sábado, 10 de marzo de 2012

Mis fetiches (4): Mi vieja Parker 51

 
  
Cuando murió mi tío Faustiniano, mi tía Lucila nos entregó su pequeña biblioteca, su colección de papeles, sus escritos personales, sus pequeñas investigaciones y su pluma.
La pluma ya tenía sus años por aquel entonces y una historia interesante. La vieja parker 51fue revolucionaria en sus tiempos. Los ingenieros de la compañía Parker introdujeron la innovación revolucionaria de utilizar una tinta de secado rápido a base de una tinta más alcalina que penetraba más profundamente en el papel. La llamaron "superchrome" y era mucho más brillante que la anterior. El problema de la corrosión del depósito de goma por su alcalinidad llevó a sus ingenieros a desarrollar un cuerpo de pluma en lucite, material utilizado en los aviones B-17 de la Segunda Guerra Mundial y que no se alteraba con la nueva tinta.

El diseño de la nueva pluma, se encargó al famoso artista húngaro Moholy-Nagy del movimiento Bauhaus, que creó un prototipo revolucionario: seguía la moda aerodinámica, con la forma de un fuselaje de avión y su plumín venía carenado para evitar que la tinta se secara en el mismo. Igualmente el plumín se fabricaba con una novedosa aleación de platino y rutenio (metal que hasta entonces no tenía casi aplicación alguna). El modelo se denominó 51, porque su desarrollo se finalizó en el año 1939, 51º aniversario de Parker. A partir de 1948 el antiguo depósito de tinta se sustituyó por el nuevo aerométrico, en el que un depósito de plástico Pli-glass, contenido en un cilindro metálico abierto por un lado, podía comprimirse con los dedos al presionar sobre un fleje que llevaba adosado. Al soltar el fleje el vacío dentro del depósito hacía subir la tinta. Los gastos de investigación para la creación de la nueva superpluma fueron elevadísimos para la época: un cuarto de millón de dólares pero, tras una tímida acogida inicial, su demanda se disparó superando en la década de los 40 la oferta que podía cubrir la compañía.

Así que la pluma de tío bien pudo ser un regalo muy valioso que se le hiciera, allá por los años 50, seguramente cuando era secretario en Santibáñez de la  Peña, como muestra de especial aprecio o en cosideración a su especial dedicación, pues siempre fue un trabajador infatigable en favor de sus ayuntamientos. Lo que es seguro es que no la compró él mismo pues su precio sería prohibitivo. La compañía se cuidó muy mucho de mantener en alza la demanda mediante  precios elevados. La dorada parker 51 se aproximaba al concepto de joya. El hecho de tener el capuchón chapado en oro de 14 kilates ya delata la intención con que fue construída.

Se usó para la firma de los eventos más importantes de aquellas décadas: el armisticio de la II guerra mundial, incluso se realizaron ediciones conmemorativas usando la plata de un pecio español del s. XVI.

En la época en que entró en la casa del pueblo, dentro de algún cajó, del armario biblioteca de mi tío, yo estudiaba magisterio. Desde que la descubrí empecé a usarla a menudo. Me gustaba la suavidad con que se deslizaba sobre el papel, sentir su peso en la mano lo que daba seguridad a la caligrafía, su elegancia en el trazo, su facilidad de uso y de recarga y la resistencia que presentaba a caídas, golpes y presiones. Además se adaptaba muy bien al doble trazo que yo, de forma heterodoxa , conseguía invirtiendo el plano de apoyo del plumín y haciendo que la línea fuera finísima. Por otro lado el capuchón dorado daba un halo de prestigio al escritor que parecía también transmitirse a los escritos.

Esa pluma trabajó sobre miles de renglones. Fueron con seguridad kilómetros de líneas azules completadas con su plumín indestructible. Con ella hice numerosos exámenes. Ella fue mi instrumento para realizar las pruebas de la oposición ¡Y siempre con exito! Fue gracias a ella como compuse multitud de poemas, cientos de relatos que guardo con la esperanza de publicar algún día. Fue la autora de cartas sentidas y entrañables.
Esa pluma de mi suerte, que aún conservo, está ahora ligeramente abollada. Un corrosivo pegamento se adhirió a su capuchón y hube de rasparlo dejando los arañazos del cuter sobre la filigrana. Su prendedor de pluma dorada ya palidece con el roce de los años. Tuve que arrancar su plumín cuando empezó a derramar la tinta con leves hemorragias...

Pero aún la conservo. Siempre fue mi pluma de la suerte. Siempre merecerá un lugar entre mis amuletos más valiosos. Quizás, como a los viejos guerreros que yacen en su tumba enterrados con sus armas, debiera acompañarme al crematorio cuando llegue mi momento. Allí, unas minúsculas gotas doradas, sobrevivirán al humo del final de mi existencia.

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