Muchos años pasaron los historiadores tratando de situar la famosa Segóbriga. Esa vieja cuestión que traía de cabeza a los historiadores fue resuelta definitivamente a partir del s. XIX y ya fue posible entonces afirmar entonces con rotundidad que las notables ruinas "romanas" de Cabeza del "Griego" correspondían a la famosa ciudad citada por los historiadores latinos Estrabón, Plinio y otros. Quién haya visitado en pleno Agosto sus bien conservados restos arquitectónicos pensará, no sin razón, que el raquítico río Cigüela que pasa a sus pies no pudo sostener con su escaso caudal una economía tan próspera como sus ruinas permiten adivinar. Su situación de privilegio entre importantes calzadas romanas tampoco parecía suficiente para explicar la indudable riqueza de sus habitantes. Algo importante se escapaba a la interpretación de la historia.
La tradición popular y la leyenda intentaban explicar a su modo la presencia de cuevas y ruinas en los alrededores: ante un hermoso busto de mármol se realizaba una burda atribución a "los griegos"; para la justificación de una cueva semioculta se acudía a bellas leyendas sobre los árabes y su conquista... Mientras tanto, las gentes del lugar, acudían de cuando en cuando en busca de espejillo para cocerlo en sus caleras y obtener con mucho esfuerzo un yeso de extraordinaria calidad. Los agricultores de la finca del Ranal (en Palomares del Campo) araban sus campos cuidando de no meter la rueda en los numerosos e inexplicables pozos que se abrían bajo sus tierras y apenas daban importancia a los trozos de tejas rotas y cerámicas que desenterraban las rejas de sus arados. En ocasiones los vecinos se habían acercado de chicos a ciertos parajes, como Santa Brígida o La Ermita de Urbanos (de la vecina Torrejoncillo) conocidos como antiguos asentamientos romanos, y habían rebuscado el suelo en busca de monedas antiguas. Quién más quien menos tenia alguna guardada por casa. A veces, alguien se encaprichaba con adornar su patio con alguna piedra singular o graciosa columna traída de las ruinas abandonadas de Segóbrica o desenterrada de las ruinas del Pulpón (ciudad campamento militar romana, cercana a Carrascosa del Campo). Algo más lejos, en el cruce del Cigüela con la N-III estaba el término de Villas Viejas, donde hacía algunos años se realizaron escavaciones encontrando que sus ruinas pertenecían al misterioso poblado celtíbero de Contrebia Carbica, en aquellos tiempos tan grande como Toletum (Toledo), y provisto de fosos enlucidos con yeso y talleres de orfebrería. Parecía lugar este especialmente querido para asentamientos, cosa inexplicable ya que el suelo era pobre, el agua salobre y escasa y el clima extremado.
Ya comprobado que la mentada y rica Segóbriga era la ciudad sepultada bajo los restos visigodos y árabes que se alzaron sobre sus ruinas, los historiadores cayeron en la cuenta de que el espectacular monasterio de Uclés, alzaba su cantería a base de las piedras romanas hurtadas a la antigua ciudad: muchos grandes edificios públicos, mucha piedra labrada, excelentes termas, numerosas caminos y calzadas, cuantiosas poblaciones subsidiarias... Segóbriga guardaba un secreto: el secreto de su inexplicable riqueza.
Cuando en 1970 se iniciaron las excavaciones para la cimentación del acueducto del transvase Tajo-Segura que atraviesa el valle del Cigüela, se encontraron, en el suelo vaciado correspondiente a varias de sus pilas, numerosas galerías escavadas que sorprendieron a los arquitectos. Desconcertados hicieron un rápido reconocimiento y estudio sin poder concluir el origen y finalidad de aquellos pasadizos claramente antiguos e intencionadas. Ante la falta de explicaciones propusieron diversas hipótesis que enseguida tuvieron que descartar: primero pensaron que las minas intentaban beneficiar masas de alabastro dentro del macizo yesífero; después elaboraron otra, basada en la abundancia de agua en las galerías, explicando las mismas como labores de captación de aguas subterráneas; una más atribuía los pozos a la intención de extraer aguas muy sulfatadas para labores de alfarería; finalmente -a la desesperada- apuntaron que se trataba de labores de entrenamiento en zapa de alguna legión romana asentada en las proximidades. La explicación correcta les fue revelada en el año 1979 cuando, visitando el museo arqueológico de Cuenca, contemplaron un panel los resultados de la expedición arqueológica realizada unos años antes en la Cueva de la Mudarra, en la vecina Huete (Cuenca). Allí se daba cuenta de la exploración de una amplia red de galerías en la roca yesífera que constituían una antigua explotación minera romana de lapis specularis, el antiguo cristal usado en el imperio antes de la utilización del vidrio.
