viernes, 3 de agosto de 2012

Carta para el pequeño Adrián


Hola, pequeño Adrián.

Cuando leas esta carta serás un niño de 5 ó 6 años, no como ahora que pareces un pequeño playmobil flotado en una cápsula espacial semejando un diminuto astronauta que nos saluda con sus pequeñas manitas desde la ecografía, mientras te miramos embobados. Para ese tiempo ya sabrás leer y entenderás lo que te digo. Sabrás, seguro, muchas más cosas: estoy convencido de que ya chapurreas varios idiomas (no puede ser de otro modo con los padres políglotas que tienes), desarmarás y montarás tus pequeños juguetes ante la mirada divertida y precavida de tu padre (que sabe de curiosidades y peligros infantiles) y harás buenas migas con tus compañeros de guardería gracias a esa extraordinaria habilidad que heredaste de tu madre para estas cosas...

Quería decirte que estuve en tu casa cuando aún te faltaban cinco meses para cumplir 0 años. Tu tía Charo y yo aparecimos por allí al final de un caluroso mes de julio; tan caluroso que para llegar tuvimos que atravesar la frontera con Francia entre humo y contemplando apesadumbrados las tierras calcinadas por un pavoroso incendio. El calor en estas tierras del sur vuelve la vegetación inflamable, pues la madera seca (esto me lo enseñó tu padre) desprende etanol y el aire se emborracha de vapores incendiarios. Justo cuando nos tenían retenidos allí, en un lugar llamado La Jonquera, se reavivaron los rescoldos de aquellos fuegos y la gente se puso muy nerviosa... muchos habían oído las noticias sobre varios muertos al huir del incendio en la carretera...Varias horas de autopista después pasamos del sofocante calor al sur de los Pirineos, casi africano, a la tibieza de la verde Suiza; tan verde que, durante diez días, olvidamos los ocres y amarillos de nuestra España natal .

Llegamos allí un poco por casualidad... Tus padres nos habían invitado y, en un pronto desacostumbrado, tu tía Charo aceptó la invitación. Incluso antes pasamos por Cunit a saludar a tus abuelos y a la tía Bego, que se portaron estupendamente (y ya van dos veces) con nosotros. También vimos a tu tía Nuria, tu tío Andrea y a tu sobrino David; les sorprendimos en la playa relajándose un rato. En la cena, contra pronóstico de David, triunfó la cazuela de pescados de tu abuela contra la pizza: España 1, Italia 0. Lo siento por Andrea por la doble derrota (futbolística y gastronómica) que sufre su país en las últimas semanas.

Llegamos a tu casa guiados por la minúscula pantalla de un viejo móvil cargado con los mapas de Google, que eran gratuítos (la crisis manda). Pese a su tamaño diminuto funcionó bastante bien y nos llevó hasta la misma puerta. ¡Qué casa, Adrián: toda una casa de relojero suizo de renombre! Todos en Les Brenets conocen el edificio. La sólida construcción albergaba curiosidades y misterios. Su piedra de arenisca no es la típica caliza del lugar, tuvieron que traerla de canteras lejanas. Unos techos altos, como hechos a propósito para sosegar a tu madre de su molesta claustrofobia. Suelos de madera encajados en marquetería… Enterrados bajo el entarimado se esconden, como diminutos tesoros, pequeños zafiros escurridos de entre las precisas maquinarias de los relojes que fabricaba allí mismo su anterior dueño. En los pisos superiores vivían misteriosos personajes de extrañas costumbres, como surgidos de las mil y una noches, pero sin el encanto y refinamiento de aquellos. Fieros guardianes caninos nos acecharon cada día desde la terraza superior: ladridos y babas contra los vecinos alquilados en ese insólito oasis magrebí.

Tu pades salieron a recibirnos con los brazos abiertos y la sonrisa en la cara: ¡Qué buenos anfitriones fueron, Adrián!. Enseguida nos prepararon un relajante baño de burbujas en el "petit spa" portátil que se habían procurado para la bañera. Y después, durante 10 días, todo fueron amabilidades y cuidados. ¡Fíjate, Adrián, cambiaron el inglés, su idioma habitual para comunicarse, por el castellano, aguantando (tu padre sobre todo) la incansable charla de Charo y de tu madre y la, en menor medida, aburrida y seria charla de Jesús. Pocos, muy pocas personas, he encontrado con esa capacidad para escuchar tan pacientemente...

