño profundo para pedirme (más aún: para exigirme) que bajara a liquidarte y apagara la tele que quedó encendida tras su huída despavorida.

Hacía día ya que algunos signos delataban ya presencias extrañas en la vivienda. Diminutos excrementos aparecían en los rincones. Desaparecían las migas de pan caídas descuidadamente cerca del cubo de basura... Nos dimos cuenta de que una presencia misteriosa habitaba entre nosotros. Quizás también tú eras consciente de la peligrosa existencia de "Los Otros". Quizás observaste alguna vez, desde tu rincón, los seres enormes que cruzaban inquietos por las extensas habitaciones con rituales incomprensibles. Fuiste precavido durante algún tiempo evitando encuentros con esos espectros amenazadores, pero un día te confiaste demasiado...

Quizás, en tu educación ratonil, te informaron mal sobre las verdaderas intenciones de esos gigantes extraños. Posiblemente en tu escuela para roedores te contaron cuentos preciosos sobre ratitas vanidosas o ratoncitos simpáticos y generosos que traían regalos a los niños cuando se les caía un diente... No pasaste, seguro, de la escuela infantil y perdiste la oportunidad de conocer la verdadera historia de la relación entre ratones y hombres. No pudiste alcanzar a aprender esa lección. Caíste en una sofisticada trampa en tu última morada: nuestro salón. El día anterior, poco antes de ir de viaje, compramos un pequeño arsenal de artilugios antirratones en los chinos. Cinco minutos antes de salir montamos las tres ratoneras de doble boca cebándolas con doble menú de jamón y queso.  Elegiste, como buen ratón español, el agujero del jamón serrano y dejaste el queso (quizás para el postre)...

Dos días después encontramos tu cadáver atrapado, casi partido en dos por la fuerza del resorte. Una bolsa blanca de plástico fue tu sudario y un contenedor tu ataúd.  Tras tu entierro anodino sentí crecer 10 cm mi pena, noté que aumentaba en 30 gr. mi soledad.

lunes, 27 de agosto de 2012

Placeres romanos - II



Tras una semana de calor sofocante en un pueblo de la alcarria conquense (por cierto muy  próximo a Segóbriga a donde me acerqué  pedaleando una mañana por los mismos caminos romanos que describe Teodora en su relato) , mutilados por circuntancias familiares los últimos días de vacaciones que preveíamos de playa, probamos la alternativa de regalarnos un par de días en un balneario. Elegimos uno próximo, aquí mismo, en Guadalajara. En el bonito pueblo de Trillo, con la impresionante vista de las vasijas gemelas de su central nuclear en el horizonte, nos dirigimos al antiguo balneario fundado por Carlos III. Se sabe que sus aguas ya eran utilizadas en época romana, pero es en el S. XVIII, en época de Carlos III cuando “en los tratados de las aguas termales “aparecen publicadas sus propiedades y virtudes. Éstas son conocidas desde antiguo por su utilidad para afecciones relacionadas con el sistema nervioso por su acción sedante. Se trata de aguas cloruradas sódicas, bicarbonatadas, sulfatado-cálcicas y magnésicas que emergen a una temperatura natural de 30 grados.

Nosotros acudimos allí para disfrutar relajadamente de nuestro último fin de semana vacacional. Elegimos un programa de tratamientos con el sugerente nombre de "mímate". Éste suponía el libre acceso al circuito termal (piscina activa, saunas, gimnasio, solarium) y los, para nosotros,  exóticos tratamientos de Terma Romana y Relax de lodo con Baño Termal. Unos noveles como nosotros sólo habíamos experimentado una vez el baño turco en Estambul, un baño en una piscina termal entre auténticas ruinas romanas en Pamukkale (Turquía)  y una jornada de spa (sólo piscina de hidromasajes) en Sotogrande, así que nos presentamos excitados a los tratamientos.

Ya fue una toda una sorpresa la piscina activa. Dedicamos la primera tarde a probar cada uno de sus dispositivos hidroneumáticos. Primero recorriéndolos rápidamente como un niño en el acuapark y después explorando a fondo sus posibilidades: el duro, casi violento, masaje del agua a presión del cuello de cisne, la relajante cortina de agua con una presión más leve, los pequeños puñetazos neumáticos de las camas de burbujas, los suaves besos en la piel del aire proyectado por el jacuzi...
Luego investigamos concienzudamente cada rincón de su pequeño laberinto subacuático. A lo largo de la pared del fondo se distribuían múltiples chorros de agua a presión con variada intensidad; establecidos a diversas alturas ejercían blandos masajes en las diversas partes del cuerpo: desde los pies al abdómen. Muchos bañistas pasaban largos ratos frente a un potente chorro apuntado directamente a sus barrigas propinándose un masaje contundente. Por el calibre de la tubería era mi preferido y me dirigía allí frecuentemente, no tanto para remover y amasar mi incipinete barriguilla como para, en diversos grados de contorsionismo, masajear la rodilla operada de menisco (que aún me duele y se inflama), los artríticos dedos de los pies (avasallados por un dedo gordo que los pisotea) o mis cuádriceps (ligeramente atrofiados por la fala de ejercicio) ...

La temperatura del agua, en torno a 30 grados, las luces atenuadas, los techos y paredes oscuros, los ruidos amortiguados, la ingravidez del medio acuático ...nos retrotraían al útero materno, como si de una gran placenta se tratase. Pasaba el tiempo de forma imperceptible y casi sin darnos cuenta nos llegaba la hora de la cena. Los últimos minutos éramos casi dueños absolutos del lugar y entonces uno tenía la sensación de que las potentes bombas hidráulicas y los compresores hacían un descomunal trabajo en vano para tan  pocos usuarios. ¡Qué desperdicio de energia y maquinarias para tan pocos!. Uno no puede desprenderse de su conciencia ecológica y de ahorro energético ni siqiera para relajarse.

