martes, 17 de mayo de 2016

El niño y la cuerda


Veo esta foto publicada por el diario El País  y me viene a la memoria el recuerdo de las vacas de mi tío Felicísimo en el pueblo de Ayuela de Valdavia en la media montaña palentina. A ellas también se las sujetaba así: se clavaba una estaca en la tierra y se la ataba una cuerda que después se anudaba a la pata de la res. Así pastaba tranquila en un radio adecuado y no se escapaba. También vi aplicar el procedimiento a alguna de las mujeres del pueblo para con sus hijos. Cuando tenía que realizar alguna tarea en el campo, que era muchas veces,  y no pudiendo dejar al niño de otra manera, le sujetaba una cuerda al pie exactamente igual que como el niño de la foto, pero con la salvedad de que era más larga y le dejaba en un prado extenso. Ella mientras tanto realizaba sus inexcusables  labores no muy lejos de allí estando al tanto en todo momento de las evoluciones del pequeño. Pero es que el niño, que conocí bien, se las traía: más de una vez se metió jugando bajo las patas de las vacas y en otra ocasión casi lo atraviesa el rastrillo de púas de una segadora que se abatió sobre él cuando soltó el perno que lo sujetaba. Así que, a los que se horrorizan de la imagen, ya les asignaba yo la obligación de cuidar niños así y terminar su interminable ración de tareas agrícolas en los tiempos de Franco.  Para su tranquilidad les diré que el niño en cuestión no presenta problemas psicológicos en la actualidad ni vio su personalidad reprimida por este sistema, para algunos escandaloso, pero no menos efectivo que una cuna, una trona, un cuarto cerrado, un patio diminuto o, simplemente un bar-guardería de los que los padres actuales son tan aficionados en estos tiempos. 
Algo mucho más espeluznante es el sistema del enterramiento en arena que algunas mujeres chinas de la pasada generación practicaban con sus hijos de pocos meses cuando tenían que trabajar y no podían recurrir a nadie para que les cuidara. El procedimiento consistía en enterrarles en arena hasta la cintura y dejarles allí durante horas mientras ellas realizaban su trabajo. Efectivamente no tenían accidente alguno, pero estudios psicológicos años después mostraron que terminaron adquiriedo una personalidad pasiva y acomodaticia: nunca presentaban problemas, apenas protestaban... mostraban los síntomas de los animales  recluidos en cautividad. 
Hoy día, sin embargo, es muy fácil indignarnos y acusar a aquellas madres de crueldad; pero no tenemos en cuenta que ellas, quizás, ya fueron educadas así: es lo que conocieron y es lo que les enseñaron a aplicar. Y, lo más terrible, posiblemente no tenían otro remedio. La vida era muy difícil y era necesario trabajar. No debemos juzgarlas a la ligera: ¿Qué haríamos nosotros en su tiempo y en su cultura? Pienso en el  pequeño con el pie sujeto de mi pueblo y lo veo aplastado por las patas de las vacas o traspasado por el peine de púas de la segadora... Creo que aquella madre eligió la vida, la que podía darle. Francamente, no me atrevo a juzgarla desde mi cómoda posición actual. ¿Tú sí?   

1 comentario:

  1. Me comentan desde mi pueblo que no era a las vacas a quién se ataba la pata a una cuerda, que era al burro... Quizás sea así, pero en mi memoria tengo una imagen de mi tío pescando cangrejos a mano mientras la vaca pastaba con la pata sujeta y un radio de unos 20 metros...

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