jueves, 30 de abril de 2015

Subsajarianos


Hoy la epopeya se escribe en África. Describe un viaje desde su profundo corazón hasta dos ciudades alambradas en la costa, frente a la opulenta Europa.

En su trágica aventura los protagonistas harán frente a sus propios compañeros pagando a las mafias las sucesivas mordidas por llegar, por quedarse, por cruzar, por saltar... (fortunas infinitas para sus menguados ahorros) ¿Y qué no habrán tenido que hacer para llegar allí, para sobrevivir en estos bosques  inhóspitos?
Al final les espera el concierto (concertinas) de cuchillas, el agudo silbido de las pelotas de goma, los botes de humo, las porras, las esposas de la guardia civil y la puerta giratoria de la devolución en caliente.

Jóvenes atléticos, los escasos héroes que logren sobrevivir al salto, huirán a la carrera por el extrarradio ceutí hasta esconderse en sus calles y ocultarse en algún garaje para luego realizar un último viaje a una península al sur de Europa donde exhibirán gorras y camisetas, gafas, cinturones... Recorrerán las playas con la visión de turistas ociosos y cuerpos descansados exponiéndose al sol.
Quizás haya alguna venta en la mañana en sus 10 km de cansino recorrido por la arena mientras los altavoces advierten a los turistas en contra de tu presencia.

Algunos perderán entonces la esperanza y, en un momento de rabia incontenida,  la emprenderán contra algunas sillas de plástico de algún paseo marítimo. Entonces saldrán en la prensa, en portada, proporcionando una razón a los conservadores ciudadanos que les etiquetan de peligro público.

Y, por dentro, llorarán sumergidos en un mar de rabia, naufragarán en la patera de desesperanza. Y se ahogarán en medio del lujo de los yates de los afortunados. No moveremos ni un dedo por rescatarlos y, una noche más, dormiremos tranquilos. El halo del olvido habrá borrado de nuestra memoria sus suplicantes ojos negros.

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