martes, 22 de julio de 2014

Pequeños relatos de Ciencia Ficción - 30: La pelota.


El ambiente era impresionante. El Campeonato del Mundo de 1982 que se celebraba en España estaba constituyendo un verdadero éxito. El el estadio Bernabeu se celebraba la final entre las selecciones de Alemania e Inglaterra, los dos equipos finalistas. Apenas hacían diez minutos que  había comenzado el segundo tiempo y se mantenía un 0-0 en el marcador que rompía los nervios de los aficionados de ambos equipos. Los alemanes iniciaron un rápido contrataque que pilló por sorpresa a la selección inglesa. Sus defensas se replegaron en desorden. El delantero centro alemán dribló hábilmente al único defensa que se interponía entre sus piernas y la portería. El portero arriesgó todas sus posibilidades en una salida desesperada. El delantero alemán respondió con un potente disparo que fue a estrellarse contra la rodilla del guardameta y el balón salió disparado hacia arriba iniciando un ascenso vertical con formidable impulso. En las gradas se escuchó un desfallecido ¡Ayyy!. Los dos equipos tomaron posiciones en el área a la espera del descenso del esférico que parecía perderse sobre el cielo del estadio. Los jugdores realizaban nerviosos saltitos y amagaban cambiarse de puesto mientras esperaban el descenso del balón. Los pequeños saltos empezaron, de pronto, a parecer audaces, casi olímpicos. Una lata de cerveza llegó, inexplicablemente, hasta el centro del campo; el lanzador, antigua gloria del lanzamiento de disco, no salía de su asombro. El inglés que realizaba el precalentamiento en los márgenes del campo habia dado tres vueltas vueltas mortales en el aire al inentar un pequeño salto...
La pelota se deshinchó al llegar a los 50º  bajo cero imperantes en las capas bajas de la estratosfera, luego se sumergió en las nubes nacaradas y emergió sobre ellas bañándose por primera vez en los peligrosos rayos cósmicos que irradiaban el espacio sin protección atmosférica. 
En el estadio el árbitro reclamaba impaciente otro balón, pero cada vez que arrojaban uno nuevo al campo este ascendía sobre las gradas como globos de helio el día de las olimpiadas. Casi inmediatamente los gorros de papel de periódico, las gorras, las almohadillas comenzaron a volar. Las bufandas multicolores se empinaban sobre los cuellos de los espectadores como serpientes encantadas por un flautista imperceptible. Un grupo de hooligans ingleses invadió el campo tras un sorprendente y atrevido salto de la valla circundante. Se preparaba un tumulto. Varios jugadores alemanes fueron agredidos entre aquella marabunta de miembros ingobernables. El nerviosismo estalló entre las fuerzas del orden. Efectuaron unos disparos de advertencia con sus armas y munición de goma. Su sorpresa fue mayúscula cuando cayeron brúscamente hacia atrás golpeando sus espaldas contra el suelo. 
En Madrid, los coches volaban. En Valencia los bañistas contemplaban admirados como las olas se separaban del agua elevándose unos metros anes de caer en tromba como gigantescas cascadas en la orilla. En la granja del Tío Paco, en su Palencia natal, todas las gallinas habían echado a volar y se mantenían milagrosamente en el aire, volando como palomas. Esto le dejó tan impresionado que le empezó a doler la cabeza. Meditabundo se dispuso a subir los peldaños de la puerta de su casa para llamar al médico pero cuando apoyó el pié en el primer escalón si hizó sobre el suelo golpéndose con el dintel de la puerta. Imprevisiblemente no cayó al suelo desvanecido sino que se quedó pegado a lo alto del marco dando gritos como loco y pidiendo un sacerdote y confesión antes de morir. 
En el África Ecuatoriana, toda una tribu de pigmeos circunvalaba el planeta a 31 km/s surcando en áerea formación océanos y continentes. Algunos de ellos, creyéndose pájaros-mosca, habían perdido el juicio y piaban felices. 
En el Centro Inernacional de Estudios Gravimétricos reinaba el caos más absoluto. Científicos de batas blancas, policías y el propio presidente de la Nación yacían aplastados sobre el techo luchando por despegarse de la alta superficie. En medio de este racimo humano un policía tuvo la ingeniosa idea de disparar su arma contra la máquina antigravitatoria cuya inauguración le tocó vigilar. Apoyó firmemente sus pies contra el rincón donde se hallaba apoyado y disparó. La fuerte sacudida del retroceso le llevó a estrellarse primero contra el techo y después a caer, en el sentido clásico de la palabra, contra la consola de la máquina que empezaba a chisporrotear en ese momento. Sus 75 kg. alcanzaron los 10 m/s tras cinco metros de caída libre a gravedad normalizada. El brazo roto y las dos costillas fracturadas fueron los galardones recibidos por su heroicidad. 
En el mismo instante una tribu de pigmeos voladores inició un involuntario descenso en picado sobre el mar. En la casa del tío Paco, este chillaba como un gorrino en San Martín colgado del dintel de la puerta y pidiendo la extremaunción. En el estadio Bernabeu un atrevido espectador que saltaba con gran ligereza la valla sintió que su salto se quedaba corto y las agudas agujas de la alambrada se le clavaban en el trasero. Cinco horas después aún caían sobre coches sobre las calles y tejados de Madrid. Los hospitales estaban abarrotados de contusionados y los psiquiátricos se colapsaban con urgencias de graves trastornos disociativos: "Complejos de hombre -pájaro", "psicosis de adelgazamiento repentino", "Síndrome del ángel", "aerofobia"...
A las tres de la madrugada, en el estadio vacío y silencioso, tras el fragor de una tarde de ambulancias y desórdenes una pelota de fútbol caía estrellándose contra el césped. Botó unas cuantas veces con golpes secos antes de quedarse inmóvil, levemente pesada, muy cerca de la línea de gol, en el mismo lugar donde tuvo lugar la última jugada del accidentado final del Campeonato del Mundo de Fútbol de 1978      

1 comentario:

  1. Entrada de altos vuelos.
    Aquí todo vuela.
    Las gorras, las almohadilllas, las bufandas...
    Los coches, las gallinas, los pigmeos...
    Recordando al equipo italiano que ganó el mencionado mundial de 1982, solo puede entonar aquella melodía que decía... VOLARE...

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