domingo, 11 de octubre de 2015

Caminos de Santiago: "Camino del desastre (1ª parte): La frustración"



 Estas son unas pocas reflexiones peronales que fuí anotando mientras estuve caminando. Sólo quieren reflejar el estado de ánimo que te invade cuando una persona está al borde del abandono. Todo se le hace cuesta arriba, pero la verdad es que algunos tramos de este camino son demenciales. Sólo espero que alguien lo arrregle para futuras ocasiones.


10-6-2003 OVIEDO -AVILES 



6 de junio de 2003
LA ROBLA-LA POLA DE GORDÓN

Como Luis me va a acompañar en el fin de semana, decidimos empezar un viernes por la tarde desde un lugar lo suficientemente interesante para que sea más ameno. Nos decidimos por La Robla en el camino de León a Oviedo.
Para salir antes y no entretenerse, hoy comemos en casa de los jefes. Discutimos un poco, como siempre, sobre cosas sin importancia: por ejemplo tiestos. A las 4.35 Luis arranca el R-4 rojo; ese coche que le va a jubilar a él. “¿Para qué lo voy a cambiar si me sirve todavía?”-dice-. Y apostilla: “¡Qué bien va este coche!”
La salida de Burgos es lenta, para no variar. Hasta las 5 no cogemos la recién inaugurada autovía a León. Cuando llegamos a León descubrimos, como nos esperábamos, que la autovía se corta unos kilómetros antes de entrar en la ciudad y tenemos que atravesarla para coger la carretera hacia La Robla. En orientación norte el paisaje va cambiando lentamente y la estepa da paso a las primeras ondulaciones montañosas que se hacen más notorias cuando llegamos a nuestro destino. Aparcamos en una calle céntrica. Allí tendrá que venir Luis el domingo a recoger el coche. Yo cargo con mi abultada mochila roja último modelo (he decidido jubilar la sempiterna mochila amarilla después casi 25 años de uso indiscriminado por toda la familia. Miles y miles de horas y kilómetros a la espalda. De sudores y experiencias tenía acumuladas enormes cantidades. A veces pienso que somos unos bárbaros ¡Lo que nos pueden durar las cosas en esta familia!) Luis carga a su vez con una mochila más reducida. Casi me da envidia. Nos echamos a andar.
Hemos decidido ir hasta La Pola de Gordón (unos 9 Km). Este pequeño paseo nos servirá de entrenamiento para mañana. La tarde está cayendo y la luz crepuscular nos da en la cara. Es una sensación extraña, como si de verdad estuviéramos comenzando algo extraordinario. El camino es un agradable paseo en medio de un paisaje de montañas y cursos de agua. Como no hemos podido sellar la credencial en ningún sitio emblemático lo hacemos en el primer bar en que paramos.
Cuando el sol ya está poniéndose llegamos a La Pola. Preguntamos por una pensión que yo tenía apuntada y nos indican que no abre hasta verano, pero que podemos preguntar al dueño que vive al lado. Como no hay otra posibilidad, así lo hacemos. Un joven viendo nuestra necesidad y disculpándose por el estado en que se encuentra la pensión nos ofrece una habitación en la misma. Como peregrinos austeros, nunca somos exigentes y ahora tampoco lo somos; bien que nos habían podido negar la estancia.
Mientras la madre del joven nos hace las camas, contando con mi discreta ayuda, hablamos de lo humano y lo divino. La mujer está disgustada con la moda que viene del otro lado de las montañas de hablar bable, cuando “aquí nunca se ha hablado”.
Cenamos fuerte, muy fuerte, en un sitio que nos han indicado. Ya tarde nos vamos a la cama.


