- ¡Esto es un atraco! ¡Manos arriba!
Luego, al ver la cara de asombro del pasaje, se echó a reír.
Se quitó el pañuelo y, con un guiño travieso pidió disculpas a la media docena de personas que ocupaban los bancos de madera.
-¡Lo siento: Es que no pude resistirlo: parece un tren del oeste...!
El joven, de unos 17 años, formaba parte de un grupo scout que recién embarcado en Espinosa de los monteros se dirigía hasta la laguna de Arija (Pantano del Ebro) para iniciar allí un campamento volante que marcharía a pie río abajo hasta el precioso pueblo burgalés de Orbaneja del Castillo. El Alto Ebro es uno de los parajes más bellos y singulares de nuestra geografía y en aquella época, 1980, era aún un gran desconocido para el turismo de masas que nos asola. Los compañeros del "forajido" estaban de buen humor. Aquellos diez días solos, a sus anchas, sin la presencia de adultos y con el aliciente de viajar en plena naturaleza siguiendo el curso de un río enbravecido era muy estimulante. Eran jóvenes y eran felices: ellos, inquietos y fogosos; ellas, risueñas y hermosas.
El campamento resultó una experiencia maravillosa, pero es aquel tren el que vuelve ahora a mi memoria. Aquel viejo tren de vía estrecha recorría la cornisa cantábrica desde La Robla (León) hasta Bilbao. El objetivo de aquella línea fue inicialmente acercar la importante producción carbonífera de las cuencas mineras leonesa y palentina a su consumo en los altos hornos de la poderosa industria siderúrgica de Vizcaya, sin embargo en aquellos años se empleaba ya casi exclusivamente para el transporte de pasajeros. Su primer tramo fue inaugurado en 1854 y su recorrido se fue ampliando hasta 1972 en que entró en quiebra y la empresa pública FEVE (Ferrocarriles Españoles de Vía Estrecha) se hizo cargo de la línea. Bajo su gestión la situación empeoró aún mas. En 1991 cesó su utilización para el tráfico de pasajeros. En 2003, finalmente, se reanudaron distintos servicios entre León y Bilbao. Su recorrido atraviesa las provincias de León, Palencia, Cantabria, Burgos y Vizcaya; y debido a su influencia económica y social a lo largo de más de un siglo es considerado uno de los ferrocarriles más emblemáticos de España. Hay que destacar que hasta 1955 aún funcionaba con locomotoras de vapor y que para 1980, año de nuestra aventura, utilizaba locomotoras con motores diesel que recorrían, con pausado run-run y velocidad de trotecillo de caballo, la accidentada geografía del norte peninsular. Entre las curiosidades de este ferrocarril está que en él se inventó la "olla ferroviaria": guiso ideado por antiguos maquinistas y fogoneros que, aprovechando el calor de la caldera vapor de la locomotora, se cocía en una olla especialmente diseñada. Potajes de garbanzos, patatas con carne de ternera de Mataporquera o potaje de alubias de Valmaseda eran las especialidades del menú del tren que aún hoy se sirven en restaurantes de su recorrido.
Los tiempos cambiaron y las viejas vías, por años abandonadas, sirvieron para poner a prueba un invento diseñado por los lugareños: "El ciclorraíl" que aprovechaba antiguas plataformas rodantes de mantenimiento modificadas para adaptar unas bicis a rodillos y circular sobre las vías como si de vagones autopropulsados se tratase. El invento captó la atención del mundo mundial.
Aquel viejo tren minero que nos llevaba al pantano del Ebro tenía los bancos de madera y traqueteaba como los auténticos convoyes de la Union Pacific. Veinte años más tarde, en la película "A galope tendido" Sancho Gracia recrearía ese ambientesobre este mismo trazado ferroviario.
Pasaron treinta y cuatro años desde nuestro viaje. El ferrocarril de la Robla es hoy en día un ferrocarril turístico que aprovecha un recorrido lleno de historia e interés medioambiental. A su paso por Santibañez de la Peña, Guardo, y el norte de León no carga ya sus vagones de carbón: las minas están abandonadas y hace tiempo que los altos hornos de Bilbao se apagaron por falta de hierro. A veces, eso sí, lleva algunas cargas a la central térmica de Velilla, cerca de Guardo.
Ese ferrocarril de mi niñez (jugué muchas veces en Santibáñez de la Peña, cerca de sus vías) asienta sus negras traviesas sobre la piedra blanca triturada que forma el balastro. El ancho de vía es de 1 metro de trocha y el tren no puede circular a gran velocidad pues descarrilaría. Es por esas vías, cerca de la población de Pisones, poco antes de la Estación de Santibáñez, que mi hermano Luis realizaba una ruta senderista este verano. Sabedor de que pasaría por los parejas mineros de la montaña palentina le pedí que me trajera algún mineral interesante que encontrara por el camino. Mientras caminaba junto a las vías distinguió una piedra negra que destacaba entre el blanco del balastro. Le piedra era curiosa: parecía carbón, pero no tiznaba. Tenía un aspecto reluciente, casi plástico. Evidentemente se trataba de una variedad de carbón ¿Pero cúal?
Cuando me lo entregó, busqué durante varias horas en internet. Quería clasificar correctamente el mineral. Podría tratarse de lignito por su textura, incluso me hizo pensar en el azabache, pero lo descarté porque su brillo no llegaba ser tan intenso. La hulla, con sus componentes bituminosos no parecía tampoco adecuada. ¿Sería antracita? Si así fuera sería la variedad de carbón más calorífica con más de un 85% de carbono, ardería con dificultad y no tiznaría. Me dispuse a comprobarlo. Tomé un trocito con los alicates y lo acerqué a la llama de uno de los fogones de la cocina de gas. El negro pedacito tardó un poco en ponerse incandescente. Cumpliendo las expectativas apenas produjo humo y la llama era mínima. Pero lo que más llamó mi atención fue su dureza y la capacidad de escribir sobre un papel como si fuera un lápiz. Aplicando uno de sus vértices sobre el papel pude escribir una frase entera con nitidez y un color gris claro (como un lápiz de dureza 3 ó 4). ¿Acaso esta antracita había llegado al estado más puro de grafito?
Así que el mineral que incorporo a la colección del cole tiene también su historia. Posiblemente fuera una trozo de antracita destinado a alimentar los altos hornos de Bilbao, donde se fundía el hierro con carbón asturiano, leonés o palentino. Haría muchos años que cayó de su vagón quedando sobre las piedras blancas del balastro hasta que un caminante, precisamente mi hermano, lo recogió para dárselo al pesado del hermano mayor que le hizo cargar con el pedrusco en su mochila durante un par de días. Y ahora que lo tienes delante y has leído este artículo quizás hayas aprendido algo de viejos trenes del oeste circulando por el norte de España, de aventuras adolescentes y de las variedades de los carbones. ¿No es apasionante lo que puede enseñar un simple pedrusco?
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