– ¡Pachín, pachín, pachín!
¡Mucho cuidado con lo que hacéis!
¡ Pachín , pachín, pachín!
¡A Garbancito no piséis!
Lo imagino desaparecido en el bosque, y a su familia preocupada buscándolo y llamándolo a gritos:
– ¡Garbancito! ¿Dónde estás?– ¡Aquí estoy! ¡En la panza del buey, donde ni nieva ni llueve! –
Yo me alegro y me sorprendo enternecido y quiero abrazarlo y besarlo, porque me acabo de enterar de que ¡soy su padre!
Y es que hoy, un pequeño confidente, me ha contado que en una de las clases del cole me llaman "El Garbanzo".
Yo imagino de dónde sacaron el apodo y me admira la rapidez con que me bautizaron. Evidentemente, estos alumnos, son aplicados discípulos del santo bajo cuya advocación se encuentra el colegio que se llama precisamente San Juan Bautista. Y sonrío con la placidez que dan los años y la experiencia. Y me sorprendo de su surrealista capacidad para encontrar relaciones y buscar conexiones semánticas con cualquier cosa: "el que busca, al final, encuentra": había que bautizar como fuera.
La historia de "El Garbanzo" tiene su origen en uno de esos días en que, por ausencia de algún profesor, tienes que sustituir en su clase. Casualmente (no suelo estar en el colegio casi nunca) me encontraba por allí a disposición de lo que fuera menester, así que me enviaron a sustituirlo en Conocimiento del Medio a un cuarto de Primaria. Al llegar, eché un vistazo a la programación sobre la mesa del profesor ausente y me di cuenta de que tocaba hablar de los cambios de estado. Me alegré. Me gustan las ciencias naturales y, los estados de la materia se prestaban a realizar una clase entretenida. Así que fuimos tratando los contenidos de su libro aclarando dudas, incorporando comentarios y anécdotas, apelando a sus experiencias... Al llegar al tema de la evaporación se me ocurrió hacer un inciso sobre la constancia de la temperatura del agua en ebullición y aprovechando las continuas referencias al ahorro energético que incluyen todos los textos quise sorprenderles poniendo en evidencia el desconocimiento de la física que tienen muchas mamás (entre ellas la mía) que ponen el puchero a hervir y lo mantienen borboteando intensamente durante horas: ¡No se cuecen antes por ello, pues el agua no subirá de 100º! Obtendrían el mismo resultado con un hervor suave ¡y ahorrarían bastante dinero en gas! ¡No se necesita tanta llama para cocer unos garbanzos" -añadí-. Y debió hacerles gracia el comentario pues quedé bautizado al instante.
Uno piensa que no es un alias tan malo: peor sería "El Huevos", "El Alubia", "El Melón"... y me hago cruces si seguimos con productos del supermercado: "El chorizo", "El Gallina", "El Cerdo", ... aunque, claro está, me hubiera gustado más que eligieran "el Jamón", "El Yogurín" (este no hubiera colado, ya lo sé), o "Chuletón de Ávila" como a nuestro recordado primer presidente democrático. En fin, también hubiera admitido "Cacho Pan", que es metáfora más acertada. Pero eligieron "El Garbanzo" y yo reivindico este nombre de rica legumbre de la dieta mediterránea.
Y es que pocos hay que no aprecien esta singular leguminosa. Acaso (esto lo escuché de labios de un profesor becado en Irlanda) algún país bárbaro los echaba de alimento a los cerdos; pero la gente civilizada adora los garbanzos, el rey de los cocidos: calma el hambre de familias numerosas, permite ser "ordeñado" extrayendo un caldo copioso que alegra en las tazas y se multiplica en sopas. Un buen cocido tiene incluso propiedades terapéuticas probadas. Es un plato devoto que incluso cumple con la cuaresma y se viste de potaje para celebrar la Semana Santa. Y, en pasada la época de penitencia, vuelve a la carne y se torna exquisito en compañía de unos callos con chorizo. Qué no diremos de él ¿acaso no está ya inventado el helado de garbanzo?
Pero es que, además, esta legumbre tan singular tiene una forma increíblemente parecida a la arrugada cara de viejecito. ¡Cuantas horas habremos pasado mis hermanos y yo con mi madre pintanto caritas de viejecitas, cabezas de brujas, serios rostros de abuelitos... Luego mi madre las vestía con un retalito de tela negra y los muñequitos desprendían entonces un realismo asombroso. ¡Y cómo no recordar las andanzas y aventuras de mi madre niña recorriendo los campos y deteniéndose a recoger algunas vainas de garbanzos verdes (que por cierto están riquísimos) en alguna de las tierras de ellos sembradas! Más de una vez ha tenido que correr y rendir cuentas a la autoridad por este inocente hurto.
Hubo un tiempo, la edad del ímpetu de la juventud, en que me bautizaron con otro alias. Un sobrenombre con reminiscencias de superhéroe. En aquellos años un mechón de pelo acaracolado colgaba de mi flequillo al igual que Cristopher Reeve; por este pequeño rasgo fui llamado "Supermán". Hoy me pego a la tierra como el más humildes garbanzos. Pero "Ricos, ricos" que son, como diría Arguiñano.
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