viernes, 27 de enero de 2012

Palomares del Campo: Manual de supervivencia.

Catálogo de normas y usos que el visitante necesita saber para sobrevivir en  Palomares del Campo.


A ti, viajero que recalas en este singular pueblo manchego, me dirijo para advertirte de las peculiares costumbre de estas gentes y mostrarte la necesaria sabiduría para entenderlas y no meter la pata lo que haría que pasaras penalidades sin cuento,  sufrieras mal de ojo o fueras víctima de desconfianzas y asechanzas por parte de los naturales del lugar.

Primero has de saber que en Palomares, cuatro huevos son dos pares. Esta obviedad es una concesión a la lógica, pero no siempre es así: por ejemplo, en el bar de la esquina, el dueño fuma bajo el cartel que lo prohibe con gran satisfacción y desparpajo; igualmente la vía pública (la calzada) es asaltada a partir de ciertas horas de la tarde por decenas de mesas cortando el paso impunemente al cabreado conductor que aguanta la inamovible postura de los usuarios repampingados en sus sillas.

Incluso en el terreno sagrado de su ermita se organizan escandalosos bailes y parrandas, en las que son participantes obligados los más tiernos infantes que, en brazos de sus propias madres, dan vueltas y vueltas frenéticamente al compás de una música atronadora. A esta bárbara costumbre dan en llamarle "La Ofrenda".

El pueblo está en querella con el agua y los árboles. Los más viejos del lugar recuerdan un lugar llamado "El Molinillo" donde la juventud y la chiquillería se bañaban. Hoy día ya no hay memoria ni siquiera del lugar. Ni una fuente verás en el campo. Si alguna hubo está emponzoñada por los excrementos de las ovejas o cegada por los propios labradores. Algún pozo, vestigio de tiempos pretéritos, asoma su brocal oxidado en medio de alguna tierra de labor sin traza ya del líquido elemento.  El agua salobre que se extrae del subsuelo encala tuberías y enfosca los estómagos con una gruesa capa caliza. Cocer unas judías en Palomares exige paciencia infinita o el acarreo de gruesos bidones con agua de Madrid, la única lo suficientemente blanda como para enternecer estas legumbres. A una milla del pueblo apenas hay árboles. Todos fueron cortados y apenas sobreviven los olivos por aquello de que algo dan, además de sombra. En el casco urbano se mantienen algunos gracias a que los chicuelos, por su tierna piel, necesitan sombra para aguantar el fuerte sol de agosto.

En sus calles las distancias no se miden por metros o kilómetros, sino por encuentros. Recorrer una calle puede llevarte la mañana entera. El tiempo no se mide por horas, sino por hambre: vuelves a casa cuando necesitas comer pero entre botellines (que sólo con la malta ya alimentan y con el gas llenan la panza) y tapas de torresnillos o patatas ajipicantes, el hambre se olvida de aparecer y con suerte llegas a comer a la hora de la cena. La alegría se mide por grados (etílicos). La simpatía tiene su medida alternativa en el el dial del volumen de la voz.

La vida social es intensa y compleja. Para irse enterando de cómo funciona no vendrá mal verse la serie completa de José Mota que bien pudo haber tomado notas y apuntes en el propio pueblo, pues hay personajes que los clava. Paisanos de por aquí (o familiares directos) son la vieja'l visillo y el cansino. En cada calle hay una o varias cotillas con gran trajín de correveidiles. Los cansinos son legión. En cuanto te descuidas te echan el brazo a la espalda y te arrastran a recorrer uno tras otro la media docena de bares del pueblo. Lo quieras o no un ejército de botellines desfilarán por el mostrador. Tendrás que hacer los honores al ejército local con otro similar que compita en efectivos con el anfitrión. Después de abrevar el abundante zumo de cebada es obligatorio desbeber frecuentemente en alguno de los retretes (debes aprender a hacerlo en los retretes turcos, que aún están en uso en el pueblo).

Quien llegue a Palomares admirará que, de los 750 habitantes del pueblo, todos se conocen. Incluso cuando esta cifra se triplica en verano todo el mundo encuentra rápidamente la rama correspondiente de tu árbol genealógico:  ¡Ah!, ¡Tu eres de Fulanita!; ¡A tu primo Menganito le conozco yo...!. Necesitarás un extenso directorio mental (o en su lugar una bien documentada libreta) para registrar la enorme cantidad de familiares y conocidos que te interpelarán, que te asaltarán a pie de calle y darán por supuesto que están registrados en tu codex cerebral que por momentos chisporrotea y se cuelga como un viejo windows saturado: muchos megas de familia para tan  poco procesador.