La cena, de buffet, ofrecía abundancia de verduras y frutas, varias ofertas de pescado y carne con presentación casera y salsas algo grasas. Esa noche leí varias críticas en internet sobre ese punto y en la encuesta final de satisfacción Charo hizo mención expresa al mayor uso de la plancha frente a la sartén. Destacaba siempre la presencia de platos caseros y locales: rabo de toro, conejo al ajillo, carrillada, croquetas, salmón...  Teniendo en cuenta que parte de los usuarios correspondían al "grupo social" (jubilados, por ejemplo) estaba adecuada a las costumbres de la clientela.

El día siguiente nos presentamos a la hora indicada en el recinto de las Termas Romanas. Yo estaba intrigado por si realmente semejaba la actividad de unas termas romanas auténticas como las de Segóbriga. Intentaba recordar las diversas estancias de las termas monumentales para compararlas. En principio, carecía de palestra (patio porticado para juegos y actividades gimnásticas) y los participantes esperaban tendidos sobre unas tumbonas esperando el comienzo de nuestro turno. Primero nos hicieron pasar bajo una ducha de agua fría (pobre y rápido remedo del frigidarium) para después entrar inmediatamente en una pequeña piscina con agua caliente (caldarium)  a unos 40º. Allí permanecimos bajo luz tenue unos diez minutos. Alguien echó de menos la música, pero el calor reconfortaba el cuerpo tras el susto de la ducha. De nuevo, a la salida, otra ducha de agua (que nos pareció helada) y pasamos a la sauna seca. Quince minutos estuvimos bajo el sofoco del aire caliente chorreando sudor. Algunas de las participantes cedieron al agobio y aguantaron apenas cinco o diez minutos. Yo, más que el calor -intenso, eso sí- sufría por la difucultad de respirar y la necesidad de hacerlo por la boca, pues la nariz se me taponó casi inmediatamente. Nos animábamos mutuamente recordando que, luego, el cuerpo quedaría realmente relajado y la piel límpia de impurezas. A continuación otra ducha de contraste y pasamos a la sauna húmeda, más llevadera, donde la respiración y el sofoco eran más soportables. La sesión terminaba con una nueva ducha refrescante y la permanencia por espacio de unos quince minutos en el tepidarium o piscina templada (unos 30 ºC) donde el cuerpo quedaba finalmente sumamente relajado.  

La tarde, tras un profunda siesta, la pasamos aplicandonos intensivamente a la piscina activa, esta vez con el uso alternado de baños de sol en solarium al aire libre (que romano suena todo en los balnearios).

El último día hubimos de madrugar ligeramente. Teníamos cita para el baño de lodo a las 10:00 así que nos presentamos con algo de sueño en la cabina correspondiente. Era una sesión individual en zonas separadas por sexos. Sin audífonos me costó entender el sentido de la pequeña bolsita negra que me entregó la masajista y las instrucciones sobre sentarme en la camilla de masaje. Cuando me dejó solo unos momentos se me ocurrió abrir la bolsita y descubrí un minúsculo tanga de gasa negra con lo que deduje que debía ponérmelo. Recibí de nuevo la visita de la joven masajista sintiéndome algo ridículo de esta guisa. Ella comenzó a embadurnarme con un barro negro y caliente que extraía de un cuenco. Le pedí que me embadurnara también la cara (sigo rezando a Judas Tadeo, patrón de los imposibles, por si puede mejorarme algo esta cara que tengo). La joven mantuvo una conversación tranquilizadora para distender la posible violencia de la situación (unos minutos más y dejaría de ser violenta para pasar a ser lo contrario). Pringado completamente con el lodo negro, pasó a envolverme con un ámplio plástico arropándome a continuación con una sábana a modo de sudario. Salió dejándome así amortajado por espacio de quince minutos en los que me hubiera dormido gustoso si no fuera  porque empc a sentir picores por variada geografía de la cara. Rebozado como estaba no podía rascarme y tuve  que recurrir a poner pucheros y morros, arrugar el entrecejo, hacer buches... apenas me aliviaban pero así logré pasar esta hormigueante tortura. Por fin se   se secó el barro y cesaron algo los picores, entonces pude relajarme en la soledad de la cabina. Cuando mi profesional masajista del lodo me despojó de la doble capa eché un vistazo a mi cuerpo: lo vi negro como el de un etíope y pringaba por todas partes dejando rastros negruzcos en las sábanas extendidas a mi  paso. La amable señorita me condujo a la cabina adyacente y me ayudó a introducirme en una bañera de marmol (herencia del antiguo balneario). Allí me desprendí poco a poco del lodo adherido a mi piel y me relajé durante quince minutos. Un empleado me avisó pasado el plazo para que yo mismo me secara y vistira con mi albornoz. Parece se que este tratamiento, cumbre de la balneoterapia, se completa con un masaje relax con aceite de romero, pero la oferta "mímate" debe estar sujeta a algunos recortes, también aquí se deja sentir la crisis. Ya cubierto con el blanco albornoz pasé a la sala de relax donde me esperaba Charo, mi mujer, y otros enlodados que, ahora, tenían aspecto místico reposando en su tumbona y escuchando música con frecuencias alfa. Yo me serví un té, pues había decidido porbarlo todo... y era gratis. Quizás hubiera sido mejor un poleo... la teína es estimulante.
Completamos la mañana de nuevo con la piscina activa. Yo, por mi parte, como buen romano, me dirigí  primero al gimnasio que tenía libre acceso y nunca vimos ocupado. Allí tuve oportunidad de curiosear la variedad de apartos y máquinas que, conocidas por el cine y TV, nunca había experimentado. Las probé todas. Me sorprendió la máquina para trabajar los abductores que, en el primer movimiento, me produjo un tirón del que aún me repongo: no sabía que los tenía tan débiles. A partir de ahí elegí conjuntos de pesas más ligeros y fui progresando. Al rato se presentó el personal de mantenimiento para advertirme de que me estaba cargando los aparatos: resula que el golpeteo de descarga de las pesas, que yo creía que -por más violento- suponía un ejercicio más dinámico, acababa estropeando la máquina. Me disculpé alegando mi ignorancia y pasé a la bicicleta estática, la cinta continua, etc... Cuando me aburrí de cacharrear con los aparatos y con la camiseta empezando a empaparse de sudor me dirigí a la piscina activa a continuar jugando, esta vez en el agua. Al poco salí para probar la sauna seca de libre disposición. Aguanté quince minutos de sofoco un tanto preocupado por la soledad en que me encontraba en el  pequeño habitáculo. Tras el cristal de la puerta no divisé a tadie en todo el rato y opté por salir no fuera que me quedara encerrado... (ya había visto esa angustiosa escena en alguna película). Para refrescarme: de nuevo a la piscina.