7 de junio de 2003
LA POLA DE GORDÓN - CAMPOMANES

Nos levantamos con pereza. La misma rutina: aseo rápido, preparar la mochila, proteger los pies...
Salimos en busca de un bar abierto para desayunar. Allí preguntamos por el mejor itinerario del camino de Santiago, puesto que hay dos alternativas. Nos dice que la gente suele ir por la Forcada, por “el camino de los Arrieros”. Luis decide ir por ahí. La aventura le puede.
El objetivo próximo es el pueblo de Buiza. Las señales del camino nos llevan por sitios poco transitados y por algún descuido erramos en el camino. Cuando rectificamos y llegamos al pueblo son ya las 10 de la mañana. El camino señala la Forcada de San Antón. Allí nos dirigimos. El camino es montaraz, con buenas vistas montañeras y sendero estrecho, pero resulta agradable la soledad que nos envuelve.
Unas veces siguiendo las flechas y otras dejándonos llevar por la intuición llegamos a Rodiezmo. Paramos en el bar a tomar un par de cañas de cerveza en la terraza mientras intercambiamos breves palabras con la encargada. Continuamos por carretera hasta el siguiente pueblo Pobladura de Tercia. En el centro de turismo rural paramos a descansar y a tomar algo. Dos señoritas (supongo) agradables nos atienden con generosidad. A pesar de ser pronto y estudiando las inciertas posibilidades que tenemos más adelante de avituallarnos decidimos reponer fuerzas allí: unas raciones de embutido con huevos fritos.
Sin demorarnos mucho continuamos camino pero enseguida perdemos la traza y las flechas. Con un poco de intuición y campo a través llegamos a Viadangos. Allí un señor nos explica con extrema exactitud, como recuperar la traza por caminos solitarios. Con estos contratiempos hemos olvidado la siesta; una costumbre muy aconsejable que debe de hacer todo buen peregrino.
Salimos a la N.-630 un kilómetro después de Busdongo donde hay un centro de turismo rural que puede servir de alojamiento. El cielo, hasta ahora claro y luminoso, empieza a cubrirse de un gris oscuro que no me gusta nada. Preguntamos en una gasolinera por Santa María de Arbás y el responsable no sabe que decir. No es de por aquí. Seguimos carretera y encontramos la colegiata a ¡800m. de la gasolinera! ¡Qué indolencia la del de la gasolinera! La tiene al lado y no sabe con contesta. Quizás es un ateo redomado.
Llegamos a Santa María a primera hora de la tarde. La basílica está cerrada. El hostal de enfrente también. Parece que ha dejado de ofrecer servicio. El cielo está cubierto y todo presagia que habrá tormenta. Dudamos si seguir o esperar a que pase lo que se avecina. Estando ya próximo el puerto de Pajares decidimos continuar. Yo por si acaso, saco del fondo de la mochila la capa de lluvia para tenerla más a mano.
Empieza a tronar. Los rayos caen sobre las torres de electricidad y la descarga en el suelo hace retumbar la tierra dejándome acongojado. Nunca he estado tan cerca de un rayo. A 500 metros del puerto la tormenta descarga un torrente de lluvia a plomo. Saco la capa de lluvia e intento ponérmela con rapidez. Es inútil. La tarea me lleva un minuto, suficiente para mojarme. (Siempre me ocurre lo mismo. En una tormenta nunca me da tiempo a ponerme el poncho rápido. Hay que inventar un sistema más ágil)
Entramos en el bar del puerto. Luis se cambia de camiseta, la tiene calada. Mientras tomamos algo indagamos las posibilidades de alojamiento. Son nulas. El parador de al lado, donde Luis había pernoctado en alguna ocasión no abre hasta verano. No hay posibilidades de alojamiento hasta Campomanes ¡a 20 km. por carretera! Llevamos andando desde las 8:30 de la mañana. Son las 4:30. Apenas hemos parado para comer y ¡todavía quedan 20 Km!
Fuera del bar arrecia la tormenta, pero dentro de mí la tormenta no es menor. Valoro la situación y pienso en mis pies. Si seguimos, seguro, seguro que me salen ampollas. Siempre me salen. Exceso de kilómetros... humedad...siempre hay una causa. Pero tampoco hay otra alternativa. La lluvia amaina, pero se echa una niebla bastante cerrada.
Son las 5:25 y nos ponemos en camino. A lo hecho, pecho. El camino se separa de la carretera y se mete en zonas boscosas. Luis pretende seguir esa alternativa. Después de una discusión, consigo convencerle que la posibilidad de que te atropellen por la Nacional es bastante menor de que nos perdamos por los caminos, no suficientemente señalizados con la niebla que tenemos encima.
Siguiendo carretera y caminos alternativos, hechos con más buena intención que eficacia, llegamos a Campomanes a las 9:50 (Más de 11 horas efectivas andando. Yo calculo unos 50 Km ¡Y yo que quería empezar suave! Encontramos un establecimiento de hospedaje que ocupamos sin mirar ni discutir. Me ducho rápidamente y examino las heridas de la batalla; ¡Cuatro ampollas como cuatro ollas! La única herida que presenta Luis es la del apetito.
Cenamos en “La Parrilla” Bien, pero un poco caro para mi gusto. Casi siempre vamos a los platos más modestos. Son las doce cuando apagamos la luz después de hacer una urgente cura de ampollas. El cansancio me impide dormir bien. A Luis le ocurre lo mismo. Aunque estoy un poco sordo no hago más que oír las vueltas que da en la cama. Mientras repaso el día me digo : “Otro día como este y voy directamente al hospital”.


