miércoles, 18 de marzo de 2015

Los libros del invierno: "La Hermandad"


Quizás haber leído "El asesinato de Pitágoras" levantara en mí una expectativas excesivas. Quizás el estar en cama con fiebre y afectado  por una gastroenteritis de pulsiones eruptivas haya hecho que su lectura intermitente se contaminara de urgencias fisiológicas, cefaleas resistentes al paracetamol 600 y dolores musculares en el cuello tras muchas horas sobre dobles almohadones... El caso es que esta vez, la novela de Chicot me decepcionó.

Seguramente no es el mejor momento para que de rienda suelta a mis impresiones, pero llevo dos días haciéndolo así con mis excreciones y no me puedo contener en ninguna.
   
Nunca debió Chicot abandonar la Edad Antigua. Allí, en ese ambiente misterioso y fascinante de la novela histórica, se movía como pez en el agua. Lo que allí era ilusión, aquí fue decepción. Me pareció extraordinariamente sugerente su idea inicial de incorporar los conocimientos matemáticos de la antigüedad a una intriga en la que los personajes me resultaban reales. Aquí no lo ha conseguido. Semejan invenciones más o menos sofisticadas.  La novela me ha recordado a otras muy populares: un poco del Código da Vichi, algo de Millennium, incluso propondría alguna de ciencia ficción: La Fundación, por ejemplo.  

No me convencen los seres inmortales (hace tiempo que ya no me asusto con el demonio), ni creo en reencarnaciones (replicaciones, en la novela) y menos puedo creerlo instrumentalizando el proceso en un texto como si del "verbo" divino se tratara (ese que era el origen y con cuyo único conocimiento se domina el mundo). Considero desafortunado el nombre de Khaos (desorden) para "el ser maligno" que pretende el dominio del mundo (¡Pero si era el más ordenado de todos!, otra cosa es que tuviera razón...) Su finalidad era crear un mundo al modo nazi (¿y la eficiencia y orden proverbial de los alemanes?). Tampoco me impresionan los ordenadores manipuladores de mentes, hay algo más sencillo que se llama fútbol y nos manipula más y mejor desde hace tiempo. No he caído esa vez en los juegos de apariencias de los personajes, ni en la fatalidad de los acontecimientos (las soluciones eran previsibles); acaso algunas sorpresas de vez en cuando (que las hay) que recuerdan al escritor de la anterior novela.

La novela funciona como una receta:
Una trama apocalíptica: el dominio del mundo por el mal.
Su parte de sexo, explícita y bien dosificada.
Su ración de sadismo, convenientemente descrita y con toques creativos.
La ya manida narración en paralelo avanzando (entre rectas separadas en el tiempo 2.500 años) en apretados zig-zag de una a otra.
La truculencia habitual, con finales inesperados (¿o no tanto?), culpables que el lector intuye antes de que ellos mismos se delaten (ya pasó con la primera de la serie).
Los tópicos habituales: La lucha eterna entre el bien y el mal, la secta guardiana del bien,  la pareja protagonista salvadora (por supuesto ambos jóvenes, guapos, superinteligentes e insobornablemente buenos).
El aderezo informático (con hackers incluidos, claro está), las nuevas investigaciones sobre "mejora cognitiva", el mundo de los superdotados, la hipnosis, el lavado de cerebro...

Y el plato sale bien. Está bueno. Alimenta. Pero no es un plato novedoso. Le falta aquella frescura, aquel humami nunca probado que encontramos entre las líneas de su novela antecesora.  No es bueno  repetir el menú.

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