Ayer día 6 de mayo, se celebró el Geolodía de este año 2012. Geolodía es una iniciativa nacida en el año 2005 con el fin de acercar la Geología al público, mostrando la riqueza natural de nuestro país, el patrimonio geológico y paleontológico o los recursos naturales geológicos, así como el papel que la Geología tiene para la sociedad y en la conservación, protección y la recuperación del medio natural. Durante el Geolodía, se organizan visitas a puntos de nuestro territorio nacional donde geólogos explican, de forma gratuita a todos los que allí se acercan, las características geológicas de nuestro territorio.
La propuesta de participar en esta actividad partió de Estrella, antigua compañera y siempre buena amiga, que me invitó a realizar la ruta geológica programada este año en la provincia de Guadalajara: una visita al patrimonio minero de Hiendelaencina, pueblo alcarreño que explotó la más importante mina de plata de Europa en su época. Uno de mis preciados fetiches, como tocado por una mágica radiación, brilló en lo más profundo de los recuerdos. Mi colección juvenil de minerales irradiaba una luz antigua desde la oscuridad del olvido: una aureola de renacido interés les envolvía. Su energía me impulsó a aceptar inmediatamente.
Así que pasamos toda la mañana asistiendo a pequeñas conferencias sobre el terreno muy esclarecedoras sobre la dinámica de los materiales geológicos, la relación del medio físico con la flora y la fauna, la explotación minera a pie de pozo en la mina Santa Catalina, el complejo proceso de extracción de la plata en la mina San Carlos y su reciente expolio, el impacto de los materiales y escombreras, recorriendo la impresionante montaña de arena formada por las balsas de lodos, aprendiendo sobre cómo el medio se transforma bajo la explotación intensiva del subsuelo... Me sentía como un joven estudiante universitario. Los profesores, profesionales y amables, se hacían cercanos alejándolos de esa imagen exótica de solitario explorador que, piqueta en mano, golpea las rocas de lejanos desiertos... Entre los monitores además: una experta en medio ambiente y un entrañable paisano de la localidad que vivió toda su vida al pie de estos pozos.
Cuando la servidumbre de seguir al grupo se acabó (a eso de las 3 de la tarde) pude dedicar unos momentos a rebuscar por las escombreras con la avidez del buscador de tesoros y el anhelo de encontrar un trozo de roca con inclusiones de algún sulfuro de plata... Ilusiones vanas, apenas pude encontrar un trozo de cuarcita con minúsculos cristales plateados (que bien pudieran ser mica). Me conformé con los más plebeyos (pero más representativos paras el uso escolar): algún esquisto, un pedazo de gneis, varias cuarcitas amalgamadas con mineral de hierro... pero todo ello me devolvía la ilusión de la niñez cuando empecé a coleccionar minerales a partir de búsqueda propia, donaciones e incluso compras (esto último casi heroico dada la escasez de mis propinas).
Pocos días antes había tenido que explicar a dos de mis alumnos los tipos de rocas y, con afán didáctico, hice una pequeña excursión en pleno puente de mayo y casi lloviendo al viaducto sobre el Cigüela, cerca de Palomares del Campo donde pasaba esos días, para obtener unos buenos ejemplares de yeso cristalizado (speculum para los romanos o espejuelo para los lugareños), así como algunos nódulos de sílex (la prehistoria era el siguiente tema de Ciencias Sociales). En otra excursión anterior a la Sierra Norte de Madrid llené también mi mochila con granitos, pizarras, esquistos, cuarzos... Parecía estar volviendo a la fiebre coleccionista de mi niñez.
Mi completa y personalísima colección de minerales y fósiles acabó en Torres de la Alameda. Fue una donación al colegio que, supongo, alguien habrá sabido aprovechar. Y es que cada mineral, cada fósil, encerraba dentro una pequeña historia geológica del planeta y otra pequeña historia biológica personal.
Allí quedó, por ejemplo, una estalactita arrancada, de entre las pocas que quedaban ya, de una de las cuevas de Atapuerca (en el año 1978 y anteriores las ahora famosas cuevas de esa pequeña sierra eran visitadas y expoliadas sin impedimento alguno, en el techo de las grutas más visitadas apenas quedaba algún estalactita "sin capar"). Estaba también un frasco con auténtico petróleo del Páramo de la Lora, en Burgos, que yo mismo llené desde el enorme charco negruzco al pie del balancín de la bomba de extracción. Destacaba entre ellos un pedazo de cuarcita con una galena bellísima que se fragmentaba en cubos plateados al golpearla; fue conseguida a mis quince años, tras una dura marcha desde el campamento en la Sierra de Gredos, en el trayecto desde Navalguijo a la Laguna de los Caballeros, poco después de pasadas las espectaculares chorreras del arroyo del mismo nombre. De la sierra de Gredos eran también unos hermosos ejemplares de biotita y unos fascinantes cristales de cuarzo con sus prismas y pirámides exagonales cual columnas transparentes surgiendo anárquicas de la roca... Y el pesado trozo de cinabrio de Almadén con su raya roja como la sangre y la increíble sorpresa de descubrir en el interior minúsculas gotas de mercurio nativo que admiramos un día al romperse. También tenía su casilla la limonita encontrada rebuscando quién sabe donde, el oligisto, transparentes láminas de mica... Pequeñas muestras compradas o adquiridas mediante canje a compañeros de calcopirita, pirita de hierro, olivino, aragonito,mármol, talco... Hasta más de 50 piezas, cada una con su historia, se acumulaban en aquella caja. Y todas ellas etiquetadas con su letra infantil y desgarbada.
Estaban también los fósiles, aún más preciados por ser recuerdo de algo vivo que provocaba en la imaginación una película de mares, fondos marinos, selvas cuaternarias... Trozos de árbol fosilizado de Castrillo de la Reina en Burgos, pequeños troncos cristalizados, trilobites, amonites, erizos, hermosos nautilus prehistóricos... Abundaban numerosos conglomerados de caracolillos y conchas... Destacaban las grises pizarras de arcillas con estampaciones vegetales, las hojas en ellas parecían perfectamente pegadas como un herbario de piedra. Las carreteras en construcción en los alrededores de Arca, en Cuenca, ofrecían este tipo de recompensas a los espíritus geológicos inquietos...
Cada piedra una historia. Desde su rincón, en algún oscuro almacén, quizás en algún vertedero, esas piedras -amuletos de mi vida- irradian su energía hasta comulgar de nuevo con mi espíritu aventurero y curioso. Yo las rescato del pozo del olvido en éste, su día dedicado.


Miguel dice: ¡Como qué! ¿Te desprendiste de la colección de minerales? ¡Que desprendimiento! Si sé algo de minerales es de ver y contrastar esa colecciòn tuya. ¡Que le vamos a hacer! Quizás alguien descubra su vocación geológica complenplando y manoseando esos pedruscos.
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