8 de junio de 2003
CAMPO MANES-POLA DE LENA

Estoy sentado en la calle en esta nublada tarde. Estoy solo. Luis se fue en tren hasta la Robla después de comer. Allí recogerá el R-4 y a Burgos, que mañana hay que trabajar.
Hoy nos levantamos tarde. Pasadas las nueve. Eso es muy tarde para un peregrino. No había prisa. La etapa de hoy, la habíamos hecho ayer. El cielo estaba cubierto. Mirar el cielo es una de las primeras cosas que hace un peregrino cuando se levanta.. Como los hombres del campo, también dependemos de la climatología.
A Pola son 7 Km. por autovía. Por camino son casi 2 horas y media. Huyendo del asfalto el camino se empina hasta media ladera, para volver a bajar luego vertiginosamente al valle. Hay barro, y el discurrir pedestre se hace lento y atento. Las ampollas molestan mucho, pero uno ya está acostumbrado a estos inconvenientes.
Se pasa por Santa Cristina de Lena. La verdad es que impresiona la grandiosidad que puede llegar a tener una Iglesia vieja, pequeña y sencilla. Desde allí hasta Pola es un paseo por carretiles asfaltados y escasamente transitados más que por los muchos paseantes de esta mañana de domingo.
Encontramos enseguida el albergue. Al lado de la estación de trenes. Preguntamos por el horario de trenes. A las 2:15 sale uno hacia la Robla. Tenemos el tiempo justo para comer. Menú del día (6 Euros) en el Mesón Pedro sito en la plaza. El camarero del bar da la impresión de estar molesto por tener que servir comidas a la 1. Comemos, acompaño a Luis a la estación y le despido. El tren sale puntual.
Voy al albergue. No hay nadie. Me tumbo en una litera para la siesta. A la hora me levanto. Me ducho, hago la colada y me pongo a escribir la crónica del día de ayer. Cuando los pies están bien secos intento curar con sosiego las ampollas. Primero se pinchan. Si no terminan de rebajarse, las sajo (hago un pequeño corte). Luego las desinfecto con un poco de povidona yodada y las cubro y protejo hasta mañana.
Estando en esta operación entra la Policía Municipal y, amablemente, me explican el proceder habitual; normas, cuidados a tener...Como estoy solo me dejan una llave para que pueda salir.
Hechas las labores domésticas salgo a la calle, sello la credencial en la Policía Municipal y paseo buscando la traza del camino para mañana. Intento ir a misa, pero no encuentro una iglesia en las que celebren por la tarde. Me siento en un parque demasiado cementado y se me va pasando la tarde. Como no tengo hambre decido tomarme un par de cervezas y algún pincho para acompañarlas. Al final los pinchos no aparecen y con las cervezas me dirijo al albergue.
Estoy solo. Me gusta estar solo. Lo quiera uno o no, el tener hipoacusia me supone un esfuerzo extra a la hora de relacionarme. No obstante echo de menos el intercambio personal que se encuentra en la multitud del camino francés.
El saco de dormir me espera. Son las 10:45. Mañana madrugaré un poco.


