domingo, 1 de marzo de 2009

Valladolid la nuit.


Kilómetros antes de Medina de Rioseco el canal, restaurado y cuidado, ofrece un aspecto espléndido. Vuelve a ser maravillosos pedalear por sus márgenes, con árboles magníficos, caminos cuidados y ámplios... Se nota que es un atractivo del lugar y que lo miman. Semeja una entrada triunfal la llegada a Mediana. Un pueblo importante, cuidado... Callejeé por la población sin entretenerme (estaba pendiente del horario de autobuses para Valladolid).
La parada está al lado de una gasolinera, que además está contigua al IES del que me había hablado el profesor ciclista que encontré en Herrera. Tuve que esperar algunas horas hasta que saliera algún autobús. En el bar de la gasolinera no quisieron cuidarme la bici hasta que volviera de Valladolid. Recurrí a visitar al conserje del IES y pedirle que me la guardara. Lo hizo con mucho gusto y se lo agradecí (después tuve que aumentar mi agradecimiento aún más; si algún día lee esto sabrá que realmente me hizo un gran favor).
Llegué a Valladolid, poco antes de las 10. La estación no está lejos del Puente Mayor y yo sabía que éste no estaba lejos de donde había dejado el coche. Los supermercados estaban a punto de cerrar. Yo había quedado con mis padres en que llevaría lo necesario para una barbacoa que celebraríamos en Ayuela. Mi hermano Luis cumplía años y pensábamos celebrarlo allí. Con el tiempo justo compré 2 kg. de sardinas, 1 Kg de panceta, chorizos, morcillas, un melón de unos 2 kg... Aproximadamente cargué con 8 Kr. de peso. Ya anochecido cogí las pesadas bolsas de plástico y me dirigí hacia donde me parecía que dejé mi R11. De noche todos los gatos son pardos y, calle tras calle, no lograba encontrar la de mi aparcamiento. Serian las 11 cuando empecé a preocuparme seriamente. La rivera del Pisuerga estaba desdibujada y ya no situaba los puentes y edificios tan claramente como el día de mi llegada. Probé a explorar los alrededores de cada puente, pero nada... Las bolsas pesaban como demonios. Preguntaba a los transeuntes: ¿Oiga, por favor, sabe donde está el puente del Regueral? Nadie parecía conocerlo: me hablaban del puente Mayor, del puente de Poniente, del Puente de Morato... - ¡Ay, Dios, seguro que la memoria me ha jugado una mala pasada y no recuerdo bien el nombre del puente...
Desesperado de callejear al azar, de ir y venir varias veces por las mismas calles vestido de ciclista y con 5 bolsas de plástico cargadas de sardinas, morcillas... opté por entrar en un bar próximo al puente Mayor. El bar "La amistad" tenía un nombre tranquilizador. Tras contarle mi odisea convencí al dueño para que me permitiera dejar las bolsas en su local. Un poco a regañadientes accedió. Eran las 12 de la noche. Por lo menos la búsqueda la haría sin dañar las manos, que empezaban a despellejarse bajo por el peso de las dichosas bolsas. Aún estuve una hora y media más callejeando, preguntando, fijándome en cada coche con la esperanza de encontrar el mío. Preguntaba por el Puente de Regueral cada 5 minutos. Hubo alguno que me respondió a la gallega, casi con impertinencia: -¿y para qué lo quiere saber? ... Cuando les contaba la historia tenía la impresión de que no me creía nadie... Desalentado decidí dejar de buscar. Intentaría encontrar un sitio para dormir. Volví al bar "La amistad" y traté de convencer al dueño de que me guardara las bolsas hasta el día siguiente. Evidentemente había estado curioseando el contenido pues me respondió que no se comprometía a tener esa mercancía en el local, que hacía calor y que... En fin, le agradecí el primer favor y aún le pregunté por alguna pensión u hostal cercano. Me informó que no las había por allí y me indicó la dirección del centro. Eran aproximadamente las 2 de la noche. Volví de nuevo a callejear por Valladolid-La Nuit disfrazado de ciclista-recadero de supermercado. Ya ni me preocupaba de las miradas de la gente al verme de tal guisa. Preguntando aquí y allá no acababa de encontrar ni una miserable pensión... A la altura de un semáforo me topé con una pareja de policías de servicio en su coche municipal. Les pregunté por una pensión y me dieron un dirección precisa que agradecí. Cuando iba a proseguir, se me ocurrió probar una vez más, casi sin esperanza: - Oiga, ¿no sabrán por casualidad cual es el puente de Regueral?...
¡Bingo! Los municipales no dudaron en indicármelo y me aclararon que la gente lo suele conocer como puente "Del Poniente". ¡¡¡Diosssssssssss!!! Volví sobre mis pasos hasta la ribera del Pisuerga. Allí localicé el dichoso puente "Del Poniente". Eran las 2:30 de la madrugada. Valladolid-la Nuit en todo su apogeo por esa zona: terrazas, bares de copas, grupos de jóvenes bien vestidos y alimentados, aseados, muy pijos ellos, vivían esas horas en que el frescor conserva los cuerpos desodorizados y bienolientes. Yo pasaba con mi atuendo sudado de ciclista, con mis bolsas-barbacoa, con mi cansancio y mi enfado... Estaba harto de las dichosas bolsas. Decidí esconderlas tras un seto en uno de los jardines próximos al puente. Volvería a por ellas cuando encontrara el coche o las dejaría allí para siempre. Exploré el puente a ambos lados. Con alivio descubrí la placa que daba nombre al mismo: "Puente del Regueral". Enrabietado pero aliviado enfilé la calle próxima donde dejé el coche: allí estaba. Casi le acaricié.
Volví hasta la glorieta donde dejé las bolsas. Paré al lado del jardín donde escondí las bolsas. Salté el seto ágilmente ante la mirada de asombro de la gente sentada en las terrazas próximas. Con aire desafiante cogí el botín y lo metí en el maletero del coche. La gente con la boca abierta y pensando ¿droga?, ¿un indigente?, ¿un robo?... Sin mirar atrás, sentarme al volante y arrancar con un buen acelerón. ¡Adios, Valladolid!: Me sacudo el polvo de mis sandalias (o debería decir ruedas) al salir por la carretera N-601 dirección Medina de Rioseco.
Serían las 3:30 cuando llegué a Medina. Abrigaba la esperanza de que el buen conserje del instituto me hubiera dejado la puerta abierta. Si no era así me aguardaba dormir en el coche hasta el día siguiente cuando pudiera abrirme para recuperarla. Afortunadamente había dejado una puerta abierta.
Casi como un ladrón entré en los jardines del instituto y encontré la bici, encadenada en el sitio donde la dejé. Improvisé una nota de agradecimiento que coloqué en el tablón de anuncios y cargué la bici en el viejo R11.
De ahí a Ayuela aproximadamente una hora de viaje. Era una noche cálida. Pero me sentía feliz. Al final todo sale bien. Las anécdotas, los ratos más penosos, te hacen incluso sonreír... Incluso, sin prisa alguna, me detengo en un pueblo desconocido, me acerco a su fuente solitaria y bebo un sorbo de agua fresca... La noche es bellísima, cuajada de estrellas... Unos kilómetros más y llegaré a Ayuela. Al día siguiente nos espera una bien ganada barbacoa.
Jesús Marcial Grande11-14 de julio de 2004

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