sábado, 17 de enero de 2009

Delincuente juvenil

La historia oficial habla de un niño de ocho años llamado Jesús Grande que un día entró al frente de una pandilla de críos en este edificio arrastrandose bajo la puerta. Dentro de este edificio histórico burgalés, entonces convertido en almacén, robó unas bolsas de detergente y se las llevó a uno de los descampados cercanos, lugar secreto de juegos y reuniones infantiles.

La historia recordaría la angustia de un chiquillo inocente que jugaba con su pandilla en el campo de futbol compactado con hollín cercano a su casa y compartía el viejo almacén de pilones al raso como lugar secreto de reuniones y que de repente se vio evuelto en una pequeña conspiración infantil.

La memoria nos muestra imágenes de ese niño jugando junto a la fuente de la esquina de la calle Barrio Gimeno con La Iglesia de S. Cosme y S. Damián en la gran manzana que formaba el colegio Liceo Castilla. Un desconocido de aspecto severo se le acerca y le pregunta si conce a fulanito y menganito... Confiadamente le dice que sí, que son sus amigos... El desconocido (un triste policía secreto de la época franquista) en un movimiento aparentemente involuntario le deja ver una pistola sujeta al cinto... El terror y la desconfianza que se apoderan del niño inocente que empieza a titubear y evadir respuestas y compañía de tan amenzadara prensencia.

La mente actual de aquel niño aún intenta explicarse aquella sucesión de acusaciones, desconfianzas y confusiones.

Acusado de robo. Mi padre que trabajaba en la Audiencia me conducía él mismo a los interrogatorios y, en los pasillos y a la puerta de los inspectores, aún me apremiaba: ¡Dí al verdad!

- Pero, papá, si digo la verdad... Yo no he cogido nada... Claro que conozo a esos niños, son amigos míos, pero no sé de qué cosa hablan que cogí....

Hubo alguna ocasión en que tube que abandonar el colegio para ir a declarar... Delincuente juvenil a los ocho años.

Mis compañeros del barrio había elegido el chivo expiatorio. La víctima ideal. Se habían fijado en el más débil para que pagara el pato de aquellas travesuras infantiles.

Pasaron algunas semanas de confusión e incertidumbre. Con tu padre insistiendo en que debía decir la verdad (cada vez que lo reiteraba era un nuevo hachazo a la confianza filial). Con la evitación continua de tus viejos compañeros. Enrevesandose las cosas en la instrucción de la causa. Contradiciones y dudas en mi cabeza infantil.

¿Qué pasaba entonces por mi cabeza? - Más de una vez he pedido a mi padre que me permitiera, si era posible, examinar el expediente de aquellos sucesos, leer mis propias declaraciones y las ajenas... ¿Quién me acusaba y de qué? ¿En qué términos? ¿Por qué lo haría?...

De aquella época me queda la amarga desconfianza hacia la justicia. La creencia en la estupidez de algunas personas que no sabían discriminar la verdad y la mentira entre el terror de un chiquillo angustiado. La triste experiencia de la fugacidad de la amistad cuando las cosas se ponen duras... La desolación de percibir la desonfianza de tu propio padre...

Y hoy, cuarenta y dos años después paso por delante de esta puerta y hago una foto para certificar que existió este suceso y tuvo su importancia en mi vida, quizás más de lo que yo mismo haya pensado. Intento mirar por los viejos postigos, asomarme a sus rotos cristales suplantados por viejos plásticos y me esfuerzo por recordar... pero ninguna imagen familiar me viene a la memoria. Suspiro aliviado. Uno llega a creerse las falsas acusaciones si todo el mundo insiste en asegurártelas.

¡Definitivamente no soy un delincuente juvenil! Aunque la vida me ofrecía gratis los primeros créditos de esta carrera.

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