9 de junio de 2003
POLA DE LENA –OVIEDO

Otra vez busco un parque para escribir. Me ha costado llegar a Oviedo. Me prometí tomármelo con tranquilidad, pero la inercia me pudo. Ni siquiera las ampollas me han impedido ir a un paso constante de entre 4 y 5 Km. por hora.
Me desperté en Pola con la claridad. Con parsimonia, pues estoy solo, preparo las cosas y me pongo en ruta. Dejo las llaves del albergue en la Policía Municipal. Hasta el próximo objetivo, Ujo, se transita por una carretera ciertamente peligrosa. No hay arcén, hay muchos autobuses y en las curvas no hay visibilidad. Hay que andar con los cinco sentidos. Son más de 6 Km. en los que acabo más que harto. Odio el asfalto.
A partir de Ujo el camino sigue la ribera del río hasta Mieres. Parece ser que ésta es la zona de paseo del sector femenino, porque está lleno de amas de casa haciendo un poco de ejercicio. Me siento un extraño con mi mochila y mis andares nada elegantes (tengo 4 ampollas)
En Mieres, como sólo he comido un café, intento tomar algo en una zona de bares. De los 8 que veo ninguno está abierto a estas horas de la mañana (es lunes). Aguardaré mejor ocasión. Esta se me presenta antes de empezar a subir el Padrón. Me echo una caña de cerveza (es buena para el ácido fólico), y un pincho de tortilla a la andorga. ¡Buenísima! Como el sol no aprieta subo con decisión el puerto y bajo hasta Olloniego. Me doy cuenta que desde que he salido todo ha sido asfalto. En el pueblo estoy tentado de comer, pero es pronto y supongo que habrá mejores oportunidades.
La oportunidad no me llega hasta Oviedo. Como perdí la traza del camino, en el primer bar que vi con menú del día, comí. Son las 4 de la tarde.
Pregunté dónde estaba el albergue y me indicaron una dirección. Como no me fío, pregunto otra vez y ahora resulta que el albergue de la C/S. Pedro Mestallón, al lado de los Dominicos, está al lado contrario. Pregunto a una tercera. Al ver que contesta con decisión y firmeza me fío de ella. Llego al albergue y está cerrado. No abre hasta las 7. Para hacer tiempo me tiro en el parque de al lado para intentar echar un poco de siesta. (Es la segunda vez que mato el tiempo en ese parque) A las 6:30 me acerco nuevamente al albergue: Me abre un señor alemán (el primer peregrino que veo). En un castellano poco fluido, pero exquisito nos conseguimos entender.
Mientras llega el hospitalero que me ha de sellar la credencial, me ducho, hago la colada y la pongo a secar en el tendedero. Salgo corriendo hacia la catedral. Quiero visitarla y entrar en la cámara Santa. Lo hago por los pelos. La última vez no lo pude hacer.
Vuelvo al albergue y charlo un poco con el alemán y un chileno. El chileno, con bigote y guitarra a cuestas, está un poco desanimado. Está dudando si dejar el camino. Yo le aumento las expectativas diciéndole que el camino mejorará con los días. Lo mejor está por venir.
Casi todas las camas del albergue están ocupadas, pero ahora mismo no hay nadie más. Ayer no cené y hoy sólo fruta (4 piezas). Reservo dos para mañana. Me voy al parque a escribir esto. No me gustan las ciudades y busco siempre la cercanía de la naturaleza. Con los últimos destellos de luz, regreso y no encuentro a nadie. Supongo vendrán más tarde


