lunes, 20 de junio de 2016

La misma magia

Estoy recopilando fotografías sobre prehistoria para mi clase. Me proveo de un banco de imágenes para realizar una presentación sobre el arte paleolítico. Una por una, me siento fascinado en cada imagen por su colorido, su elegancia,  su delicadeza... A pesar de que el tiempo ha borrado algunos contornos y ha descolorido el brillante rojo de los hematites  sus pinturas resultan aún hoy en día maravillosas. Mi admiración se acrecienta en cada una: la representación del movimiento en las posturas con tan pocos y precisos trazos, tan lograda; el logro de los volúmenes y las texturas con una técnica mixta de degradados y aprovechamiento de relieves rocosos; la viveza de los rojos y los negros a base de pigmentos de negro carbón y óxidos ferrosos... Voy completando una bella colección, más que sobrada, para mi clase. Lo voy haciendo por gusto, por que me place enormemente.  En algunas me detengo unos instantes de más pensativo: ¿porqué, a veces, parecen pintar sobre imágenes anteriores? ¿porqué aparecen varias patas o varias cabezas procedentes del mismo animal?. Podría pensarse en una falta de respeto a artistas anteriores... Acaso el espacio en las cuevas para las pinturas era reducido y había de reutilizar espacios ya ocupador... Pero ninguna respuesta me parecía convincente. En estas estaba cuando accedí desde una de las fotos a una página en la que se exponía una atrevida teoría sobre el origen de estas imágenes múltiples y superpuestas.


Hay que situarse en el contexto. Hemos de imaginar que somos invitados por un clan Crog-Magnon a una sesión mágica en el interior de una cueva en Lascaux, o quizá en la cueva del Castillo en Cantabria o en Valle de Coa en Portugal. El brujo nos abre paso con su antorcha a través de oscuras galerías. Una sala más amplia se abre al fondo. En el suelo varias hogueras estrategicamente situadas y bien separadas entre ellas permanecen apagadas a la espera de la ceremonia. Los miembros del clan, expectantes, esperan sentados a que los recién llegados tomen asiento junto a ellos, en el centro. Alguien ha repartido un brebaje realizado con hierbas fermentadas y, quizás también, con plantas alucinógenas. El brujo, el artista que ha decorado la cueva, ha estado trabajando varios días en la preparación de la magia. Lo que ha conseguido no lo ha realizado aún ningún otro clan. Hoy seremos testigos de su perturbador descubrimiento.

Los preliminares son largos. Se enciende una de las hogueras y el brujo comienza a entonar una salmodia monocorde larguísima.  El brujo sabe que este es su momento; se recrea en su papel de invocador de los espíritus, de mediador entre ellos y la tribu. Con parsimonia se hace circular el cuenco con el brebaje del que todos beben un sorbo. Los ojos se abren como platos, las pupilas se dilatan ocupando casi la totalidad del iris. Los presentes se unen a la salmodia, ahora con un esquema más rítmico y melódico. Alguien comienza a percutir sobre grandes huesos acompañando los cánticos. Los cuerpos empiezan a mecerse al ritmo del rústico tambor. Pasa mucho tiempo, quizás horas, mientras los presentes en trance repiten una y otra vez la misma melodía. Por fin el brujo se pone en pie y alza los brazos. Las voces callan. Los ojos le miran expectantes. El brujo se dirige a la hoguera central, la única encendida hasta el momento y encendiendo una antorcha la levanta sobres su cabeza. Dos miembros del clan se avalanzan sobre la hoguera y la apagan arrojando tierra sobre ella. El brujo, parsimonioso, se dirige a los extremos de la estancia y enciende tres hogueras que iluminan las paredes desde tres ángulos diferentes. Pronto el fuego empieza a crepitar y las llamas se elevan danzando sobre los troncos. Los tambores de hueso comienzan a sonar de nuevo iniciando ahora un ritmo frenético. El brujo, con un grito, les señala la pared donde antes se veía un bisonte de ocho patas y varios caballos superpuestos. La gente del clan mira las pinturas y abren la boca de estupor:  las figuras se están moviendo; el bisonte trota con veloces movimientos de sus patas y los caballos alzan y bajan la cabeza como si avanzaran al galope y piafaran. Todos contemplan paralizados la escena. El redoble de los tambores de hueso no cesa durante horas. De cuando en cuando se alimentan las hogueras con ramas de enebro que crepitan y desprenden chispas. Los fogonazos iluminan una parte de las figuras por un instante, para, a continuación, amortiguarse mientras las llamas de otra esquina se alzan proyectando su luz sobre otro elemento del dibujo y extinguirse enseguida dando paso a la tercera hoguera que chisporrotea alumbrando otra parte de la pintura que permanecía en sombra hace tan solo una fracción de segundo. Y, así, al ritmo del relampagueo de las llamas, las pinturas toman vida: los bisontes corren en estampida y menean sus rabos, las cabras miran al frente y tras el lomo sucesivamente, el caballo copula sobre la yegua...

La hipótesis de que en el paleolítico ya se intuyeron los rudimentos del cine es noticia en los últimos años. Accedí a un artículo sobre la misma al trazar el origen de una de las fotografías que encontré. Esto me l levó a la página donde estaba publicada y allí descubrí asombrado esta  propuesta explicativa. Leí el artículo con enorme interés. Sí, allí estaba la respuesta: allí el arqueólogo y cineasta francés Marc Azéma exponía una teoría fascinante sobre la finalidad de aquellas pinturas. A menos cincuenta figuras en una decena de cuevas del país francés, principalmente en Lascaux, representan animales, sobre todo caballos, con múltiples cabezas, piernas y colas que no fueron dibujadas por casualidad. En la misma línea se suceden descubrimientos y nuevas interpretaciones relacionadas con los descubrimientos prehistóricos relativos a la animación de las imágenes: Marc Azéma la encontró en 2008, gracias a Florent Rivère, un artista e ilustrador especializado en la Prehistoria lo que probablemente es el primer taumatropo existente. Se trata de unos discos de hueso de cinco centímetros de diámetro con un agujero en el centro. En cada una de sus caras se representaba la figura de un herbívoro, un tipo de cabra, en dos posturas diferentes. Después de pasar un hilo por el agujero y, hacer girar el disco, comprobaron que se creaba la sensación de que el herbívoro ¡galopaba!

 

Por otra parte los trabajos realizados en las región italiana de Valcamónica donde se ha descubierto una impresionante colección de hasta 100.000 figuras rupestres llevan a los investigadores a la conclusión de que muchas de las pinturas y dibujos hallados “no constituye aún imágenes animadas, pero las imágenes sí se suceden como si buscasen una animación”. La semejanza de algunas pinturas y los cómics ya ha sido descrita hace tiempo. Es más, las pinturas que pretenden animación se sitúan muchas veces en lugares de las cuevas con una acústica especial lo que lleva a la conclusión de que existían rituales con elementos sonoros asociados a estas pinturas. En fin, el no va más: cine, en color y sonoro.

 

1 comentario:

  1. Soy un entusiasta del cine y se me nota. La idea de que nuestros ¿primitivos? antepasados llegaron a intuir los principios del séptimo arte es muy atrayente. Por otro lado la prehitoria es un periodo de nuestra especie que me fascina. Aquí se han juntado miel sobre hojuelas.

    El tema es muy interesante y espero que, posteriores investigaciones, terminen por confirmar definitivamente que nuestros antepasados tenían una mente mucho más despierta de lo que la mayoría de las personas actuales piensa.

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