Y esos son los placeres romanos que puede ofrecer un balneario. Hoy, un día después de terminar estas experiencias, es verdad que tengo el cuerpo relajado y lo siento descansado. No dejó de llamarme la atención la profusión de tratamientos anunciados que tenían como base alimentos: Hidratación de aceite de oliva, envolvimiento en aromas de oriente (café, cacao, canela...), tratamiento facial "Caviar Luxury", Peeling hidratante de cereales, tratamiento corporal "de pura cepa"... Me causa cierto desasosiego esta condimentación culinaria del cuerpo, me sugiere comportamientos antropofágicos. Ya de niño, me sorprendía la visión de dos rodajas de pepino sobre los ojos en las señoras o me turbaba la idea de imaginar a Cleopatra bañándose en su piscina llena de leche de burra... Tengo fírmemente grabado por la educación familiar el respeto sacrosanto a la comida. Podrán  venderme cuanto quieran los efectos antioxidantes de los polifenoles del vino, las cualidades hidratantes del aceite de oliva, las propiedades regenerativas sobre la piel del caviar... pero yo no pico: "No se juega con las cosas de comer".

domingo, 26 de agosto de 2012

Placeres romanos - I


En una ocasión, trabajando con mi alumna Teodora el Imperio Romano en 6º de Primaria y aprovechando que su clase visitaría Segóbriga, le pedí investigar un poco y hacer una redacción sobre la vida de un noble romano, ciudadano principal de la ciudad, poseedor de varias minas de speculum y campos de labor en las riberas del Cigüela. Tras una buena documentación realizó un informe muy acertado de lo que sería la diaria labor de aquel ciudadano. Así lo recuerdo y, con algunas adaptaciones de mi cosecha, os lo presento:

" Caio Iulio Silvano, procurador en Segóbriga de las minas de lapis specularis, se levantó antes de que el sol acariciara los tejados de su casa, próxima a las termas monumentales, en lo alto de la ciudad. No había llegado aún la prima hora, y debía iluminarse con lamparillas de aceite, pero ser perezoso estaba mal visto en el Imperio. Enseguida se entregó a las primeras rutinas del día: se dejó vestir rápidamente por el esclavo griego que le asistía que sólo tuvo que cubrirlo con la túnica pues era costumbre dormir con la ropa interior (subucula). El esclavo le lavó brazos y piernas mientras bostezaba (el resto del cuerpo lo reservó para las termas, acción que realizaba cada ocho días aproximadamente aunque, en el tórrido verano de la celtiberia romana, las visitaba a diario). Tomó un frugal desayuno (ientaculum) , compuesto por pan, queso, miel, dátiles y aceitunas; y se dirigió enseguida al tablinum donde dio comienzo a la salutatio de los clientes, que esperaban vestidos con la toga preceptiva. Como la mayoría de los días, ya se había formado un grupo importante que debía soportar una larga espera en el vestíbulo: allí aguardaban el reparto de órdenes, comida o dinero (sportula) que como patrono, solía realizar. La salutatio duró hasta la segunda o tercera hora. El resto de la mañana lo dedicó a sus obligaciones y negocios. Primero se dirigió al extraradio de la ciudad para visitar el almacén principal de espéculum en cuya puerta se preparaban ya los carros con los cristales serrados en origen en medidas estándar y se apilaban cuidadosamente entre paja para realizar el largo viaje. Cada día partía una comitiva de carretas escoltada por legionarios por las vías romanas que se se dirigían al este,  hacia los puertos de Carthago Nova o Tarraco. Allí eran embarcados en las naves lapidarias con destino a Roma. Debía supervisar personalmente la calidad y seguridad de los cargamentos pues la limpieza y transparencia de sus critales de yeso tenían fama en todo el imperio. Después visitaría el foro para tratar con comerciantes y delegados imperiales. Tenía concertada una entrevista con un contratista de obras para la construcción de un nuevo almacén en las proximidades de Conterbia Cábica y después organizaría con su contable la intendencia de los trabajadores y esclavos de las minas de espéculum de su propiedad, a unos quince mil pasos al Norte de la ciudad siguiendo el río. Allí, mientras callejean mirándolo con envidia y admiración los ciudadanos más pobres, pasará un buen rato rodeado de clientes y aduladores; intercambiándose mensajes de duelo, felicitación o cortesía.

Normalmente, nuestro personaje, acabaría su jornada laboral al mediodía (prandium) degustando un almuerzo frío con fruta y vino, pero esa tarde se hacía necesaria una visita a sus minas, que parecen agotarse, así que montará a caballo y recorrerá, flanqueado por su guardia de seguridad, el camino paralelo al río hasta las bocas de las galerías. El perder la siesta habitual le pondrá de mal humor y repartirá latigazos por doquier al llegar a los pozos. Su presencia y su enfado serán suficientes para que los trabajadores no se relajen y los capataces no sisen demasiado en las provisiones y pecunios enviados por el César. De vuelta visitará unos minutos una pequeña villa de su propiedad, también a orillas del río, donde se cultivan frutales, cebollas, ajos y otras verduras para sus esclavos y para el comercio local. 