10-6-2003
OVIEDO -AVILES

Tanta prisa que tenía por llegar al albergue para descansar a pierna suelta y ahora lo tengo que hacer sentado en un banco en un mini-parque al lado de una calle con excesivo tránsito de vehículos. Hasta las 6:30 no abren, así que me pongo a escribir. En las ciudades los albergues están más reglamentados, y el horario es más constreñido.
Hoy me levanté a las 7:00. Hice un poco de ruido y supongo que molesté a los que plácidamente dormían. ¡Si éstos no hubieran venido anoche a las 12...! No sé qué harían en Oviedo un lunes hasta esa hora. Oviedo estaba despertándose. Poca gente transitando. Ayer en Pola de Lena a esa misma hora estaba media población en la calle. Mientras camino, noto que se me está formando una nueva ampolla en el talón. Otra más a la colección. Me pregunto cómo soy capaz de venir siempre al Camino de Santiago con las ampollas que me suele ofrecer de regalo.
Los últimos 10 Km. hasta Avilés son por una carretera infernal. Sin arcén, sin visibilidad. Esa tensión y el cansancio acumulado me ponen de pésimo humor y ya solo quiero llegar. Hoy es mi 5º día y estoy en plena crisis. La famosa crisis del 5º día de la que hablan los peregrinos.
Cuando ya estoy en Avilés paro a comer un menú del día. Termino y pregunto por el albergue. No saben. Supongo que todavía estoy lejos de él. Sigo las señales durante un rato. Pregunto a los viandantes. Me dicen que lo he dejado atrás. Vuelvo sobre mis pasos pateando las arregladas calles peatonales del centro urbano. Me gusta ese color rojizo de las losetas. Para sorpresa mía descubro el albergue ¡a 300 metros del bar donde comí! ¡Qué ignorancia la del personal del bar! Moraleja: siempre hay que preguntar a varias personas.
Pasadas las 6.30 el albergue está abierto. Una hospitalera un poco seria me registra en el libro, me sella y me muestra dependencias. El dormitorio es un poco oscuro, húmedo y las paredes están desconchadas. Una capa de pintura no le vendría mal. Cuando termino las labores de aseo me pongo a hablar con los responsables. Uno de ellos ha venido de Finisterre hace 3 días. Me recomienda vivamente ir, pero yo le contesto que nunca tengo tiempo. La verdad es que tampoco tengo ganas.
Salgo a dar un paseo por la ciudad. Esos paseos sin mochila son un pequeño placer. Como un bocadillo para matar el hambre y me retiro. En el albergue hay una pareja joven de ¿holandeses? No hablan castellano así que intento hacerme entender en mi nulo inglés. Apenas lo consigo. Lo vuelvo a intentar en mi escaso francés. Ellos saben tanto de francés como yo. Me voy a la cama dudando que me haya hecho entender algo. Ellos prefieran dormir en el recibidor. No les gusta el aspecto del dormitorio.


