Grabadas a fuego, en algún secreto lugar del hipocampo, perduran nítidas las emociones de la primera película en colores que vi en mi vida: Pinocho (De W. Disney). Pepito grillo caléntándose el trasero en el fuego de la chimenea, Pinocho fascinado por el parque de atracciones... Son imágenes que me hipnotizaron a los 6 años y cuyo influjo perdura después de cuatro décadas. Entonces descubrí la magia del cine.
Desde hacía meses mis padres me habían sacado el carnet que me permitía acudir al cine del Liceo Castilla. Había que pagar una cuota mensual que siempre era mucho para mis pobres padres, pero que se esforzaban en pagar sabiendo de mi ilusión. Yo acudía a aquel enorme y cálido salón emocionado. La primeras películas eran en blanco y negro. Cuando las huestes a caballo de Sir Ivanhoe llegaban al bosque entre vítores y cánticos de los campesinos me entusiasmaba como ellos mismos. De él aprendí que para saber si una moneda de oro era falsa había que morderla... ¡Cuántas veces salíamos del cine amagando duelos, persecuciones de índios y grandes tiroteos!
Más tarde acudíamos los domingos al cine del Círculo que tenía un salón enorme. El salón era utilizado para los actos sociales y religiosos de la entidad, pero el domingo por la tarde era completamente nuestro. Al final de nuestra estancia en Barrio Gimeno costaba 1 pesetas (tanto como toda nuestra propina, por lo que había que pedir una paga extra especial). Aún recuerdo aquellas butacas de madera que golpeaban y crujían durante toda la película. No importaba mucho porque el estruendo de las películas del oeste era aún mayor.
Cuando tenía 10 años los Reyes me regalaron una máquina de "cine Nic". ¡Con cuánta ilusión la recibí!. Exploré cuidadosamente su mecanismo, estudié sus películas, hice algunas propias y pasé ratos estupendos manipulando y jugando con mis proyecciones. Duró más de una década hasta que el cable retorcido fundió con un cortacircuito el casquillo de la bombilla de 40 W que utilizaba. Este juguete patentado en 1931 tuvo ventas millonarias en todo el mundo hasta su descatalogación en 1974. Sí señor. Un juguete bien hecho.
Los fines de semana íbamos al cine "de verdad". El mítico cine Rex acogió la los 3 hermanos Grande en maratonianas tardes de sesión contínua. Entrábamos aproximadamente a las 3:30 y veíamos las películas 2 veces. Como eran sesiones dobles nos tragábamos 4 pases en total ¡y no nos aburríamos!. Curiósamente en la segunda pasada la película nos gustaba más. Volvíamos a casa entre sonámbulos y hambrientos hacia las 10 de la noche. En aquella época apreciábamos héroes y personajes como El Zorro, Fantomas, Trinidad y Fu-man-chú (cuando veo alguna de esas películas hoy en día me quedo estupefacto: ¿cómo es posible que nos gustaran eso?)
Entraba en la adolescencia en tierras de Arévalo. Vivía en el Juniorado Mayor marista junto con una cincuentena de compañeros. Las instalaciones eran magníficas y teníamos ¡un cine para nosotros solos!. Allí tuve la oportunidad de sentir físicamente el contacto con el material de los sueños. Tuve en mis manos las cajas metálicas de película envueltas en sus sacos de lona y etiquetadas (llegaban todas las semanas y había que llevarlas a la sala de proyección). Los grandes proyectores con iluminación a base de arco voltáico (los electrodos de carbono desechados fueron examinados minuciosamente en cuanto tuve ocasión). La selección de películas y las orientaciones ideológicas y técnicas (en forzada mezcla entre cineforum y adoctrinamiento). Empiezo a datar todas las películas que veía en mi agenda juvenil: se puede consultar que vimos "La fierecilla domada", "Jhoni Ratón", "Melody", "El pequeño salvaje", "El zorro vuelve otra vez"... y así una larga lista pues veíamos una película semanal.
Dos años después, en 1974, nos trasladamos a Tuy y cursamos bachillerato en el Instituto de la ciudad. Tuvimos la suerte de tener como profesor a Miguel Ángel Santos Guerra que había realizado estudios de cine en la Escuela de Cinematografía. Organizó un cineclub en la localidad. Preparaba una introducción y unos apuntes mecanografiados que aún conservo.
Esas orientaciones conceptuales y técnicas me ayudaron muchísico. Miguel Angel Santos impartió también en nuestro juniorado un curso de cine que me fascinó. Apliqué mi mejor letra al cuaderno de apuntes que aún conservo. Desentrañar los secretos de la magia del séptimo arte, conocer los resortes de esta máquina de la belleza, me produjo una satisfacción enorme. Y al mismo tiempo alimentó aún más mi curiosidad.
Nuestros campamentos de verano en el albergue de Navalguijo en Gredos nos dio la oportunidad de entrar en contacto directo con la realización de un film. Se trataba de una película en 16 mm rodada en los parajes de este bello pueblo abulense. Durante aquellos 15 días, nuestro nutrido grupo de adolescentes realizó un ataque con arcos y flechas en la ribera del río, junto a la poza donde nos bañábamos a diario. Convertimos el salón del albergue en un salón del oeste con sus puertas giratorias y mostrador. Allí tomábamos un wisqui-zumo mientras mordíamos un cigarrillo y poníamos cara de duros en las mesas de poquer. Lo más divertido la pelea en el salón. Podéis imaginaros.
