En el mismo momento en que se publica esta entrada, a las 23:39 de la noche del sábado al domingo de hace 100 años, en 1912, el casco del Titanic chocó contra un iceberg en el Atlántico Norte en su primer viaje a Nueva York. Hoy sepultado a cuatro kilómetros bajo el mar. Miles de barcos en todo el mundo estarán en estos momentos haciendo sonar sus sirenas en recuerdo de este coloso, símbolo de soberbia naval.
La palabra TITANIC proviene de la mitología griega y su significado original se refiere a una raza de gigantes (titanes), temibles por su gran tamaño y fuerza, que fueron derrotados por los dioses del Olimpo. Igualmente, en inglés, la palabra TITANIC se refiere a las características de estos mitológicos "titanes", especialmente en la envergadura, lo colosal, lo gigante, la magnitud, el poder, la fuerza o la influencia; justamente los atributos que la White Star Line buscaba con la creación de sus tres barcos, uno de los cuales recibió esta denominación.
La historia de este buque gigantesco es al mar lo que la Torre de Babel a la naciente civilización humana en Persia, lo que la Atlántida a los míticos imperios de la antigüedad, lo que Machu Pichu a los mayas, lo que el Coloso de Rodhas a Grecia, lo que La Invencible al Imperio Español, lo que David a Goliat... Una larga sucesión de engreimientos y falsas seguridades en la historia de la humanidad.
Estas periódicas curas de humildad que sufrimos los humanos nos sitúan en nuestro verdadero lugar: seres frágiles, sujetos a avatares imprevisibles, a merced del capricho de los elementos, expuestos al error o la estupidez. Cuando las ostras del último menú de a bordo volvieron al fondo, se enterró con ellas la prepotencia y la pretendida superioridad de la especie en su batalla con la naturaleza. Recordemos pues que al igual que Ícaro levantamos el vuelo y olvidamos que el calor derretía nuestras alas, que el frío iceberg golpeaba con dureza nuestro casco invencible.
¡Cómo no rendir homenaje a un mito semejante! La historia parece hecha a medida para ser un mito universal. El gigante invencible derrotado por la imprevista y apacible masa helada a la deriva. Quiero expresar mi admiración por la película de James Cameron (cuya obsesión por el pecio le ha llevado a sumergirse y estar más tiempo en su casco fantasmal que el capitán del navío en toda su historia de navegación). Sus imágenes fantasmales, oníricas, tenebrosas me subyugaron; y las historias tejidas en torno a su trágica travesía me hicieron soñar, envidiar, llorar...
Ante la pantalla rendido, emocionado, lloroso... la empatía con las víctimas que contemplaba me hacía pensar activamente en algún recurso, en alguna solución para la supervivencia de aquella multitud que perecía sin remedio. Se me ocurrió una que, quizás parezca estúpida, pero que debería haberse contemplado. Quizás hubiera salvado miles de vidas: en el problema estaba la solución; el Titanic debiera haber dado marcha atrás, ponerse al costado del iceberg y desembarcar al pasaje en el grueso témpano si fuera posible. En esa isla flotante, pese al frío, los náufragos podrían aguantar mucho mejor la espera de los buques al rescate. Sumergidos en el océano helado muy pocos sobrevivieron.

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