La ambulancia apareció ululando en el extremo de la calle. El chófer la aparcó hábilmente frente a la puerta del hospital psiquiátrico. Dos fornidos enfermeros agarraron a aquel viejo vociferante por los brazos y lo introdujeron en el interior del recinto. Aquel anciano moreno de luenga barba gritaba en una lengua extraña mientras era conducido por los blancos pasillos de la institución de salud.
Minutos después el director del hospital abría la ventanilla de la habitación acolchada donde lo condujeron. Luego se volvió al sacerdote que le acompañaba:
- ¿Y dice usted que habla en hebreo?
- Si, señor director -respondió el capellán de la institución- al menos varios nombres bíblios ha pronunciado. Frecuentemente nombra a Elías y se señala a sí mismo.
El director se dirigió a su despacho mientras pensaba:
- Sí que es un caso raro: un viejo que se creeElías. Difícil recuperación supongo y mucho trabajo para el personal... -malhumorado, se retiró a su habitación para acostarse.
El reloj del hospital marcaba las cuatro de la madrugada cuando este quedó bañado por una extraña luz. Como un dorado carro de fuego el platillo se situó sobre el patio. Dos individuos con trajes resplandecientes descendieron por una escalera de luz y penetraron en el edificio atravesando las paredes. Volvieron al poco tiempo con el viejo recién ingresado. Uno de ellos le susurró con dulce voz:
"¿Te das cuenta, Elías? Sabía que no te creerían. En 3000 años ha cambiado mucho tu mundo."
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