lunes, 27 de agosto de 2012

Placeres romanos - II



Tras una semana de calor sofocante en un pueblo de la alcarria conquense (por cierto muy  próximo a Segóbriga a donde me acerqué  pedaleando una mañana por los mismos caminos romanos que describe Teodora en su relato) , mutilados por circuntancias familiares los últimos días de vacaciones que preveíamos de playa, probamos la alternativa de regalarnos un par de días en un balneario. Elegimos uno próximo, aquí mismo, en Guadalajara. En el bonito pueblo de Trillo, con la impresionante vista de las vasijas gemelas de su central nuclear en el horizonte, nos dirigimos al antiguo balneario fundado por Carlos III. Se sabe que sus aguas ya eran utilizadas en época romana, pero es en el S. XVIII, en época de Carlos III cuando “en los tratados de las aguas termales “aparecen publicadas sus propiedades y virtudes. Éstas son conocidas desde antiguo por su utilidad para afecciones relacionadas con el sistema nervioso por su acción sedante. Se trata de aguas cloruradas sódicas, bicarbonatadas, sulfatado-cálcicas y magnésicas que emergen a una temperatura natural de 30 grados.

Nosotros acudimos allí para disfrutar relajadamente de nuestro último fin de semana vacacional. Elegimos un programa de tratamientos con el sugerente nombre de "mímate". Éste suponía el libre acceso al circuito termal (piscina activa, saunas, gimnasio, solarium) y los, para nosotros,  exóticos tratamientos de Terma Romana y Relax de lodo con Baño Termal. Unos noveles como nosotros sólo habíamos experimentado una vez el baño turco en Estambul, un baño en una piscina termal entre auténticas ruinas romanas en Pamukkale (Turquía)  y una jornada de spa (sólo piscina de hidromasajes) en Sotogrande, así que nos presentamos excitados a los tratamientos.

Ya fue una toda una sorpresa la piscina activa. Dedicamos la primera tarde a probar cada uno de sus dispositivos hidroneumáticos. Primero recorriéndolos rápidamente como un niño en el acuapark y después explorando a fondo sus posibilidades: el duro, casi violento, masaje del agua a presión del cuello de cisne, la relajante cortina de agua con una presión más leve, los pequeños puñetazos neumáticos de las camas de burbujas, los suaves besos en la piel del aire proyectado por el jacuzi...
Luego investigamos concienzudamente cada rincón de su pequeño laberinto subacuático. A lo largo de la pared del fondo se distribuían múltiples chorros de agua a presión con variada intensidad; establecidos a diversas alturas ejercían blandos masajes en las diversas partes del cuerpo: desde los pies al abdómen. Muchos bañistas pasaban largos ratos frente a un potente chorro apuntado directamente a sus barrigas propinándose un masaje contundente. Por el calibre de la tubería era mi preferido y me dirigía allí frecuentemente, no tanto para remover y amasar mi incipinete barriguilla como para, en diversos grados de contorsionismo, masajear la rodilla operada de menisco (que aún me duele y se inflama), los artríticos dedos de los pies (avasallados por un dedo gordo que los pisotea) o mis cuádriceps (ligeramente atrofiados por la fala de ejercicio) ...

La temperatura del agua, en torno a 30 grados, las luces atenuadas, los techos y paredes oscuros, los ruidos amortiguados, la ingravidez del medio acuático ...nos retrotraían al útero materno, como si de una gran placenta se tratase. Pasaba el tiempo de forma imperceptible y casi sin darnos cuenta nos llegaba la hora de la cena. Los últimos minutos éramos casi dueños absolutos del lugar y entonces uno tenía la sensación de que las potentes bombas hidráulicas y los compresores hacían un descomunal trabajo en vano para tan  pocos usuarios. ¡Qué desperdicio de energia y maquinarias para tan pocos!. Uno no puede desprenderse de su conciencia ecológica y de ahorro energético ni siqiera para relajarse.

