Era Cospedal una mujer de imagen estudiada, de gesto contenido, mirada inteligente, trabajada sonrisa y un verbo procesal fluído y eficaz (salvo lapsus inconscientes al tratar de explicar lo inexplicable). Era inteligente, trabajadora, tenaz, empollona, abogada del estado y del diablo, destinada a dominar el mundo, o por lo menos el barrio Castellano Manchego del mismo. Logró llamar la atención del Club Bilderberg (el exclusivo grupo de poderosos al que algunos atribuyen la gobernanza del mundo en la sombra) que la invitó a una de sus reuniones secretas tras la proeza del asalto a la fortaleza Castellano Manchega, lar socialista desde el periodo histórico llamado democrático. Esta heroína, montada en un caballo de nombre Crisis, arrojó de la torre del homenaje al Barón Barreda, lúgubremente mostrado como brujo en sus últimos carteles electorales en una atmósfera de calabozo.
Maestra en componer el gesto, autora de declaraciones creativas, experta en evidencias inverosímiles; parecía exudar sinceridad como otras desprendían hormonas: - ¡Me ponía! ¡Deseaba con toda mi alma la dulzura de su tormento! ¡Pedía cada día que siguiera castigando mi inteligencia, que maltratara mi lógica cartesiana! ¡Nublaba mi vista con una pasión irracional que me sometía! ¡Arrancaba mi corazón y mi voto, del pecho de mis creencias, y yo aceptaba arrebatado que lo depositara aún caliente en el ara popular!
Busco la imagen que tengo en mi mente, la imagen con la que soñaba: mitad mujer, mitad vampiresa que me sorbía el discernimiento. Inicio Google. Pincho en imágenes. Recorro la pantalla en la que aparecen de arriba a abajo miles de fotografías suyas. Busco una imagen castigadora, dura, seria... pero desisto: extrañamente todas le humanizan. Aparece esencialmente sola. En las más actuales no se disimulan las arrugas. Le delatan las ojeras. No hace mucho era maestra del maquillaje, experta en peinados, avezada en el alisamiento de pieles, doctora en miradas, master en sonrisas... Últimamente se le ve sufriente, mortal, agobiada por el peso de la razón política. Hundida por el peso de la hipócrita peineta toledana y la otra, más grosera, de Bárcenas. Se acabó la magia. Es ya demasiado tarde, princesa.
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