jueves, 17 de julio de 2014

Pequeños relatos de Ciencia Ficción - 26: Endópolis-I


Mediaba el año 312 de la creación de Endópolis-I. Hacía pues  más de tres siglos que los primeros subtopos, descendientes de la antigua raza humana, habían descendido los primeros mil metros de la corteza terrestre buscando refugio contra el inmediato rosario de explosiones atómicas que asolaría las superficie del planeta tras la crisis de los misiles de 1979. Ciento cincuenta hombres y mujeres escogidos se habían congregado apresuradamente en el ascensorque les transportó hasta el único refugio antiatómico subterráneo fiable del planeta. Inmediatamente después se activaron automáticamente los mecanismos de sellado de cualquier conducto con la atmósfera radioactiva del exterior.
Habían comenzado entonces una dura vida subterránea con resignación. Los primeros años resultaron especialmente difíciles. 37 de los supervivientes se volvieron locos y otros 26 hubieron de  permanecer drogados de por vida al no poder soportar la terrible claustrofobia: la Enfermedad de las Profundidades carecía de tratamiento positivo pese a todos los esfuerzos de los médicos incorporados al grupo elegido. Eran una raza de desesperados que ahora, más de trescientos años después, cuando la radiación debería haber remitido hasta niveles soportables intentarían plantar algunas semillas en la tierra calcinada. 
Rompieron los sellos del larguísimo pozo vertical. En el extremos superior encontraron la salida taponada con una espesa capa de hormigón. Nadie recordaba quién fabricó esta última defensa. Cuando los martillos neumáticos lograron abrir un hueco en el cemento un cegador rayo de sol hirió sus ojos. El primer subtopo salió arrastrándose por la gris y dura superficie del planeta arrasado. 
W. Krauss, el policía de turno en la Avenida 43-Este, preguntó extrañado a aquel hombre tan pálido y delgado que se arrastraba por el asfalto: 
- Oiga, amigo, ¿qué hace ahí tirado? Está obstaculizando el tráfico...
En la comisaría, el agente trataba de consolar inutilmente a aquel hombrecillo que no cesaba de llorar, cuando le contaban que, efectivamente, en el año 1979 se declaró una falsa alarma de guerra atómca en el Pentágono. Pero se trató solo de eso: una falsa alarma. 

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