La verdad, Adrián, es que tuviste a tu madre bastante alterada estos días: castigabas sus mínimos excesos jugando como pequeño alquimista con sus hormonas provocándole ora cansancio, ora mal cuerpo, ora vómitos… estaba claro que la querías toda para ti. Así que, la pobre, se reconcomía de no poder acompañarnos, ni probar las delicias culinarias que preparábamos... Menos mal que tu padre (tienes un padre que es una lima, te lo digo yo), daba cuenta alegremente de todos los pecados dietéticos con que le tentábamos (luego vendrá la penitencia, le advertía tu madre).

Fue de admirar, en todos estos días, la alegría con que tu papá iba a trabajar (era el único que lo hacía y estaba fuera casi 12 horas cada jornada) y la manera en que hablaba de su trabajo, se notaba que le gustaba, ¿sabes? yo también hubiera querido ser un ingeniero ingenioso como él; es una de mis pequeñas frustraciones como no tocar un instrumento o no saber hablar en varios idiomas... curiosamente tus padres tienen todo esto y eso me daba un poquito de envidia... sólo un poquito, porque tengo otras cualidades ¡pero es que lo quiero todo! (Como mi sobrino Rubén que se pedía el kiosco entero cuando iba a comprar chuches. ¿Tú haces lo mismo ahora?).

En esa semana programada, que fue a más gracias a la insistencia de tus papás, tuvimos ocasión de conocer ese gran país que es Suiza. Tú ya hacías viajes por todo el territorio dentro de tu madre que guiaba su potente automóvil con la seguridad que da haber cogido el coche desde los catorce años y tener un padre conductor de autoescuela. El acceso a tu pueblo, embocado por dos enormes túneles que fueron en tiempos la puerta de la libertad para aquellos europeos que huían de los nacis, llegó a sernos familiar después de recorrerlos a diario varias veces. Suiza es un país de perfiles acusados. En su mayor parte no existe el horizonte pues las montañas se interponen continuamente dando la impresión de estar circulando eternamente por el fondo de un valle. Toda la gama de os verdes se conjuga en el paisaje: desde de las franjas oscuras de los abetos y las hayas hasta los brillalntes mosaicos esmeraldas de los prados. Cada poco surgen diseminadas en las laderas casitas aisladas con sus oscuros tejados en cuña. Algo acabamos sabiendo de su construcción pues observamos durante días cómo los vecinos renovaban el suyo. De vez en cuando, salpicando los claros del bosque, las vacas suizas pastaban perezosas y, a veces, se tumbaban al atardecer alertando a los lugareños de un cambio de tiempo para el día siguiente. Por la noche, en ese cielo tan cercano que tienen estas tierras elevadas, da gusto contemplar desde la mecedora de la terraza las constelaciones y la luna llena, que nos acompañó varios días o el rápido tránsito de un satélite ruso detectado gracias al experto dominio de Ivailo de los programas de su ipad. Las ciudades allí, son pequeñas y muy cuidadas; los edificios, de pocas planas, nunca llegan a ocultar el espléndido paisaje. En el país todo está perfectamente regulado: el aparcamiento, los impuestos, los horarios, el tráfico … La comida es aceptable aunque no muy original, se nutre de productos y especialidades de los países vecinos. Los supermercados están bien surtidos pero en algunos productos falta variedad: el pescado, por ejemplo, además de carísimo es poco variado siendo las percas el producto estrella al poderse pescar en sus lagos de agua dulce. La bollería es bastante buena, parecida a la francesa (con alguna creación propia de fama internacional: el famoso bollo suizo, sin ir más lejos). El surtido de quesos es completísimo (como no podía ser menos, dada la ganadería del país) aunque no pueden resistir comparación con los españoles en los de oveja y de cabra. El vino, nos cuenta tu madre es excelente, pero no llegamos a probar vinos de la zona. Acabamos echamos de menos, con cierta nostalgia, la increíble variedad de los productos españoles aunque importamos por nuestra cuenta unos deliciosos melones de piel de sapo, antojo de tu madre, que todos los días se despachaba con una o dos rodajas deliciosas. Gran parte de los que trabajan en las principales ciudades, capitales de cantón, comen rápidamente en los parques o toman algún pequeño plato en pequeños restaurantes. Tu papá, por ejemplo, se llevaba la tartera todos los días con los restos de la cena del día anterior… Esta volvía rebañada como plato de minino.