Llegará un poco tarde de vuelta a la ciudad, hacia la octava hora, pero se recompensará con la visita a las termas monumentales


Sin bajarse del caballo ascenderá por la calle escalonada que da acceso a la palestra. Descabalgará ágilmente y, dejando el caballo en manos de su palafrenero, atravesará sin detenerse el patio porticado pasando directamente al vestuario donde se despojará apresuradamente de sus sandalias y su túnica y a continuación se zambullirá en la piscina central para quitarse de encima el sudor y el polvo del camino. Después pasará sucesivamente al frigidarium o sala fría, al tepidarium o sala templada, al caldarium o sala caliente y finalmente al laconicum o sauna seca. Allí dejará que su cuerpo sude copiosamente el tiempo marcado por la clepsidra y, sofocado, se arrojará sobre la pila circular para refrescarse con el agua helada. Los fuegos y hornos de las termas estarán a esas horas a pleno funcionamiento calentando los hipocaustos y repartiendo vapor y agua caliente por las diversas estancias. El puñado de sirvientes de las termas ofrecerán a nuestro procurador sus servicios de masajes y ungüentos que le dejarán relajado y listo para llegar a casa a la hora décima donde disfrutará de una copiosa cena en la que vomitará varias veces para poder regustar sus manjares favoritos y la prolongará largamente con la comissatio. Como es gran aficionado a los vinos hispanos cuyas viñas se aclimatan bien en estos suelos calizos beberá en exceso mientras espera la lllegada de la  noche en compañia de sus amigos reclinados en sus triclinios y amenizados por flautistas, cantores, mimos, bufones y bailarinas . Luego lleará la vigilia y, su cuerpo exhausto, será llevado por los esclavos cruzando el atrio hasta el lujoso cubiculum (dormitorio) donde, hace tiempo, que dormirán ya su esposa y sus hijos..."

Y esta página de un diario imaginario me da pie para comentar mi estancia en el balnerario termal de Carlos III, en Trillo, donde se puede difrutar de uno de los más apreciados placeres romanos: las termas.

Placeres romanos - I


En una ocasión, trabajando con mi alumna Teodora el Imperio Romano en 6º de Primaria y aprovechando que su clase visitaría Segóbriga, le pedí investigar un poco y hacer una redacción sobre la vida de un noble romano, ciudadano principal de la ciudad, poseedor de varias minas de speculum y campos de labor en las riberas del Cigüela. Tras una buena documentación realizó un informe muy acertado de lo que sería la diaria labor de aquel ciudadano. Así lo recuerdo y, con algunas adaptaciones de mi cosecha, os lo presento:

" Caio Iulio Silvano, procurador en Segóbriga de las minas de lapis specularis, se levantó antes de que el sol acariciara los tejados de su casa, próxima a las termas monumentales, en lo alto de la ciudad. No había llegado aún la prima hora, y debía iluminarse con lamparillas de aceite, pero ser perezoso estaba mal visto en el Imperio. Enseguida se entregó a las primeras rutinas del día: se dejó vestir rápidamente por el esclavo griego que le asistía que sólo tuvo que cubrirlo con la túnica pues era costumbre dormir con la ropa interior (subucula). El esclavo le lavó brazos y piernas mientras bostezaba (el resto del cuerpo lo reservó para las termas, acción que realizaba cada ocho días aproximadamente aunque, en el tórrido verano de la celtiberia romana, las visitaba a diario). Tomó un frugal desayuno (ientaculum) , compuesto por pan, queso, miel, dátiles y aceitunas; y se dirigió enseguida al tablinum donde dio comienzo a la salutatio de los clientes, que esperaban vestidos con la toga preceptiva. Como la mayoría de los días, ya se había formado un grupo importante que debía soportar una larga espera en el vestíbulo: allí aguardaban el reparto de órdenes, comida o dinero (sportula) que como patrono, solía realizar. La salutatio duró hasta la segunda o tercera hora. El resto de la mañana lo dedicó a sus obligaciones y negocios. Primero se dirigió al extraradio de la ciudad para visitar el almacén principal de espéculum en cuya puerta se preparaban ya los carros con los cristales serrados en origen en medidas estándar y se apilaban cuidadosamente entre paja para realizar el largo viaje. Cada día partía una comitiva de carretas escoltada por legionarios por las vías romanas que se se dirigían al este,  hacia los puertos de Carthago Nova o Tarraco. Allí eran embarcados en las naves lapidarias con destino a Roma. Debía supervisar personalmente la calidad y seguridad de los cargamentos pues la limpieza y transparencia de sus critales de yeso tenían fama en todo el imperio. Después visitaría el foro para tratar con comerciantes y delegados imperiales. Tenía concertada una entrevista con un contratista de obras para la construcción de un nuevo almacén en las proximidades de Conterbia Cábica y después organizaría con su contable la intendencia de los trabajadores y esclavos de las minas de espéculum de su propiedad, a unos quince mil pasos al Norte de la ciudad siguiendo el río. Allí, mientras callejean mirándolo con envidia y admiración los ciudadanos más pobres, pasará un buen rato rodeado de clientes y aduladores; intercambiándose mensajes de duelo, felicitación o cortesía.

Normalmente, nuestro personaje, acabaría su jornada laboral al mediodía (prandium) degustando un almuerzo frío con fruta y vino, pero esa tarde se hacía necesaria una visita a sus minas, que parecen agotarse, así que montará a caballo y recorrerá, flanqueado por su guardia de seguridad, el camino paralelo al río hasta las bocas de las galerías. El perder la siesta habitual le pondrá de mal humor y repartirá latigazos por doquier al llegar a los pozos. Su presencia y su enfado serán suficientes para que los trabajadores no se relajen y los capataces no sisen demasiado en las provisiones y pecunios enviados por el César. De vuelta visitará unos minutos una pequeña villa de su propiedad, también a orillas del río, donde se cultivan frutales, cebollas, ajos y otras verduras para sus esclavos y para el comercio local. 

