domingo, 19 de mayo de 2013

Leer en tabletas


Mis sobrinos se pasan los fines de semana tableteando. Ametrallan con el dedo la pantalla táctil con la velocidad y seguridad de quien lo practica millares de veces. Además aprenden con asombrosa facilidad el funcionamiento de todas sus prestaciones: - En cinco años tendré que hacer un curso- pienso para mí al verles navegar velozmente por los menús e internarse intuitivamente en decenas de aplicaciones nuevas.

Se acerca mi sobrino Jorge, de ocho años y, al verme con una tablet que dobla el número de pulgadas en pantalla que la suya, me interroga: -¿A ver, tío, qué juegos tienes?-
- Yo no tengo casi juegos; - le respondo-  yo la uso para leer el periódico; y también libros. 
No dice nada, pero elige uno de los juegos y se pone a jugar. Enseguida se cansa y la abandona. Los juegos de su tablet son evidenemente mejores.

Yo compré mi tableta con una oferta de mi periódico habitual. Me costó muy barata y, sobre todo, me ofrecía la posibilidad de pagar por el ejemplar la tercera parte que en la edición en papel. Además tenía la ventaja de poder descargarme el diario en lugares donde no había reparto (el pueblo de mis padres o de mi mujer, por ejemplo). Añado, por último, que puedo disponer de él en pantalla hacia las 6:30 de la mañana sin esperar a que abran los kioskos... No son pocas ventajas. Realmente merece la pena.

La otra posibilidad que me atraía fuertemente era el poder leer libros electrónicos. Tal es así que inicié un frenético proceso de descargas de e-books que, por millares, fueron a colocarse en las estanterías virtuales de mi disco duro ocupando una decena de valiosos gigas de memoria  y hacíendo difícil la búsqueda y catalogación de semejante biblioteca virtual.

En un síndrome de Diógenes digital acumulé miles de ejemplares, en decenas de formatos, que luego me resultaba difícil localizar. Como un ratón en un ultramarinos no sabía por donde empezar. Al final elegí una veintena que cargué en la tablet con intención de leerlos en los ratos muertos que pudiera encontrar: ¡No he logrado acabar ninguno!

Aparte del pequeño engorro de la apertura y carga, es que la experiencia no es la misma. El libro impreso invita a sumergirte en su lectura, es más manejable, cansa menos... Posiblemente el libro electrónico ofrezca una experiencia mucho más parecida a la del papel; pero la tableta, con sus brillos, sus iconos rodeando el texto, sus llamadas del sistema, del correo, sus tentadoras propuestas... incitan al abandono, inducen a una lectura desasosegante y distractiva. Millones de consumidores que han comprado tabletas y probado libros electrónicos han llegado a la misma conclusión: sentarse y centrarse en la lectura es más difícil que nunca. 

Las editoriales se están dando cuenta de un peligro: los clientes se están pasando a las tabletas y, después de la experiencia, comprueban que no invitan mucho a continuar leyendo: ¿Cambiarán sus hábitos entonces orientándolos hacia el visonado de videos o la navegación a la deriva por internet? Posiblemente para los lectores maduros ese peligro sea menor, pero ¿podemos decir lo mismo de los niños con su código lector no consolidado, la atención lábil o su frágil voluntad?

Ahí está mi tablet, ocupando con su cargador uno más de las decenas de enchufes que necesitan hogares de hoy día. Me resisto a descargar juegos. Me aburren. Para que fueran divertidos tendría que dedicarles muchísimo tiempo del que no dispongo. Me apetece más leer. Me apetece más escribir (y por cierto,  en las tabletas, es una tarea enojosa, prácticamente imposible). Eso sí, ahora mismo me voy a leer el periódico. Para pasar las hojas de la paja, las columnas de anuncios y centrarme en los artículos "con chicha", amplificando la letra gracias a la ergonómica pinza índice-pulgar, es ideal. 

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