Al pasear por las ciudades suizas de Zurich, Lausan, Geneve o Berna; uno nota, cual zahorí espoleado por la crisis, que bajo el asfalto fluye a raudales el dinero entre las cámaras acorazadas de los bancos… crujen imperceptiblemente los billetes al paso de los transeúntes por sus calles acogedoras, las amplias plazas o los cuidados jardines. Casi todo el tiempo se tienen a la vista ríos y lagos (casi pequeños mares) que pueblan su territorio generosamente. El lago de Chaullex, el lago de Les Brenets por ejemplo, discurre por el fondo del valle siendo la principal atracción turística por la belleza de sus márgenes fronterizos y la espectacular cascada de Saut du Doubs . Allí fue la primera visita organizada por tu madre, nuestra anfitriona. La realizamos sobre un barco que recorre el cauce hasta cerca de la misma disfrutando entre tanto de pequeños acantilados, bosques frondosos y descubriendo sus pequeñas cuevas, antiguos refugios de contrabandistas.

También tuvimos la ocasión de acudir de una pequeña fiesta local: En el pequeño puerto fluvial de Les Brenets se juntó toda la población para comer su famosa sopa (que probamos Ivailo y yo) y las salchichas y entrecots a la parrilla. Vino, licores locales, y fuegos artificiales fue el repertorio festivo que pudimos disfrutar antes de que reclamaras la atención de tu madre obligándonos a una temprana retirada. Nos quedamos sin ver el baile y enterarnos del misterioso incidente que convocó en el muelle a 5 dotaciones de la policía y una ambulancia, algo inaudito en la tranquila localidad. Al día siguiente, fiesta nacional, tus papás nos organizaron una visita a la turística población de Interlaken. Esta ciudad, situada entre dos hermosísimos lagos, disfruta de una espectacular vista de los Alpes. Ascendimos a una montaña cercana montados un excitante trenecito alpino, tirado por cables, que nos elevó más de medio kilómetro para poder disfrutar del magnífico paisaje y de una comida en el restaurante que, colgado en la ladera, ofrece a los comensales una comida aceptable y unas vistas asombrosas de las dos vertientes lacustres.

Y serían muchas más cosas las que podría contarte de nuestra estancia en la casa de Piaget, el famoso relojero suizo, donde residían tus padres. Una casa que quizás no llegues a conocer nunca pues tus padres quieren un espacio un más cómodo para ti, para que crezcas disfrutando de una soleada terraza y una habitación propia. Posiblemente residirás cerca de Geneve y tendrás amigos más cosmopolitas, aunque la gente montañesa de Les Brenets parecía simpática y tenías una acogedora guardería justo al otro lado de la tapia.

Quizás algún día vayamos a verte. Desearíamos que hablaras un poquito de español, pues tu tía Charo y yo somos negados para los idiomas y nos encantaría hablarte y explicarte lo bien que lo pasamos en Suiza y lo amables que fueron tus padres. Y, por supuesto, te ofreceríamos nuestra casa soleada y nuestro pequeño jardín para que juegues al fútbol, o desarmes algún juguete… te sorprendería los que guardo para hacerlo yo mismo, como el pequeño ingeniero que siempre quise ser…

Así que me despido, Adrián, pequeño sobrino; al que conocimos antes de nacer. Cuando nos volvamos a ver todos seremos un poquito mayores y habrán cambiado muchas cosas… Prometo que, entre tanto,  nos acordaremos de ti  de vez en cuando.

Jesús y Charo. 4 de agosto de 2011.

2 comentarios:

  1. No os podéis imaginar, la ilusión tan grande al recibir estas palabras..

    Es una carta preciosa, que, sin duda Adrián leerá...

    Os mandamos mil besos y por parte del pequeño Adrián un saludo con sus minúsculas manos...

    Montse & Ivailo & Adrián

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  2. Un nuevo saludo y ¡A esperar que crezca!
    Cahro y yo, tras una semana en Burgos con mis padres, viajamos urgentemente a Guadalajara pues habían ingresado al padre de Charo en el hospital como ya sabéis. Afortunadamente parece que ya se recupera y no ha sido nada grave.

    Espero que las nuevas visitantes lo pasen tan bien como nosotros... se ve mucha marcha marinera en el facebook.

    Saludos a los seis habitantes de la planta baja de la casa de Piaget, en Les Brenets.

    Charo y Jesús.

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