Portada del libro "Tratado de la inmortalidad del alma"
(1503) de Rodrigo Fernández de Santaella, fundador de la Universidad de Sevilla
Pero lo que me interesa destacar es que "Universidad" en su origen no indicaba un centro de estudios sino una agremiación o "sindicato", una asociación corporativa que protegía intereses de las personas dedicadas al oficio del saber. En el latín medieval UNIVERSITAS se empleó originariamente para designar cualquier comunidad o corporación considerada en su aspecto colectivo. Cuando se usaba en un sentido más moderno denotando un cuerpo dedicado a la enseñanza y a la educación requería la adicción de un complemento para redondear su significado "UNIVERSITAS MAGISTRORUM ET SCHOLARIUM". No fue hasta fines del siglo XIV que la palabra empezó a usarse con el significado que tiene hoy en día y el concepto del término UNIVERSITAS, con su significado actual, no llego hasta el Renacimiento.
Aclaro estos matices históricos en esta entrada porque en la Universidad Española se huele un cierto tufo regresivo, una vuelta a la agremiación, al corporativismo. Se habla mucho últimamente de "la endogamia" en la obtención de puestos en las universidades españolas (hasta el 73 %, según publicaba recientemente el periódico EL PAÍS). La calidad de nuestras universidades se resiente así gravemente. Y si el informe PISA sitúa a la Primaria española en el puesto 29 sobre los 44 países que la realizan; en el ámbito universitario es peor, pues solo una universidad, la de Barcelona, se coloca entre las 200 mejores según el ranking de Shanghai. Pero, apartándome de estos análisis en los que tengo que beber de fuentes ajenas, me voy a limitar a relatar las impresiones que dejaron en mí los años que pasé por esa institución.
La segunda mayor decepción institucional de mi vida, aparte de la mili que ocupa el lugar preferente, fue la universidad. Recuerdo que acudí a ella embargado de fervoroso respeto. Reivindicaba orgulloso mi origen palentino (Palencia fue cuna de la primera universidad de España: en el 2012 se celebró su 800 aniversario). Así que, tras un año estudiando en la UNED (Universidad Española de Educación a Distancia) las materias de la licenciatura en Psicología, empapándose con sus extensos y áridos manuales pero sin presentarme a examen alguno; opté por matricularme en el curso puente para diplomados en magisterio. Hube de hacerlo en el curso de tarde (o nocturno) ya que trabajábamos hasta las cinco y aún tardábamos 30 minutos en llegar a Somosaguas desde Alcorcón por aquellas carreteras de atascos interminables. Nada más llegar nos sentábamos en las últimas filas (no había otras disponibles con las clases ya empezadas hacía tiempo) y susurrábamos al compañero pidiéndole que nos orientara un poco sobre el contenido de lo que se impartía. Frecuentemente recibíamos, como una bofetada, la recriminación del profesor que -en un alarde de ignorancia- nos regañaba:
- No saben ustedes lo que molesta que alguien esté intentando explicar algo y se escuchen murmullos entre los oyentes...
- ¡Oh, no! ¡Claro que no! (pensábamos para nuestros adentros) ¡Sólo llevamos escuchándolos (y mucho más fuertes) durante cinco horas en nuestras clases!.
Nuestro profesorado del nocturno se repartía en una amplia gama de excelencia: los había estupendos, de esos que te enganchan y esperas sus clases con impaciencia, también los había buenos, que cumplían con su cometido con eficiencia; pero la mayoría eran mediocres y unos cuantos eran malos de remate. Recuerdo haber pasado clases enteras jugando a anticipar su lección, pues había más de uno que se limitaba a leer el manual.
Cuando salíamos, bien entrada la noche, aún teníamos que conducir como zombis hasta casa. Para no aburrirme yo elaboraba unos apuntes sintetizando lo que escuchaba. Años más tarde me informaron (en una de esas reuniones de antiguos alumnos) que adquirí reputada fama entre mis compañeros por su calidad, cosa que jamás había imaginado). Eso debió funcionar muy bien pues en ninguna etapa de mi vida tuve mejores calificaciones. Aunque, la verdad es que no creo mucho en ellas. Descubrí que muchos profesores echaban en falta en sus alumnos una buena redacción, y yo destacaba en eso: algún punto extra me cayó por esa causa. También, poco a poco, me fui convirtiendo en un experto de las pruebas objetivas o tipo test: Desde la forma de realizar la preguntas (que ya sugieren la respuesta) hasta las opciones absurdas (que amplían las probabilidades) pasando por el entrenamiento en los exámenes de años anteriores (increíblemente repetían muchísimas de las preguntas: ¡serán vagos!)... eran, además, las favoritas para los profesores (por su facilidad de corrección ¡qué cómodos!) y los alumnos (así todos ganan... ¡o pierden!).
Acabé mi carrera de Psicología con buenas notas y en plazo de tres años (el curso puente me convalidaba hasta tercero). Me hice miembro del colegio de psicólogos de Madrid durante un año y me compré una bonita Psi (el símbolo de la profesión) de plata . No me sirvió para mucho más. Y ahora, pobre de mí, apenas recuerdo aquellos contenidos que defendí brillantemente en los exámenes.
Volví a pasar por la Universidad un par de ocasiones más. Una de ellas para obtener la habilitación en Educación Física. La historia de aquel curso da juego para otra entrada que realizaré algún día. La última vez que pisé sus aulas fue para realizar un máster en Audición y Lenguaje que también merece tratarse aparte.. Sólo diré que, en ambas, la decepción fue el sentimiento predominante.
La imagen del prestigio educativo que tiene la mayoría de la gente es una pirámide en la que el catedrático reina sobre el resto de docentes bajando niveles en cada etapa de enseñanza: Universidad, Bachillerato, Primaria, E. Infantil. Después de haber pasado personalmente por todas las etapas educativas, al menos como alumno, yo tengo claro que, en materia de dedicación y empatía con el alumno, se da una pirámide invertida desde Educación Infantil: en esta primera etapa es donde más se trabaja, donde más se relacionan los dos protagonistas de la enseñanza. Pero es que además es en la que más se aprende (amigo lector, si esto te resulta extraño, te puedo asegurar que hay centenares de estudios que priman esta edad como la más importante para el aprendizaje y son infinidad las pruebas neurológicos y psicopedagógicas que lo apoyan). Algunos países como Finlandia (número uno en resultados PISA) lo reconocen expresamente y consideran a los maestros como profesionales de muchísimo prestigio. Soy testigo de la absoluta impericia, casi cercana al autismo, que pueden mostrar ciertos doctos profesores al enfrentarse a un grupo de niños; sin embargo estoy seguro de que cualquiera de las profesoras de infantil de mi cole es capaz de enfrentarse a un nutrido grupo de padres con unas tablas envidiables y seguro que sabría hacerlo también ante un grupo de sesudos catedráticos con soltura y sin aburrirles para hablarles de su día a día. Brindo por ellas.
Tiene más mérito la emotiva graduación delos niños de cinco años al terminar esta etapa que la glorificada licenciatura de muchas carreras. Como dice el himno universitario "Gaudeamos igitur":
Pero no te lo creas demasiado, ¿Eh?
Vivat Academia,
vivant professores.
Vivat membrum quodlibet,
vivant membra quaelibet,
semper sint in flore.
Pero no te lo creas demasiado, ¿Eh?
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