sábado, 16 de mayo de 2015

El caballo blanco



En el camino llevaba mi mochila y mi pena. Recorría las hoces del Tajuña por el lecho del río al fondo del tajo abierto en la tierra mientras mi pensamiento transitaba a su vez por las llagadas heridas del alma. Una verde tristeza me embargaba. La primavera mostraba su impúdica lujuria insinuándose obscena ante mi alma circunspecta.  Sentía una punzada de dolor en el pecho, como si en mi corazón se agitara el espíritu del fracaso. Al un lado del camino un toro me miraba. Era negro como mis pensamientos, amenazante como una tormenta. Me miraba enojado, irritado por mi insolente presencia. Esperé su acometida pensando lo que alcanzaría a correr con mis piernas cansadas. Al otro lado un caballo blanco, el más hermoso animal que  haya visto jamás, pastaba tranquilamente. Alzó la cabeza al acercarme. 
En ese momento se produjo un suceso sorprendente. Mientras el toro levantó la testuz, giró el cuello hacia un lado y al otro y se apartó con un salto nervioso alejándose unos metros; el caballo comenzó un suave trote directo hacia mí con actitud confiada. El corazón me dio un vuelco, por un momento pensé que me arrollaría con aquel cuerpo musculado y perfecto que brillaba en el claroscuro del bosque; pero permanecí tranquilo y extendí mi mano abierta esperando la llegada de su magnífica cabeza. Se acercó sin temor alguno y se dejó acariciar. Aproximó sus ollares a mi pecho olisqueando, reconociendo mi excitación. Estuve así con él un buen rato, hablándole como había visto en las películas, halagando sus oídos mientras le declaraba  mi admiración por su hermosura, agradeciéndole su compañía...  Con delicada paciencia, sin prisa, se dejó mimar un buen rato y después, sin alejarse, continuó pastando los brotes verdes al lado del camino. 

Me alejé lentamente. Cuando volví la cabeza, el negro toro aún colérico me miraba desconfiado mientras  el caballo blanco, no lejos de él, pastaba plácidamente. Yo continué mi camino con una sonrisa. Sentí su encuentro como la mágica visita de un Unicornio de pureza, como el inapreciable aliento de un  Vencedor de dragones.  

2 comentarios:

  1. Esta entrada me hace recordar a una de aquellas fotografías antiguas que se hicieron en la infancia cuando un niño aparecía jugando en el campo con los animales de fondo, esas donde los protagonistas salían en BLANCO Y NEGRO.

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  2. Esta alegoría es mucho más profunda de lo que pueda parecer. Todo lo que cuento es real. Desde la situación (excursión a los cañones del río Tajuña desde el pueblo de Anguita a Torre de Moros) hasta el encuentro con el caballo blanco e, incluso, la metáfora sobre las penas del alma y los monstruos interiores.
    Como la vida misma y tan bella como ella.

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