martes, 8 de marzo de 2016

8 de marzo


Hace meses que mi trabajo se desenvuelve entre mujeres. Mujeres y solo mujeres: mujeres heridas mujeres castigadas, mujeres sufrientes,  mujeres maleadas por la vida, buenas mujeres... Mujeres de todos los confines del mundo, mujeres de todos los oficios, mujeres madres, mujeres hijas, mujeres esposas, mujeres amantes de hombres, mujeres amantes de mujeres...

Me rodean, me cercan, me interpelan sin cesar... A mí, que desde niño, las sentí lejanas. Yo, que conviví en casa con otros cuatro varones junto a mi madre. Yo, el mayor de tres hermanos pequeños, el estudiante que hasta los 16 años solo tuvo chicos por compañeros en el colegio, el que continuó encerrado entre otros adolescentes tres años más en sucesivos internados. Yo, el que postulaba para una vida de hermandad masculina en una orden religiosa. Yo, el tímido, el que estudiaba para profesor intentando pasar desapercibido en el aula, el que después hizo la mili entre 7000 jóvenes en un lejano y polvoriento campamento de Almería, el que pasaba los días encerrado en aquel barracón de 300 soldados...  ahora estoy rodeado de mujeres.

¡Cuánto tiempo me ha llevado conocer un poco de ellas! ¡Cuántos años de aprendizaje para no pasar de de educación primaria en materia del otro sexo! ¡Qué torpeza para este aprender! ¡Cuánto envidiaba yo a aquellos que tenían hermanas, a quienes tenían el don de hacer amigas con facilidad, a los que atraían a las chicas como la miel a las abejas! ¡Cuántos celos de aquellos que hablaban con las compañeras sin ruborizarse, que sabían hacerlas reír, que conquistaban sus miradas arrobadas...! Ahí estaba yo, envarado, serio, ridículamente formal. Imbuido de temores, advertido de peligros, prevenido de perfidias femeninas, equipado de prejuicios... ¡Con cuánta dificultad tuve que desmontar poco a poco esa estructura misógina que tiene su origen en un cristianismo enfermo!

Y ellas... ¿Cuántas esperaron una iniciativa que no llegaba? ¿Cuántas llegaron a comprender lo que me pasaba: que no sabía las reglas de aquel juego? ¿Cuántas llegaron a pensar que detrás de ese pedazo de cristal se escondía un diamante sin pulir? ¿Cuantas siguieron el juego marcado, en el que me mostraba tan torpe, y donde siempre perdía?  Ahora, que las conozco un poquito más, no puedo volver atrás, no se me permite volver a la casilla de salida.

Hoy, en el Día de todas vosotras:  obligatoriamente trabajadoras,  inevitablemente hijas, a menudo víctimas, frecuentemente madres, generalmente esposas, eternamente amantes, necesariamente luchadoras, bellas en cada estación, siempre fascinantes... mi consideración y reconocimiento. Hoy os doy la mano, compañeras: para ayudaros y para sentir vuestro apoyo. Sabed que os admiro y respeto. No sé si Dios es hombre (lo parece por como lo pintan); pero si pudiera elegir, haría a Dios mujer; las veo más apropiadas para el puesto.  

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