"Al saber lo llaman suerte
y al conocimiento milagro"
La sabiduría popular atesora en breves recetas toneladas de sabiduría. La frase me trae a la memoria el comentario de una de mis compañeras de magisterio cuando, tras volver del examen de oposición, me espetó: " ¡Qué suerte has tenido!
Pues sí, buena suerte. O por lo menos, no la tuve mala. Pero la suerte sola no me hubiera servido si al pequeño milagro de aprobar un oposición con una proporción de 1 plaza para 60 presentados no hubiera unido el conocimiento acumulado en año y medio de intenso estudio. Atribuir a la suerte lo que son méritos ajenos es el recurso del envidioso y le delata.
Por eso nunca juego a la lotería: porque sé.
Sé que en la lotería el sistema juega con ventaja, que la apuesta está trucada. ¿Cuánto se queda el estado en la popular lotería de Navidad? Sobre el 100 % jugado, la administración se lleva un 30%, y después Hacienda un 20% del resto. Han reducido tus probabilidades de ganancias prácticamente a la mitad. Además odio la fragmentación de los boletos: cada número en décimos, luego en participaciones... La disolución en diminutas partículas de la apuesta hace que diluyas aún más tus probabilidades de grandes ganancias: no perder mucho para nunca ganar demasiado. Se trata de multiplicar la nadería.
Yo desprecio estas loterías monetarias. Puedo disfrutar sorteando un juguete, rifando unos caramelos... pero donde la gente fía su fortuna a una probabilidad tan mínima y manipulada no participo: me opongo. Bueno... no me importa que participen los demás (esa será mi apuesta segura: los impuestos indirectos o directos que los otros pagarán revertirán en alguna medida en mi beneficio, vía intermediación de Hacienda): "Al saber lo llaman suerte".
Me da grima el juego electrónico ya sea por internet o con las maquinitas de los bares. Me cuesta entender que una persona se funda su escasa plata en tiempos de crisis en esos juegos manejados desde el vecino Peñón de Gibraltar accionando ruletas de ficción que están evidentemente trucadas desde su software. Me apena contemplar la compulsión de los parroquianos que se encaran a las tragaperras pulsando botones e introduciendo monedas sin parar. No soporto sus llamativos reclamos musicales, sus mensajes invitándote a hacer juego, sus luces provocativas... No acepto que sea legal esta invitación a la ludopatía.
Y sin embargo tengo alma de jugador. Me encantan las partidas de cartas pues allí el dinero que se pone en la mesa se reparte proporcionalmente a "la suerte" (un factor más relativo de lo que pueda parecer) y al "saber y conocimiento" de los jugadores. En ellas se produce el milagro de atesorar suculentas ganancias principalmente gracias a tus cualidades. No se limita todo al azar: aquí tienes al menos opciones ante el destino. Las inversiones y los negocios en la vida tienen la misma filosofía: arriesgas para ganar, pero con probabilidades aceptables.
Al fin y al cabo la vida es un juego. Si has triunfado alguien te dirá: - ¡Qué suerte has tenido!- Tú, por lo bajo, pensarás:- ¿Suerte? Mi trabajo, mi estudio, mi conocimiento... A no ser que alguien haya hecho trampa, naturalmente.

Esta obra de Jesús Marcial Grande Gutiérrez está bajo una

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