Llegará un poco tarde de vuelta a la ciudad, hacia la octava hora, pero se recompensará con la visita a las termas monumentales


Sin bajarse del caballo ascenderá por la calle escalonada que da acceso a la palestra. Descabalgará ágilmente y, dejando el caballo en manos de su palafrenero, atravesará sin detenerse el patio porticado pasando directamente al vestuario donde se despojará apresuradamente de sus sandalias y su túnica y a continuación se zambullirá en la piscina central para quitarse de encima el sudor y el polvo del camino. Después pasará sucesivamente al frigidarium o sala fría, al tepidarium o sala templada, al caldarium o sala caliente y finalmente al laconicum o sauna seca. Allí dejará que su cuerpo sude copiosamente el tiempo marcado por la clepsidra y, sofocado, se arrojará sobre la pila circular para refrescarse con el agua helada. Los fuegos y hornos de las termas estarán a esas horas a pleno funcionamiento calentando los hipocaustos y repartiendo vapor y agua caliente por las diversas estancias. El puñado de sirvientes de las termas ofrecerán a nuestro procurador sus servicios de masajes y ungüentos que le dejarán relajado y listo para llegar a casa a la hora décima donde disfrutará de una copiosa cena en la que vomitará varias veces para poder regustar sus manjares favoritos y la prolongará largamente con la comissatio. Como es gran aficionado a los vinos hispanos cuyas viñas se aclimatan bien en estos suelos calizos beberá en exceso mientras espera la lllegada de la  noche en compañia de sus amigos reclinados en sus triclinios y amenizados por flautistas, cantores, mimos, bufones y bailarinas . Luego lleará la vigilia y, su cuerpo exhausto, será llevado por los esclavos cruzando el atrio hasta el lujoso cubiculum (dormitorio) donde, hace tiempo, que dormirán ya su esposa y sus hijos..."

Y esta página de un diario imaginario me da pie para comentar mi estancia en el balnerario termal de Carlos III, en Trillo, donde se puede difrutar de uno de los más apreciados placeres romanos: las termas.

jueves, 16 de agosto de 2012

Mateo 25:36

Estuve enfermo y me visitásteis...
Mateo 25:36


Estos cinco días he estado "de hospital". En una curiosa regresión etimológica del término lo que se contempla hoy día como hospital  o "lugar de auxilio a los ancianos o enfermos" retrocede ante ante mis ojos a hospitalia o "departamento de visitas foráneas" e incluso a su origen etimológico latino hospes que significa "huesped" o sea "visita". Y es que, pese a los numerosos letreros en cada planta recomendando y rogando que no haya más de dos visitantes por enfermo en la hora de visitas, la habitación compartida de mi suegro sufrió el asalto de 6 o 7 personas muchas veces y las más de 2 ó 3. Tan solo en las horas de la noche, era acompañado por la atenta presencia de una sola en la forma de hija o nieta. Esta costumbre romaní de la familia de mi mujer, record de visitantes de la 8ª planta, me incomodaba en cierto modo, más cuanto el paciente que compartía la planta (el señor Antonio) apenas recibió la visita de su hija y su nieta un par de veces el fin de semana.
Mi suegro fue ingresado de urgencia tras una aparatosa caída ocurrida al perder el conocimiento cuando se levantó para orinar hacia las 3 de la noche. Sufrió  un desvanecimiento, hasta ahora inexplicable, que le hizo perder el conocimiento y caer al suelo padeciendo los efectos de la gravedad en sus noventa kilos: golpe en la cabeza, costilla rota, hemorragia y pérdida de conocimiento de más de tres minutos.Ingresado de urgencia, en el caluroso fin de semana del 11 y 12 de agosto, permaneció en el hospital dolorido, asustado y desorientado. Esos días, una masa de aire africano sobrevoló la península. El aire, cargado de diminutas partículas de polvo blancuzco flotaba sobre el horizonte axfisiando cualquier intento de la brisa por refrescar la superficie requemada de la tierra. En el hospital de Guadalajara, en la octava planta, los marcos de aluminio de las ventanas ardían como hierros al fuego.  Las habitaciones se llenaron de ventiladores que los familiares, acarreaban desde sus domicilios para remover en lo posible el aire sofocante que se remansaba en los habitáculos... El aire acondicionado no funcionaba o apenas se sentía... pareciera que los recortes habían llegado también a esa partida (y así me lo confirmaron las propias enfermeras)... En España se multiplicaban los incendios: La Gomera, Alicante, Valdeavero... Mi suegro luchaba por recuperarse mientras se sucedían las pruebas que pudieran explicar lo sucedido. Con el costado dolorido (una mala caída de lado, quizás un golpe con el borde de la cama) y una brecha en la cabeza (un par de grapas metálicas sujetaban el epitelio en la parte posterior) permanecía sudoroso en la cama, incómodo  por la postura, la ropa, el calor... En sus ojos se reflejaba el temor y la incertidumbre. A veces desorientado, o en sueños, hablaba de los pequeños recados y aconteceres de su rutina diaria: "los tordos se comen las uvas de la parra ¡y este año está muy hermosa! hay que asustarlos en las horas que se acercan a observar, luego se van...", "Que no se nos olvide compar el pan y los pepinos..." y la familia se preocupaba de que perdiera la cabeza... Resultaba enternecedor ese afán por el día a día, por las pequeñas ilusiones del momento, por las preocupaciones cotidianas...