Como toda película que se precie tenía su árbol del ahorcado (el roble más grande, cerca del campamento), sus caballos (todos los lugareños dejaron gustosos el suyo), sus tiros (con pistolas reales y rifles de caza con munición de fogueo...) La película se completó con algunas escenas rodadas en el Cañón del Río Lobos, en Segovia. Sonido y voz fueron puestos por un grupo de elegidos en el colegio marista de Valladolid. Fue una bonita excursión que nos dio la oportunidad de conocer este colegio y salir de la rutina.
No llegamos a ver el resultado final. Supongo que la copia duerme en algún armario polvoriento de algún incógnito colegio marista.
Por ir al cine, aún me escapé una vez del ISPE Castilla donde estudiámbamos el postulantado en Salamanca. Fue una noche de aquellos días en que nos examinabamos de la selectividad. A riesgo de ser descubiertos nos atrevimos a saltar por una ventana abierta y nos acercamos a Salamanca donde, muy adecuadamente a la emoción y el miedo de la escapada, vimos "El Exorcista". La vuelta adquirió tintes dramáticos cuando descubrimos que la ventana que dejamos abierta había sido cerrada trancada con cerrojo. Furtivos en la noche exploramos todo el exterior del edificio hasta que dimos con un ventanuco elevado con acceso a los servicios de la cocina. Inexplicablemente alcanzamos la pequeña oquedad y, de alguna manera que no puedo recordar, acabamos dentro en medio de algún tropezón ruidoso. Afortunadamente nadie se enteró.
Aquello ocurria cuando ya era firme que abandonaba los maristas. En los años siguientes, mientras cursaba magisterio acudí al cineclub universitario de Burgos. Antonio Gregori nos preparaba unos cineforum magníficos donde aprendí a apreciar una amplitud de géneros, estilos y cinematografías marginales.
Aquellas películas, para las que nos preparaban previamente, arrancaron buena parte de nuestras telarañas ideológicas. Otras imágenes se nos antojaban perturbadoras y extrañas. Películas de la Nouvele Vage, cine italiano (aún recuerdo el pase de Agostinho, una película perturbadora para mí y que no he conseguido encontrar en ninguna parte), cinematografía latinoamericana de contenido social... Algunas películas aún tililan nítidas en mi memoria: La parada de los monstruos, terror en estado puro sin recurrir a truco alguno.
En aquellos años, ya universitarios, realizamos algunos cursos de cinemetografía. En uno de ellos incluso realizamos un pequeño corto: "16 horas en esta ciudad" (Burgos). Frente a elaborados guiones con su correspondiente presentación-nudo-desenlace y documentales ampulosos de tipo arquitectónico-mareante, nosotros presentamos un documental sobre estampas burgalesas con escenas interesanes, algún plano de mérito y un montaje un poco aleatorio... Mi amigo Jesús González, en un ataque mezcla de pánico y de sinceridad, la presentó literalmente como "una mierda". No estoy de acuerdo. Años más tarde la recuperó de sus archivos y hoy podría tener incluso un cierto valor documental (era el año 1978).
Recuerdo especialmente las conferencias de directores consagrados: Jose Luis Garci, Pedro Olea... y la selección de proyecciones, todas fuera de los cirtuitos comerciales pero de un extraordinario interés. El ir a los cineclubs tenía además el aliciente de encontrarte en medio de un ambiente universitario y estar en contacto con chicas de tu edad con parecidas inquietudes. Cuando las proyecciones eran en el instituo femenino, aún con más motivo.
Acabó magisterio y el cine siguió siendo la gran evasión para los momentos tristes o anodinos. Era la ocasión de huir de la aburrida rutina de la mili en Almería, la relajación frente al duro temario de la oposición en Burgos, la forma de llenar las tardes de los domingos en Arganda el primer año de maestro... Gracias a una de aquellas tardes, viendo "Ópera prina" que llamé la atención de mi futura esposa al comentar "Esta película es un orgasmo visual"... (¡era para matarme!). Al año siguente el viajar a Madrid para ver una película hizo que, de vuelta a Parla, no encontrara alojamiento y tuviera que dormir en un banco de un parque público. Pero el gusanillo del cine seguía haciendome cosquilla y me apunté a un curso de cine en la Universidad Popular de Parla.
El cursillo estuvo bastante bien. Avanzado en cuestiones técnicas (muchas cosas me eran novedosas, pese a que yo tenía mis nociones) y selección de materiales y películas adecuadas. El curso finalizaba con una práctica consistente en rodar una película en 35 mm. El argumento era infumable pero la calidad del equipo y la experimentación real de la realización de un documental era excitante. Nos sirvió para visitar los depósitos de productos tóxicos, las cloacas más repugnantes y los vertederos más malolientes de la comunidad de Madrid (el argumento era la contaminación del planeta expuesta por medio de parejas en parajes sucesivos de degradación ambiental)
Y así ha seguido el cine formando parte de mi vida. Desde hace unos 20 años, es la televisión la que sirve de soporte a esta actividad. Y, en los últimos tiempos, retomo una faceta más activa con ayuda del ordenador y realizando (empresa casi titánica) dos películas de animación con el programa "Tales Animtor". Duran unos 40' cada una y son historias fantásticas adaptadas a escenarios del cole donde trabajaba. El resultado, pese al rudimentario programa y estar realizadas por una sóla persona es impactante. Los actores que prestaron sus caras y sus voces son los alumnos de logopedia del cole. No publico la totalidad de la película por no tener los derechos de imagen. Pero si me es posible pondré algunas escenas.
Y eso es todo, muchahos.
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