Hellen Keller
No me creerás cuando te diga que ser sordo es más frustrante para la vida social normalizada que la ceguera. No admitirás nunca que no oír te impedirá comunicar con la mayoría de tus semejantes en la vida corriente. No entenderás las preguntas repetidas, las respuestas sin venir a cuento, los diálogos de sordos... Sí, la sordera es la discapacidad invisible. Si la padeces lo sabes bien. Todo el mundo pensará, al verte, que eres una persona con todas sus capacidades: interpretará tus silencios como profundas reflexiones, traducirá tus gestos de atención como auténtico interés por sus palabras, pensará de tus distanciamientos que estás afectado por una profunda melancolía, interpretará misantropía de tu comportamiento... Le tendrás por engreído y antipático al no reír tus chistes, estimarás que es apatía su mirada distraída, juzgarás por demencia sus ojos extraviados, considerarás lunática su actitud abstraída, por enfermedad su cansancio en la conversación, su falta de respuestas... Su quietud te hará creerle muermo, serio, apático, triste...
Tan sólo cuando, por la edad, empieces a sufrir tú mismo los devastadores efectos de la audición disminuida; únicamente cuando algún familiar cercano te acerque a sus síntomas, exclusivamente cuando algún profundo catarro tapone tus oídos hasta escuchar los sonidos del mundo desde el fondo de un túnel... empezarás a comprender su situación y tendrán explicación para ti los comportamientos antisociales que observaste en las personas sordas.
Entonces se hará la luz. Encajarán las piezas, se explicarán los comportamientos inexplicables. Ese día entenderás, por ejemplo, porqué la profesora de C. Naturales alababa al chico de primera fila, siempre tan atento a sus palabras, y sin embargo, tan desastroso en sus exámenes... Comprenderás, al fin, el comportamiento de aquella alumna sorda que, desengañada, decidía no comunicar al conferenciante de turno su situación y pedirle habla lenta y clara, postura frontal: Total, a los cinco minutos, ya lo habían olvidado todos... Comprenderás el insoportable aburrimiento de la protagonista sorda de aquella hermosa película (Hijos de un Dios Menor), en medio de una fiesta de normoyentes... Imaginarás por fin la devastadora soledad de los sordos ante el audioprotesista intentando sacar el máximo partido a la pequeña fortuna que cuestan sus aparatos y desesperado ante los magros resultados...
Mientras tanto escucharás, cansino, los consejos de tus compañeros y amigos:
- "Pegunta las cosas", - "¡Para lo que hay que oír...!", - "Si no te enteras no pasa nada... tu sonríe..."
Porque ellos no saben, o no pueden imaginar, que las preguntas serían continuas y terminarías por convertirte en el aguafiestas de la reunión; porque no tienes siquiera la posibilidad de decidir si quieres oír o no "eso que no merece la pena oír"; porque no estás dispuesto a poner cara de idiota todo el tiempo...
Esta semana he estado visitando diversos gabinetes audioprotésicos para cambiar mis viejos audífonos (los pobres llevan ya trece años, cuando su vida media útil son cinco). Aparte de los precios de infarto de estas minúsculas cadenas de sonido, auténticos miniordenadores portátiles en la oreja; mi confusión como paciente es total. Pese a ser logopeda, pese a informarme periódicamente sobre los avances en la audición, estoy confuso: decenas de primeras marcas, de segundas, de terceras... marcas conocidas, marcas blancas... chips comunes en marcas diferentes... tecnologías clásicas, fiables, punteras, innovadoras... precios de gama alta, media, baja... ¡Una verdadera selva! Ni siquiera internet te ofrece comparativas.
Confundido escucho a cada uno de los técnicos (van más de media docena) asegurar que los aparatos por él recomendados son los óptimos; indignado me entero de que las distintas gamas (alta, media y baja) utilizan los mismos chips pero programadas para amputar funcionalidades en las de precios más módicos; perplejo descubro que los precios por los mismos aparatos pueden llegar a una diferencia de 1000 euros y que los descuentos se aplican, muchas veces, con criterios irracionales; desalentado compruebo que no tengo ayuda oficial alguna para una prótesis esencial para mi vida profesional y personal...
Necesito unos audífonos y los compraré. No solucionaré mi problema, pero quizás lo atenúe. No apagará mis omnipresentes acúfenos, pero los compraré. Pagaré varios sueldos completos por ellos. Elegiré una gama alta por necesidades de mi trabajo, por respeto a mis alumnos a los que debo oír. Gestionaré una magra ayuda por prótesis en MUFACE, mi mutualidad y quizá me den un mínimo porcentaje de su coste. Buscaré la tecnología puntera para que elimine los ruidos de fondo sabiendo que no resolverá mucho del problema, pero que he de intentarlo todo; será algo así como el Ferrari de los audífononos... Y todo será por vosotros, gente, por las personas con las que necesito comunicarme... porque lo que es yo, lo que mi cuerpo con orejas realmente pide, es apartarme en el silencio y descansar. Oír me cuesta mucho. ¡Creedme!
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