Rápidamente el clan familiar se movilizó. Se suspendieron vacaciones, se alteraron rutinas, se organizó la infraestructura familiar para que el cabeza de familia dispusiera de todo lo mejor y en todo momento. Llegaron las visitas. Se investigó la situación y disponibilidad de los diversos aparcamientos, se establecieron los turnos, se organizó una intendencia de emergencia: ventiladores potentes, máquina de afeitar, calzoncillos suficientes, toallas, miniTV portátil, agua mineral... Ser marido de una mujer resuelta y lúcida, padre de tres hijas, abuelo de varios nietos y una nieta; y suegro de tres cuñados da para tener una infraestructura familiar  muy sólida. Las atenciones fueron constantes, casi exageradas... Esta solícita respuesta familiar contrataba con el enfermo compañero de habitación el señor Antonio que, inválido como consecuencia de una accidente de tráfico hace muchos años (del que fue víctima, no culpable) tenía las manos y parte de los brazos paralizados, al igual que las piernas. El pobre hombre tenía problemas intestinades con la barriga hinchadísima y una dieta de ayuno casi numantina. Aguantó sin una queja estos cinco días. El hombre manejaba con sus manos muertas el móvil, su pequeño transistor y sus cascos... Pedía tímidamente ayuda para que le acercaran una pequeña botella de agua que cogía con sus entre sus manos insensibles y, con movimientos groseros, se la llevaba a los labidos... Agobiado por el calor (y evitando pedir el favor a los visitantes extraños) tomaba un buche de agua en la boca y lo expulsaba sobre sus manos para lanzarlo torpemente sobre la cara y refrescarse unos momentos... el agua derramada sobre las sábanas era un mal menor en medio del  calor de la habitación. Decenas de veces tuvimos que salir de la habitación  para que las asistentes le cambiaran de ropa o le limpiaran. El hombre no recibía visitas y, por teléfono, desanimaba a sus familiares de que le visitaran: "Yo estoy bien, no hace falta que vengáis..." . Yo intentaba imaginar qué sentía al ver el despliegue solícito y afectivo del clan de los "Cuesta", tan nerviosos, tan preocupados...
Respecto a mí, me tocó permanecer sólo con él una tarde. Intenté ser solícito y atento con Ramón, pero procurando que descansara. No intenté darle mucha conversación: los hospitales son un lugar de reposo y mi suegro debía dormir. El hombre lo intentaba pero apenas cerraba dos o tres minutos los ojos se despertaba con ligeros sobresaltos. Parecía negarse a dormir temiendo no despertar y estaba agotado. Respiraba con alguna dificultad y se quejaba frecuentemente del costado derecho, sobre todo al toser y carraspear para expulsar las flemas que una leve neumonía le empezaban a producir. Cuando insistió en moficar la incómoda postura, casi vertical, de la mitad anterior de la cama consentí incumpliendo conscientemente las rígidas normas sobre la postura a mantener, y al proponerme un paseo accedí a acompañarle por el pasillo con un andador (luego recibí las recriminaciones de dos de sus hijas). Me sentí herido ante lo que, muchas veces, me pareció rigidez, histeria y desconsideración.
En esos días fui y volví del hospital muchas veces. Atendí a mi suegra a la que acotamos las visitas para la propia y ajena tranquilidad. Fiel a su caracter la mujer anticipaba las peores situaciones posibles para la situación. Su pesimismo le llevaba a comparar y atribuir los hechos a factores hereditarios ya manifestados en antiguos familiares, le preocupaba y asustaba que su marido perdiera la cabeza... Yo le hacía ver la suerte que tuvo al estar ella presente en el trance (si hubiera ocurrido en el lejano servicio, al otro lado del patio, no se habría dado cuenta hasta mucho más tarde). También le invitaba a considerar los buenos resultados de las pruebas realizadas: la excelente analítica, los resultados normales de las placas, de los electros... Sólo alguna alteración del sueño o algunas inexplicables ausencias quedaban pendientes de valorar.

En el quinto día, tras una noche monitorizado para evaluar su respuesta durante el sueño, le fue dado el alta. Al pasar por casa para recoger a mi suegra presentaba muy buen aspecto y mostraba buen humor. El pueblo, que todo lo cura, será su lugar de convalecencia durante algunos meses. Sentado bajo la parra espantará a los tordos que quieren comerse sus uvas mientras su costilla se suelda. Y el coche, ese recinto de independencia que tanto valoran nuestros abuelos, dormirá en el garaje de Arganda hasta que alguno de los sobrinos supere la desidia de no sacarse el carnet y colabore, como todos, en los trayectos hasta el querido pueblo de Palomares: tras el incidente, a Ramón, le han prohibido conducir.

martes, 14 de agosto de 2012

No se puede respirar, está todo lleno de derrota...



Quita el fútbol, liberaliza el precio del pan y ya no tendendremos ni siquiera el binomio mágico de los césares de Roma para contentar y engañar al pueblo... porque a España le falta muy poco para estallar en una nueva crisis: la de la derrota, la del llanto.

He pasado las vacaciones asustándome a diario con noticias sobre rescates, recortes y reformas. La triple "RE" me ha perseguido hasta LesBrenet, en Suiza, donde lo que habitualmente para mí es un relajante vistazo a los periódicos se ha convertido en congoja y sobresalto diario. Se me oprimía el corazón cada mañana al ver el rostro tenso de nuestros gobernantes hablando de lo que les disgusta hacer lo que hacen, lo inesperado de lo que esperaban, lo inevitable de lo negado, lo inviable de lo prometido: ¡Pardiez, nunca vi tantas contradiciones juntas! No soporto este juego crispante de la antonimia en su discurso, no admito sus rebuscados eufemismos, su altiva soberbia... Me enfado con mis compatriotas por dar carta blanca con sus votos a este presidente que, sobre reírse del autoproclamado optimismo antropológico de su predecesor, se apunta al pesimismo conformista.

Envidia y rabia he sentido al visitar las helvéticas capitales de cantón y ver sus ciudadanos relajados, satisfechos y narcisistas. Sus habitantes se sienten seguros en su castillo de marfil financiaro, sustentado con dineros evadidos, fondos ocultos, capitales blanqueados... en este Galápagos de filibusteros de las finanzas internacionales nadie duerme mal por problemas de conciencia, entierran sus tesoros (no bajo los bancos de arena, sino bajo la arena de sus bancos) y te entregan un mapa, que sólo cada pirata puede leer... o acaso haya otros piratas más avispados, manejando bajeles de alta tecnología que descubran la existencia de aquellos tesoros y vendan su información a los gobiernos... Dice el refrán que "quién roba a un ladrón tiene cien años de perdón", pero yo no me fiaría...    Hervé Falciani, el programador que robó y facilitó miles de ficheros de evasores fiscales puede acabar en un oscuro calabozo de estas islas Galápagos actuales entregado precisamente por los gobiernos a quienes ayudó. Nuestra anfitriona en el país helvético, no dudaba en animarnos a "evadir" a Suiza  nuestros posibles ahorros (sonrío al usar el adjetivo"posibles") ante los preocupantes rumores de un corralito financiero en España. Es un hecho, al fin y alcabo, que muchos lo están haciendo ya.

Y aún no ha llegado septiembre. Porque cuando comience el nuevo curso escolar caerán a plomo sobre nuestros hombros el peso de las reformas prometidas, nos oprimirán los pulmones hasta no dejarnos respirar y España entera entrará en una apnea financiera que le llevará al colapso. El país será ingresado de urgencia en la unidad de cuidados intensivos del hospital europeo aquejado de anemia crediticia. Y ya no quedará plasma monetario alguno para transfusiones: por culpa de los recortes habrá sido privatizado.

viernes, 3 de agosto de 2012

Carta para el pequeño Adrián


Hola, pequeño Adrián.

