lunes, 1 de septiembre de 2014

Grandes historias de cosas pequeñas-8: Milagro de la primavera


"Al olmo viejo, hendido por el rayo 
y en su mitad podrido, 
con las lluvias de abril y el sol de mayo 
algunas hojas verdes le han salido...

Quiero anotar en mi cartera 
la gracia de tu rama verdecida. 
Mi corazón espera 
también, hacia la luz y hacia la vida, 
otro milagro de la primavera"
Antonio Machado

Presalacántara es, quizás, la mejor fuente del término, el manantial más notable del pueblo de Ayuela en la Valdavia palentina. Destaca entre la multitud de manantiales del lugar por su situación cercana a la carretera que va a la vecina Tabanera y su proximidad al río Avión al que desagua con un caudal limpio y constante. Esto la hace accesible  y familiar a los habitantes del pueblo y a muchos otros del vecino Tabanera que pasean por la carretera en los cálidos atardeceres de julio y agosto. Un sencillo letrero indica, al pie de unos pequeños robles, el senderito que entre brezos, jaras y enebros te lleva a la pequeña hondonada donde se asienta el  pequeño estanque.
La fuente ha sido varias veces arreglada por la Peña de los Enebros (agrupación local que realiza actividades culturales, ecológicas, gastronómicas, tradicionales y festivas). Ellos han limpiado y colocado troncos nuevos, y han clareado el lugar varias veces. Pero la naturaleza, abraza inexorable las obras humanas y acaba siempre por envolver con su cubierta vegetal fuentes y alrededores. 
Visitamos mi hermano Luis y yo esta fuente tan querida para admirar su restauración. Con la limpieza había perdido el encanto salvaje que le dan los musgos luminosos y los verdes brillantes y metálicos de las algas que tapizan el agua. Perdido aquel ambiente  humbroso ganaba en luminosidad y amplitud. Este año luce la caja de su estanque nuevas paredes de troncos y el lugar está despejado de maleza y los árboles cercanos podados a conveniencia. Nos acercamos a beber. Por un momento da la impresión de que quienes cortaron los chopos y robles que forman las paredes del estanque no se entretuvieron siquiera en despojarlos de algunas de sus ramas, pero observando con cuidado se aprecia que son los propios árboles cercenados los que, en un desesperado  afán de sobrevivirse, despliegan nuevos brotes animados por el agua que les rodea y que bombean por sus vasos para alimentar un proyecto de futuro. No ocurrirá así (no faltará quien los corte enseguida), pero me gustaría que la naturaleza siguiera su camino, que los brotes crecieran, que las hojas comenzaran su formidable labor de síntesis y crearan nuevas ramas, bien alimentadas con sabia nueva; que jóvenes raíces se extendieran desde los desnudos anillos penetrando la tierra y el agua, resurgiendo de nuevo la vida. 
Pienso en el esperanzador poema de Antonio Machado, su olmo medio podrido y hendido por el rayo, aquí robles y chopos cercenados, vuelve a la vida. Es el milagro de la primavera.  

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