Para entenderse con los naturales del lugar, el visitante,  deberá tomar clases de "palomareño"(*1) y practicar algunas situaciones comunicativas:
Por ejemplo: tras el saludo preceptivo te preguntarán inmediatamente
- ¿Qué tal tu familia?
Pues bien, ¡ni se te ocurra contestar educadamente explicándoles que a tu padre le operan o que tu madre anda algo pachucha! Ni lo esperan ni les importa. Contesta con un lacónico ¡Bien! y verás como eres inmediatamente aceptado en la conversación. Si por algún incomprensible equívoco pretendes responder como Dios manda, notarás que el interlocutor tuerce la mirada buscando a algún conocido al que pasa a saludar dejándote con la palabra en los labios. No hables apenas de ti y sí mucho de ellos. Asiente con la cabeza a todo aunque estés en le más completo de los desacuerdos. Habla continuamente, no dejes que el más mínimo instante de silencio se cuele en la conversación. Si, por casualidad, no sois más que dos personas, será imprescindible buscar en el máximo plazo de un minuto alguno más. Tanta intimidad incomoda. Otea urgentemente el horizonte e interpela a cualquier conocido, a fin de que el grupo sea mayor. Interrumpe la conversación sin pudor: divisar un famiiar, una frase demasiado larga de tu interlocutor (unas 10 palabras ya son muchas) o una repentina pérdida de interés son motivo más que suficiente para dejar con la palabra en la boca a tu acompañante.

Hazte lo antes posible con un diccionario del argot local. Has de saber que te llamarán
"Hermosón" aunque seas más feo que Picio; escucharás ¡Ah, copón! y no significará ni copa, ni cáliz sagrado, ni as de un palo de la baraja; sólo será una manifestación de sorpresa y ¡Qué jodío! no significa que te hayan pasado por el aro, sino al contrario que eres un tío listo.

Practica los ejercicios de sintaxis y frases hechas del lugar: "¡Qué bien te veo!" no quiere decir que tengas buen lustre sino que has engordado cantidad, "ves a la plaza" no está relacionado con tu capacidad visual, sino de traslación;"aiva dai" es una exigencia urgente para que te apartes; ¿ande? no es una pregunta a propósito de si caminas sino adónde lo haces; "va un aplico" que te has hecho un lío...

Quizá escuches una conversación en palomareño profundo de la que no entenderán nada:
- ¡Lieee, Celipe!  ¿Cazis?
- ¿Neneskaavinio? ¿Ande vas con ese ato?  ¡Paices un ceomo!
- Deja de alikatar. Dame un abazo y ven aento, ascape, ancá la Manesa.

Sólo en Palomares ocurre que los gatos aruñan, los burros blincan, el perro del hortelano es un catamierdas, se tiran covetes, se comen cloquetas,  el vino se vende en botellas dalitro, los endrogáos sufren dobledosis, se paga con ebros, la sopa está duz, se echa la peoná a las chufleteras, uno se emperejila para convencerte, en el bar estamos entumíos, los niños se tiran al escurrizón, espizcas el jamón, no trabajas por fanegas, eres un follagas, te enrollas con girigoncias, te gusta el dulce más que a un husmo, conduces un jondi, enciendes la luste se ocurren cosas, contestas una ñamada, juegas un partiaco, te bañas en la pincina, ves una pinícula, tienes raseca por la mañana, eres sospechante de asesinato, serán samugotastardototobío o tontusco...