Cuando leas esta carta serás un niño de 5 ó 6 años, no como ahora que pareces un pequeño playmobil flotado en una cápsula espacial semejando un diminuto astronauta que nos saluda con sus pequeñas manitas desde la ecografía, mientras te miramos embobados. Para ese tiempo ya sabrás leer y entenderás lo que te digo. Sabrás, seguro, muchas más cosas: estoy convencido de que ya chapurreas varios idiomas (no puede ser de otro modo con los padres políglotas que tienes), desarmarás y montarás tus pequeños juguetes ante la mirada divertida y precavida de tu padre (que sabe de curiosidades y peligros infantiles) y harás buenas migas con tus compañeros de guardería gracias a esa extraordinaria habilidad que heredaste de tu madre para estas cosas...

Quería decirte que estuve en tu casa cuando aún te faltaban cinco meses para cumplir 0 años. Tu tía Charo y yo aparecimos por allí al final de un caluroso mes de julio; tan caluroso que para llegar tuvimos que atravesar la frontera con Francia entre humo y contemplando apesadumbrados las tierras calcinadas por un pavoroso incendio. El calor en estas tierras del sur vuelve la vegetación inflamable, pues la madera seca (esto me lo enseñó tu padre) desprende etanol y el aire se emborracha de vapores incendiarios. Justo cuando nos tenían retenidos allí, en un lugar llamado La Jonquera, se reavivaron los rescoldos de aquellos fuegos y la gente se puso muy nerviosa... muchos habían oído las noticias sobre varios muertos al huir del incendio en la carretera...Varias horas de autopista después pasamos del sofocante calor al sur de los Pirineos, casi africano, a la tibieza de la verde Suiza; tan verde que, durante diez días, olvidamos los ocres y amarillos de nuestra España natal .

Llegamos allí un poco por casualidad... Tus padres nos habían invitado y, en un pronto desacostumbrado, tu tía Charo aceptó la invitación. Incluso antes pasamos por Cunit a saludar a tus abuelos y a la tía Bego, que se portaron estupendamente (y ya van dos veces) con nosotros. También vimos a tu tía Nuria, tu tío Andrea y a tu sobrino David; les sorprendimos en la playa relajándose un rato. En la cena, contra pronóstico de David, triunfó la cazuela de pescados de tu abuela contra la pizza: España 1, Italia 0. Lo siento por Andrea por la doble derrota (futbolística y gastronómica) que sufre su país en las últimas semanas.

Llegamos a tu casa guiados por la minúscula pantalla de un viejo móvil cargado con los mapas de Google, que eran gratuítos (la crisis manda). Pese a su tamaño diminuto funcionó bastante bien y nos llevó hasta la misma puerta. ¡Qué casa, Adrián: toda una casa de relojero suizo de renombre! Todos en Les Brenets conocen el edificio. La sólida construcción albergaba curiosidades y misterios. Su piedra de arenisca no es la típica caliza del lugar, tuvieron que traerla de canteras lejanas. Unos techos altos, como hechos a propósito para sosegar a tu madre de su molesta claustrofobia. Suelos de madera encajados en marquetería… Enterrados bajo el entarimado se esconden, como diminutos tesoros, pequeños zafiros escurridos de entre las precisas maquinarias de los relojes que fabricaba allí mismo su anterior dueño. En los pisos superiores vivían misteriosos personajes de extrañas costumbres, como surgidos de las mil y una noches, pero sin el encanto y refinamiento de aquellos. Fieros guardianes caninos nos acecharon cada día desde la terraza superior: ladridos y babas contra los vecinos alquilados en ese insólito oasis magrebí.

Tu pades salieron a recibirnos con los brazos abiertos y la sonrisa en la cara: ¡Qué buenos anfitriones fueron, Adrián!. Enseguida nos prepararon un relajante baño de burbujas en el "petit spa" portátil que se habían procurado para la bañera. Y después, durante 10 días, todo fueron amabilidades y cuidados. ¡Fíjate, Adrián, cambiaron el inglés, su idioma habitual para comunicarse, por el castellano, aguantando (tu padre sobre todo) la incansable charla de Charo y de tu madre y la, en menor medida, aburrida y seria charla de Jesús. Pocos, muy pocas personas, he encontrado con esa capacidad para escuchar tan pacientemente...

La verdad, Adrián, es que tuviste a tu madre bastante alterada estos días: castigabas sus mínimos excesos jugando como pequeño alquimista con sus hormonas provocándole ora cansancio, ora mal cuerpo, ora vómitos… estaba claro que la querías toda para ti. Así que, la pobre, se reconcomía de no poder acompañarnos, ni probar las delicias culinarias que preparábamos... Menos mal que tu padre (tienes un padre que es una lima, te lo digo yo), daba cuenta alegremente de todos los pecados dietéticos con que le tentábamos (luego vendrá la penitencia, le advertía tu madre).

Fue de admirar, en todos estos días, la alegría con que tu papá iba a trabajar (era el único que lo hacía y estaba fuera casi 12 horas cada jornada) y la manera en que hablaba de su trabajo, se notaba que le gustaba, ¿sabes? yo también hubiera querido ser un ingeniero ingenioso como él; es una de mis pequeñas frustraciones como no tocar un instrumento o no saber hablar en varios idiomas... curiosamente tus padres tienen todo esto y eso me daba un poquito de envidia... sólo un poquito, porque tengo otras cualidades ¡pero es que lo quiero todo! (Como mi sobrino Rubén que se pedía el kiosco entero cuando iba a comprar chuches. ¿Tú haces lo mismo ahora?).