Desde esa época, y contando con que aún Segóbriga no había sido localizada con certeza en el mapa, la perspectiva de que la riqueza de esta urbe estaba relacionada con la extracción de Lapis Specularis no ha hecho más que afianzarse. La revisión de los textos romanos de Plinio el Viejo (que seguramente visitó estas explotaciones en su viaje por España) y el análisis de otras fuentes han permitido conocer, poco a poco, gran parte de esta importante minería, minusvalorada en la historia posterior, al considerarla insignificante o anecdótica. Las recientes investigaciones confirman que la industria y minería del Lapis complementaba dignamente a la del oro de las Médulas. Hoy día se sabe, por ejemplo, que las explotaciones fueron numerosísimas; que los centenares (acaso miles) de pozos abiertos a lo largo del Cigüela y en los territorios dentro del área de cien mil pasos romanos alrededor de Segóbriga ofrecieron un paisaje peculiar durante años, plagados de aberturas y cicatrices en la tierra, alterados por montañas de sedimentos de yeso y espejuelo desechados; que las construcciones auxiliares jalonaban las calzadas con herrerías, explotaciones agrícolas para sustentar a los trabajadores y esclavos, campamentos militares, tabernas, talleres de manufactura y edificios administrativos.
El terreno estaba salpicado de carreteras y senderos donde los carros y los mulos transportaban cajas y capazos con lápis cortado en superficies estándar que había sido cuidadosamente empaquetado entre paja y que luego sería transportado por la calzada que venía desde Cómplutum para ser embarcado en los puertos de Carthago Nova (Cartagena) con dirección a Roma en las naves lapidarias.
Porque ese cristal, tan blando que puede rayarse con la uña pero de una transparencia que supera al vidrio, ero lo mejor que tenían en la época para cubrir las ventanas de los edificios romanos. El uso del lapis como cristal que permite el paso de la luz y como excelente aislante término, está atestiguado en edificios públicos, en palacios privados, en los invernaderos del emperador e incluso en el Circo donde se utilizaba para impresionar a los asistentes debido al brillo de sus láminas finamente divididas. Los historiadores hablan de la calidad del lapis hispano, el más transparente y de láminas más amplias, extraído en el imperio. Porque, si bien, las láminas nunca excedieran de cinco pies romanos (algo menos de metro y medio), se podían componer bellísimas vidrieras con ayuda de herreros y carpinteros.
Y ese es el secreto que guardan las antiguas cuevas de Palomares, Torrejoncillo, Huete.. y todos los pueblos del GR163, sendero de Gran Recorrido de reciente creación bajo la denominación del Cristal de Hispania. Cuevas que perdieron su origen y explicación durante siglos, cuevas que la imaginación de los lugareños convirtió en encantadas: Griegos, romanos, godos, moros, misteriosas mujeres, noches estrelladas, encantamientos, palacios de cristal, tesoros... este es el material con que se construyeron los sueños de sus habitantes.
Hoy desde el Yanna musulmán, el paraíso de los piadosos, una bella hurí sonríe al pobre hombre que acaba de llegar. La joven musulmán por otros llamada la Mora Encantada, la que nunca fue en la cueva en la que nunca estuvo; sonríe contemplando a Pedro Morales agotado después de buscar su inexistente ataúd. Lo recibe en sus brazos y le consuela. No necesitará las monedas de oro en el jardín de los hombres justos. De su hermoso sueño solo fueron verdad su cueva de cristal y el blanco ataúd.
Desde hace muchos años, en el limbo de los hombres perdidos, una muchedumbre de siervos y esclavos empapados en sudor descansa en el inframundo de los muertos. Iluminados con cientos de lucernas seles puede ver sentados, descansando, a lo largo de estrechos túneles que ellos mismos cavaron. Llevan en las manos una lámina de transparente cristal. Esperan, mostrando su brillante presente, ser perdonados y liberados de su destino.
NOTA: Si tienes interés por la historia del lapis especularis en Hispania y los aspectos con él relacionado no dejes de visitar:
El Cristal de Hispania
Lapis Specularis
Y estas tres entradas del autor del blog que recogen aspectos de este mismo tema:
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