La cena, de buffet, ofrecía abundancia de verduras y frutas, varias ofertas de pescado y carne con presentación casera y salsas algo grasas. Esa noche leí varias críticas en internet sobre ese punto y en la encuesta final de satisfacción Charo hizo mención expresa al mayor uso de la plancha frente a la sartén. Destacaba siempre la presencia de platos caseros y locales: rabo de toro, conejo al ajillo, carrillada, croquetas, salmón...  Teniendo en cuenta que parte de los usuarios correspondían al "grupo social" (jubilados, por ejemplo) estaba adecuada a las costumbres de la clientela.

El día siguiente nos presentamos a la hora indicada en el recinto de las Termas Romanas. Yo estaba intrigado por si realmente semejaba la actividad de unas termas romanas auténticas como las de Segóbriga. Intentaba recordar las diversas estancias de las termas monumentales para compararlas. En principio, carecía de palestra (patio porticado para juegos y actividades gimnásticas) y los participantes esperaban tendidos sobre unas tumbonas esperando el comienzo de nuestro turno. Primero nos hicieron pasar bajo una ducha de agua fría (pobre y rápido remedo del frigidarium) para después entrar inmediatamente en una pequeña piscina con agua caliente (caldarium)  a unos 40º. Allí permanecimos bajo luz tenue unos diez minutos. Alguien echó de menos la música, pero el calor reconfortaba el cuerpo tras el susto de la ducha. De nuevo, a la salida, otra ducha de agua (que nos pareció helada) y pasamos a la sauna seca. Quince minutos estuvimos bajo el sofoco del aire caliente chorreando sudor. Algunas de las participantes cedieron al agobio y aguantaron apenas cinco o diez minutos. Yo, más que el calor -intenso, eso sí- sufría por la difucultad de respirar y la necesidad de hacerlo por la boca, pues la nariz se me taponó casi inmediatamente. Nos animábamos mutuamente recordando que, luego, el cuerpo quedaría realmente relajado y la piel límpia de impurezas. A continuación otra ducha de contraste y pasamos a la sauna húmeda, más llevadera, donde la respiración y el sofoco eran más soportables. La sesión terminaba con una nueva ducha refrescante y la permanencia por espacio de unos quince minutos en el tepidarium o piscina templada (unos 30 ºC) donde el cuerpo quedaba finalmente sumamente relajado.  

La tarde, tras un profunda siesta, la pasamos aplicandonos intensivamente a la piscina activa, esta vez con el uso alternado de baños de sol en solarium al aire libre (que romano suena todo en los balnearios).