En esa semana programada, que fue a más gracias a la insistencia de tus papás, tuvimos ocasión de conocer ese gran país que es Suiza. Tú ya hacías viajes por todo el territorio dentro de tu madre que guiaba su potente automóvil con la seguridad que da haber cogido el coche desde los catorce años y tener un padre conductor de autoescuela. El acceso a tu pueblo, embocado por dos enormes túneles que fueron en tiempos la puerta de la libertad para aquellos europeos que huían de los nacis, llegó a sernos familiar después de recorrerlos a diario varias veces. Suiza es un país de perfiles acusados. En su mayor parte no existe el horizonte pues las montañas se interponen continuamente dando la impresión de estar circulando eternamente por el fondo de un valle. Toda la gama de os verdes se conjuga en el paisaje: desde de las franjas oscuras de los abetos y las hayas hasta los brillalntes mosaicos esmeraldas de los prados. Cada poco surgen diseminadas en las laderas casitas aisladas con sus oscuros tejados en cuña. Algo acabamos sabiendo de su construcción pues observamos durante días cómo los vecinos renovaban el suyo. De vez en cuando, salpicando los claros del bosque, las vacas suizas pastaban perezosas y, a veces, se tumbaban al atardecer alertando a los lugareños de un cambio de tiempo para el día siguiente. Por la noche, en ese cielo tan cercano que tienen estas tierras elevadas, da gusto contemplar desde la mecedora de la terraza las constelaciones y la luna llena, que nos acompañó varios días o el rápido tránsito de un satélite ruso detectado gracias al experto dominio de Ivailo de los programas de su ipad. Las ciudades allí, son pequeñas y muy cuidadas; los edificios, de pocas planas, nunca llegan a ocultar el espléndido paisaje. En el país todo está perfectamente regulado: el aparcamiento, los impuestos, los horarios, el tráfico … La comida es aceptable aunque no muy original, se nutre de productos y especialidades de los países vecinos. Los supermercados están bien surtidos pero en algunos productos falta variedad: el pescado, por ejemplo, además de carísimo es poco variado siendo las percas el producto estrella al poderse pescar en sus lagos de agua dulce. La bollería es bastante buena, parecida a la francesa (con alguna creación propia de fama internacional: el famoso bollo suizo, sin ir más lejos). El surtido de quesos es completísimo (como no podía ser menos, dada la ganadería del país) aunque no pueden resistir comparación con los españoles en los de oveja y de cabra. El vino, nos cuenta tu madre es excelente, pero no llegamos a probar vinos de la zona. Acabamos echamos de menos, con cierta nostalgia, la increíble variedad de los productos españoles aunque importamos por nuestra cuenta unos deliciosos melones de piel de sapo, antojo de tu madre, que todos los días se despachaba con una o dos rodajas deliciosas. Gran parte de los que trabajan en las principales ciudades, capitales de cantón, comen rápidamente en los parques o toman algún pequeño plato en pequeños restaurantes. Tu papá, por ejemplo, se llevaba la tartera todos los días con los restos de la cena del día anterior… Esta volvía rebañada como plato de minino.

Al pasear por las ciudades suizas de Zurich, Lausan, Geneve o Berna; uno nota, cual zahorí espoleado por la crisis, que bajo el asfalto fluye a raudales el dinero entre las cámaras acorazadas de los bancos… crujen imperceptiblemente los billetes al paso de los transeúntes por sus calles acogedoras, las amplias plazas o los cuidados jardines. Casi todo el tiempo se tienen a la vista ríos y lagos (casi pequeños mares) que pueblan su territorio generosamente. El lago de Chaullex, el lago de Les Brenets por ejemplo, discurre por el fondo del valle siendo la principal atracción turística por la belleza de sus márgenes fronterizos y la espectacular cascada de Saut du Doubs . Allí fue la primera visita organizada por tu madre, nuestra anfitriona. La realizamos sobre un barco que recorre el cauce hasta cerca de la misma disfrutando entre tanto de pequeños acantilados, bosques frondosos y descubriendo sus pequeñas cuevas, antiguos refugios de contrabandistas.

También tuvimos la ocasión de acudir de una pequeña fiesta local: En el pequeño puerto fluvial de Les Brenets se juntó toda la población para comer su famosa sopa (que probamos Ivailo y yo) y las salchichas y entrecots a la parrilla. Vino, licores locales, y fuegos artificiales fue el repertorio festivo que pudimos disfrutar antes de que reclamaras la atención de tu madre obligándonos a una temprana retirada. Nos quedamos sin ver el baile y enterarnos del misterioso incidente que convocó en el muelle a 5 dotaciones de la policía y una ambulancia, algo inaudito en la tranquila localidad. Al día siguiente, fiesta nacional, tus papás nos organizaron una visita a la turística población de Interlaken. Esta ciudad, situada entre dos hermosísimos lagos, disfruta de una espectacular vista de los Alpes. Ascendimos a una montaña cercana montados un excitante trenecito alpino, tirado por cables, que nos elevó más de medio kilómetro para poder disfrutar del magnífico paisaje y de una comida en el restaurante que, colgado en la ladera, ofrece a los comensales una comida aceptable y unas vistas asombrosas de las dos vertientes lacustres.

Y serían muchas más cosas las que podría contarte de nuestra estancia en la casa de Piaget, el famoso relojero suizo, donde residían tus padres. Una casa que quizás no llegues a conocer nunca pues tus padres quieren un espacio un más cómodo para ti, para que crezcas disfrutando de una soleada terraza y una habitación propia. Posiblemente residirás cerca de Geneve y tendrás amigos más cosmopolitas, aunque la gente montañesa de Les Brenets parecía simpática y tenías una acogedora guardería justo al otro lado de la tapia.

Quizás algún día vayamos a verte. Desearíamos que hablaras un poquito de español, pues tu tía Charo y yo somos negados para los idiomas y nos encantaría hablarte y explicarte lo bien que lo pasamos en Suiza y lo amables que fueron tus padres. Y, por supuesto, te ofreceríamos nuestra casa soleada y nuestro pequeño jardín para que juegues al fútbol, o desarmes algún juguete… te sorprendería los que guardo para hacerlo yo mismo, como el pequeño ingeniero que siempre quise ser…

Así que me despido, Adrián, pequeño sobrino; al que conocimos antes de nacer. Cuando nos volvamos a ver todos seremos un poquito mayores y habrán cambiado muchas cosas… Prometo que, entre tanto,  nos acordaremos de ti  de vez en cuando.

Jesús y Charo. 4 de agosto de 2011.