11 de junio de 2003
AVILES - SOTO DE LUÍÑA

Hoy he decidido que no llegaré a Santiago. Puedo soportar las agujetas, las ampollas, los dolores musculares, la fuerte presión sobre la espalda, las jornadas maratonianas, la sed, el hambre, la fatiga, el dolor, la falta de siesta...Pero lo que no puedo soportar es el asfalto, el tráfico pesado que no te deja ni un momento de sosiego, los caminos perdidos, los caminos cortados, los rodeos... Para no poder disfrutar ni un momento, me voy.
Que conste que el día empezó bien. Me desperté con ánimos redoblados. La traza del camino se sigue mal que bien. Aún así hay que preguntar. No me queda más remedio que ponerme el audífono. A las 7:55 estoy andando. Paro a tomar un café con leche en la cafetería Chicote (tentado estoy de preguntarle si es de Canicosa de la Sierra, pero como el camarero es un poco serio no lo hago).
Las señales del camino se pierden pronto. Decido ir por la carretera general intentando encontrar en alguno de los pueblos por los que pasa las señales nuevamente. Hasta Piedras Blancas no lo consigo. Son casi 10 Km. de carretera infernal (menos mal que tiene arcén). La traza del camino se aleja de la carretera y discurre por pequeñas aldeas hasta Santiago del Monte. Allí encuentro un poste. Indica un desvío provisional por Las Arenas. Es una subida tendida; primero por camino decente y luego la decencia se queda por el camino. Piedras y pedruscos. De repente el camino se corta en un talud. Están construyendo una autopista para el aeropuerto. Maldigo mi suerte porque son 300 metros en los que las máquinas han arrasado todo. ¿Cómo coño voy a encontrar el camino por donde seguir en este laberinto? Pienso, busco y decido volver sobre mis pasos a preguntar a alguien.
Me encuentro un matrimonio mayor. En un bable entendible me contestan indignados, que los caminos de siempre están cortados, y todo ”para hacer una carretera para los ricos, para que vayan al aeropuerto ese”. Pensé: ¡Cómo son los aldeanos! ¡Siempre protestando!. Me señalan un camino alternativo que me llevará, un poco más adelante a empalmar con la carretera general. Sigo ese camino y ¿qué me es lo que encuentro?. Las obras de la autopista. Cruzo las obras. Decido dar un rodeo y me encuentro el aeropuerto. Salgo a la carretera que va al aeropuerto. Con sorpresa compruebo el escaso tráfico que tiene. Quizás los aldeanos no estaban tan equivocados. “Carreteras para ricos”.
Después de dos horas dando vueltas como un tonto, me encuentro con la señal de desvío. ¡Estoy en el mismo sitio! Reniego de mi destino y decido ir por la carretera. Coches, camiones...sin arcén. Rendido paro a comer con contundencia en Muros de Nalón (Fréjoles y callos caseros).
Repuesto del cansancio vuelvo a andar. Las señales me guían hasta un camino impenetrable. Como no se me ocurrió que hubiera que traer machete para abrir camino decido dar un rodeo campo a través, saltando vallas y descendiendo laderas empinadas. Mis pies están a punto de reventar. A la sombra del camino, me quito las zapatillas y me tiro en el suelo a echar la siesta.
El descanso apacigua mi mal ánimo y me permite ver las cosas más fríamente. Hasta me parece hermoso el camino que transito. Como todo se acaba el camino vuelve a salir a la carretera general. Salgo nuevamente y sigo los postes de señalización. Una fuerte subida por delante. De repente un cruce triple. Ninguna señal. Estoy en medio de un bosque, la intuición aquí no vale y no es cuestión de arriesgarme por un camino equivocado. Indignado, me prometo a mi mismo dejar mañana este camino... “del demonio”. Vuelo por enésima vez, hoy, sobre mis pasos. Cojo la carretera general. Calculo lo que me queda y la hora que es y decido hacer los últimos 6 Km. por carretera. Menos mal que ésta es local y hay poco tránsito. Les ruego a mis múltiples ampollas que aguanten este último tirón.
Arrastrando los pies llego a Soto de Luíña. Son las 9:30. No he parado en todo el día más que para comer y una pequeña siesta. Me he tirado más de 11 horas de andar efectivas, para hacer 36 Km. (A 3 Km., la hora) ¡Si eso es lo que avanzo normalmente cuando voy de paseo con las manos atrás! Mis pies están desechos. Lo peor es que la etapa de mañana es aún más larga. ¿A qué hora la voy a terminar? Calculo que todo lo más que pueden aguantar mis pies son 15 Km.
¡No! Mañana abandono. Siempre se puede venir otro año. Podría hacer una práctica habitual: se coge un autobús, se avanzan unos kilómetros y sigues andando. Pero eso sería quitarle pureza al camino.
El albergue son las antiguas escuelas. En el libro de registro observo que el chileno de Oviedo pernoctó la noche anterior. “Uno que cogió el autobús”-pienso. Ceno escuetamente. Examino con dolor, mis pies. Hago alguna cura superficial y caigo en el saco agotado. Son más de las 12.


12 de junio de 2003
SOTO DE LUIÑA... - BURGOS

Me levanto con sensación de derrota. Es la primera vez que tengo que abandonar el camino. La paliza de ayer, las malas experiencias anteriores y las perspectivas que se abren hoy, pesan mucho en la cabeza. Estas cosas ocurren a veces. Si alguien me hubiera animado, quizás hubiera seguido. Pero voy sólo y solo tengo que afrontar esta “derrota”. Ahora mientras vuelvo en autobús hasta Oviedo reconozco los sitios por los que he pasado estos días, siento nostalgia.
Quizás me haya hecho las etapas más duras y aburridas. Puede ser, pero no tengo vocación de mártir. Si empecé este camino es para tener experiencias satisfactorias, algunas por lo menos. De esas que te enganchan. Esto de estar todos los días al límite es una tortura.
Resulta sintomático que las ampollas que estos días me han hecho sufrir de lo lindo, hoy parece que no las siento ¿Se estarán riendo de mi?
Otro año tendré que volver.



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