El último día hubimos de madrugar ligeramente. Teníamos cita para el baño de lodo a las 10:00 así que nos presentamos con algo de sueño en la cabina correspondiente. Era una sesión individual en zonas separadas por sexos. Sin audífonos me costó entender el sentido de la pequeña bolsita negra que me entregó la masajista y las instrucciones sobre sentarme en la camilla de masaje. Cuando me dejó solo unos momentos se me ocurrió abrir la bolsita y descubrí un minúsculo tanga de gasa negra con lo que deduje que debía ponérmelo. Recibí de nuevo la visita de la joven masajista sintiéndome algo ridículo de esta guisa. Ella comenzó a embadurnarme con un barro negro y caliente que extraía de un cuenco. Le pedí que me embadurnara también la cara (sigo rezando a Judas Tadeo, patrón de los imposibles, por si puede mejorarme algo esta cara que tengo). La joven mantuvo una conversación tranquilizadora para distender la posible violencia de la situación (unos minutos más y dejaría de ser violenta para pasar a ser lo contrario). Pringado completamente con el lodo negro, pasó a envolverme con un ámplio plástico arropándome a continuación con una sábana a modo de sudario. Salió dejándome así amortajado por espacio de quince minutos en los que me hubiera dormido gustoso si no fuera  porque empc a sentir picores por variada geografía de la cara. Rebozado como estaba no podía rascarme y tuve  que recurrir a poner pucheros y morros, arrugar el entrecejo, hacer buches... apenas me aliviaban pero así logré pasar esta hormigueante tortura. Por fin se   se secó el barro y cesaron algo los picores, entonces pude relajarme en la soledad de la cabina. Cuando mi profesional masajista del lodo me despojó de la doble capa eché un vistazo a mi cuerpo: lo vi negro como el de un etíope y pringaba por todas partes dejando rastros negruzcos en las sábanas extendidas a mi  paso. La amable señorita me condujo a la cabina adyacente y me ayudó a introducirme en una bañera de marmol (herencia del antiguo balneario). Allí me desprendí poco a poco del lodo adherido a mi piel y me relajé durante quince minutos. Un empleado me avisó pasado el plazo para que yo mismo me secara y vistira con mi albornoz. Parece se que este tratamiento, cumbre de la balneoterapia, se completa con un masaje relax con aceite de romero, pero la oferta "mímate" debe estar sujeta a algunos recortes, también aquí se deja sentir la crisis. Ya cubierto con el blanco albornoz pasé a la sala de relax donde me esperaba Charo, mi mujer, y otros enlodados que, ahora, tenían aspecto místico reposando en su tumbona y escuchando música con frecuencias alfa. Yo me serví un té, pues había decidido porbarlo todo... y era gratis. Quizás hubiera sido mejor un poleo... la teína es estimulante.
Completamos la mañana de nuevo con la piscina activa. Yo, por mi parte, como buen romano, me dirigí  primero al gimnasio que tenía libre acceso y nunca vimos ocupado. Allí tuve oportunidad de curiosear la variedad de apartos y máquinas que, conocidas por el cine y TV, nunca había experimentado. Las probé todas. Me sorprendió la máquina para trabajar los abductores que, en el primer movimiento, me produjo un tirón del que aún me repongo: no sabía que los tenía tan débiles. A partir de ahí elegí conjuntos de pesas más ligeros y fui progresando. Al rato se presentó el personal de mantenimiento para advertirme de que me estaba cargando los aparatos: resula que el golpeteo de descarga de las pesas, que yo creía que -por más violento- suponía un ejercicio más dinámico, acababa estropeando la máquina. Me disculpé alegando mi ignorancia y pasé a la bicicleta estática, la cinta continua, etc... Cuando me aburrí de cacharrear con los aparatos y con la camiseta empezando a empaparse de sudor me dirigí a la piscina activa a continuar jugando, esta vez en el agua. Al poco salí para probar la sauna seca de libre disposición. Aguanté quince minutos de sofoco un tanto preocupado por la soledad en que me encontraba en el  pequeño habitáculo. Tras el cristal de la puerta no divisé a tadie en todo el rato y opté por salir no fuera que me quedara encerrado... (ya había visto esa angustiosa escena en alguna película). Para refrescarme: de nuevo a la piscina.

Y esos son los placeres romanos que puede ofrecer un balneario. Hoy, un día después de terminar estas experiencias, es verdad que tengo el cuerpo relajado y lo siento descansado. No dejó de llamarme la atención la profusión de tratamientos anunciados que tenían como base alimentos: Hidratación de aceite de oliva, envolvimiento en aromas de oriente (café, cacao, canela...), tratamiento facial "Caviar Luxury", Peeling hidratante de cereales, tratamiento corporal "de pura cepa"... Me causa cierto desasosiego esta condimentación culinaria del cuerpo, me sugiere comportamientos antropofágicos. Ya de niño, me sorprendía la visión de dos rodajas de pepino sobre los ojos en las señoras o me turbaba la idea de imaginar a Cleopatra bañándose en su piscina llena de leche de burra... Tengo fírmemente grabado por la educación familiar el respeto sacrosanto a la comida. Podrán  venderme cuanto quieran los efectos antioxidantes de los polifenoles del vino, las cualidades hidratantes del aceite de oliva, las propiedades regenerativas sobre la piel del caviar... pero yo no pico: "No se juega con las cosas de comer".

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