Después de todos estos años que le visito he llegado a la conclusión de que, efectivamente, la gente del pueblo trabaja (hubo momentos en que lo puse en duda pues siempre llegaba en vacaciones o fiestas y la gente no salía de los bares). Pude deducirlo porque cada año se construyen varias casas y los campos de labor aparecen arados y segados de un año para otro. Lo del trabajo parece ser cosa de las personas de mediana edad ya que los jóvenes hacen más bien vida nocturna en bares, peñas y discotecas. En su caso las camas se ocupan al amanecer y para la comida toman el desayuno.
Para las fiestas, la gente debe acudir bien descansada pues son agotadoras. Sólo así aguantarás el "galopeo" (equina costumbre donde, sin caballos jerezanos, el personal baila y galpa por las calles del pueblo al son de la banda y se abreva abundantemente de la bota). El que quiera abono completo deberá levantarse hacia el mediodía para poder tener tiempo de tomarse su media docena de vermuts antes de comer. Las tapas habrán engañado el hambre hasta bien pasadas las 4 o las 5. Se comerá entonces en familia (excepción hecha de jóvenes y adolescentes que estarán aún durmiendo) y aparecerán a los postres en pijama y con toalla para ducharse. Entre platos es obligatoria una o varias discusiones a viva voz que dejen los morros bien dispuestos para los postres. Luego la gente se desperdigará por habitaciones y salones para echarse un sueñecito. Poco después muchos irán a los toros y despacharán la tarde hasta que, finalizas corridas y capeas, se ronde calle arriba y calle abajo buscando encuentros y enganchando paliques. Se quedará en algún bar al que nunca se llega. Finalmente se logrará reunir la pandilla familiar a primera hora de la noche en algún otro bar alternativo (pues al original no llegó nadie y el que lo hizo se fue aburrido de esperar). Tras nuevas rondas de botellines alguien sugerirá ir a cenar. Haciéndose los remolones se llegará al lar familiar y, algunos, cenarán platillos con restos de la comida y embutido, todo ello regado por tinto de verano.
Un ratito de tele y de nuevo a rondar. Ahora tocan las consumiciones de licores y combinados. Es el momento de pelar la hebra con un wiski en la mano en medio de la calle o de sentarse y charlar en algún pub o el merendero. A veces ponen música en vivo en el merendero. Allí se pasa buena parte de la noche en medio de una música violentísima al oído pero muy agasajada por el pueblo. Inexplicablemente muchos son capaces de hablar y entenderse en medio de semejante tormenta de decibelios.

Los que no podemos más, los que estamos reventados, hace tiempo que deseamos irnos a dormir y, en cuanto podemos, nos escabullimos en dirección a casa. La música del merendero nos persigue hasta el pie de la cama impulsada por decenas de kilowatios de potencia.

Otros siguen paseando su vaso de cubata de peña en peña o se internan en la selva humana del pabellón deportivo donde hasta altas horas de la noche toca una orquesta ante un público entregado. El personal baila sujetando el fiel compañero: el vaso del cubata. Cuando el grupo, agotado, deja de tocar; los recalcitrantes de la noche buscan el refugio de los pubs o acuden a los fríos recintos de las peñas donde con suerte, en algún viejo sofá, echan alguna cabezadita entre copa y copa.

Y así hasta el amanecer. Entonces las noctámbulas criaturas se encaminan a casa, eso sí,  con algunos problemas en su sistema de navegación. Con suerte verán a alguien de la familia al día siguiente, puede que a la hora de cenar...

*1Diccionario palomareño

6 comentarios:

  1. Miguel dice: ¡Coño! Por un momento creía que estabas hablando de mi pueblo. ¿No pretenderás que con ese artículo te den las llaves de la ciudad? Aunque sea verdad.

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  2. ¿Crees que se parecen? Yo no pienso así. Un día habrá que escribir el "Manual de supervivencia para Ayuela de Valdavia" y será bastante diferente.

    Por lo menos, en Ayuela tienes la alternativa de perderte en La Majadilla, Valcuende y mil lugares más. En Palomares no hay escape: "O en plan palomareño o eres un leño."

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  4. Si no te gusta el pueblo, ni su gente, ya saves, con no volver te seria suficiente, y pienso que escribir lo que piensas de la gente, con animo de reirte, tampoco es de muy buena educacion, yo desde luego no escribire lo que pienso de ti ahora mismo.
    Podrias poner una foto tuya de perfil si quieres y asi te reconoceremos cuando vuelvas.

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  5. yo pienso que había que eligirle un manumento y lo titulaíamos " al sufrior visitaor anómimo" claro porque me huelo que no quiera edentificarse , y lo eregiriamos enfrente la tasca el zorro, pa ello quitaiamos el árbol que ay no hace na, mas que sirve pa que se asobinen allí to los vagos del pueblo.

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  6. Hay una tradición en Palomares que enlaza con la anfidromia, costumbre griega de presentación de los bebés a los dioses. Alrededor de una hoguera.

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