sábado, 5 de mayo de 2012

El partidillo

 
Allá por el año 1996 llegamos a la urbanización. Fue una cómoda colonización  del asfalto y el cemento de unas parcelas ya edificadas en la Urbanizacón Mirador del Henares, donde antes se cultivaba maíz y patatas de muy buena calidad. Llegamos aquí sin conocernos, con la excitación y la curiosidad de quien inicia una vida "de calidad" en unos chalets construídos por una empresa urbanizadora del BBVA en el cinturón exterior de la localidad de Cabanillas del Campo, en Guadalajara.

Llenos de iniciativa pronto se  entablaron relaciones entre los vecinos. Muchos de ellos eran trabajadores de la cervecera Mahou y se conocían de antes.  Enseguida se organizaron comidas y fiestas en el club social. En el local multiusos del club, ocupado entonces por un bar-restaurante que nunca ha logrado funcionar, degustamos memorables patatas con jabalí, cuscus, deliciosas paellas... Fue en una de aquellas comidas donde, al terminar, una de las parejas jóvenes de nuestra calle tuvo la idea de traerse de casa el karaoke. El ambiente era estupendo y las primeras canciones empezaron a sonar... Pero en esto, apareció un grupo de jóvenes, en torno a los 17 años, de la propia urbanización (hay estadística suficiente para nutrir grupos de todas clases en una urbanización de 560 chalets). Estaban indignadísimos porque a ellos se les había prohibido realizar actividades de ese tipo en el local (hay que pensar que su escuálido nivel adquisitivo y su elevado nivel de algarabía no daba  para entusiasmar a los arrendatarios del local). Venían con la intención de boicotear la fiesta y lo consiguieron. Se discutió, se gritó, se insultó, se llegó a las manos... se derribaron algunas macetas y mesas del salón...  Fue sorprendente ver transformarse en fieras tigresas a algunas de nuestras dulces vecinas. Demostrando conocer las leyes de la calle en la más pura escuela vallecana se denfendía el derecho al karaoke haciendo ostentación, llegados al límite, de modales incluso barriobajeros.

No llegó a más la cosa, pero dejó un poso de rencor en ambas partes que, ya más sosegados, nos propusimos aliviar. A alguien se le ocurrió la idea de llevar el enfrentamiento al plano deportivo, donde podría solventarse civilizadamente el resquemor que aún caldeaba los ánimos. Así que se organizó un partido de futbol sala que tuvo lugar en las pistas de cemento del ayuntamiento situadas al lado del campo de futbol. Allí se presentaron los buenos y no tan buenos como era mi caso, además de algún fichaje "galáctico" adquirido para la ocasión por algún vecino entre sus amistades. Así que se formó una alineación de seniros contra juniors en la que los más experimentados confiaban en su experiencia para escarmentar a unos juniors que se juramentaban entre ellos para tomarse cumplida venganza humillando a aquellos treintañeros prepotentes.
El partido comenzó bien para los casados, comenzaron marcando y mantuvieron su ventaja durante buena parte del encuentro. Pero, poco a poco, las fuerzas se fueron agotando y los más jóvenes se crecían. Lograron empatar y finalmente ganaron el partido. En el bando de los casados las heridas de la batalla fueron cuantiosas: durante días los cuerpos se resintieron de los violentos giros y fintas forzando el tobillo contra el cemento de la pista. El cansancio y las agujetas no nos abandonaron hasta pasada una semana. Uno de nuestros vecinos rompió su talón de Aquiles en uno de aquellos regates. Todos oímos espanados el chasquido del tejido al romperse. La mayoría tuvimos algún grado de tendinitis. En mi cuenta particular contabilicé un esguince. En el calor del partido apenas sentimos excitación y furia, pero después...

Algo tuvo de bueno aquel encuentro. La enemistad generacional cesó y el incidente pasó a ser recordado como una anécdota simpática... menos para uno de nosotros, condenado a una larga rehabilitación de meses. Recuerdo bien aquel  partido: fue el último en que he participado y hacen ya 16 años.

1 comentario:

  1. ¡Cómo pasa el tiempo! y 16 años después todavía recuerdas aquel partidillo.
    A pesar de todo, parece que esta entrada tiene un final feliz y es que el deporte es una buena forma de relacionarse con el prójimo, aunque llegados a ciertas edades quizás hay que tomárselo de una forma más comedida.

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