Carta a un sobrino autocomplaciente
Querido sobrino:
Quiero enseñarte una pequeña lección de ciencias naturales que, ¡ya ves!, nunca me enseñaron a mí en la carrera ni se enseña en el colegio: se trata de la existencia de un sexto sentido.
Porque tenemos un sentido más. Uno muy curioso que crece y se desarrolla a medida que los demás se deterioran. Uno del que se carece por completo al nacer y se posee en grado sumo a las puertas de la muerte.
En base a este sentido percibimos cosas que tú ni imaginas. Adivinamos aspectos del futuro con una fiabilidad asombrosa, entendemos cosas del presente para ti incomprensibles y en el conocimiento del pasado nos hacemos expertos.
Ese sentido se llama Experiencia y no debes menospreciar su valor: es dolor de fracasos sufridos, de lecciones grabadas a fuego. Si lo que cuesta, vale; su precio es oro.
No desdeñes la memoria de la tribu, la sabiduría de los viejos, el consejo de los ancianos. Es verdad que necesitas el batacazo del primer vuelo, pero déjanos que salvemos el mayor número de plumas con las que adornas tu existencia y que te serán necesarias para el largo vuelo de la vida; no abandones lo que conseguiste con tanto esfuerzo: la armonía familiar, tus amigos, tus estudios, ese dominio de la guitarra que nos enorgullece, tu inglés... vas a necesitarlo todo mucho más que las atractivas redes sociales (¡qué fácil es caer en ellas, cuando el vuelo es primerizo!) No creas que tus alas son tan fuertes. Vuelas con pocas plumas en pos del canto de pájaros extraños. No lo fíes todo a la magia efímera del twitter, al atractivo volátil del móvil... su perfume es esencia inflamable y efímera.
Porque oyes, pero no escuchas; miras, pero no ves. Porque tienes holgada la inteligencia en distancias cortas, pero padeces la visión del topo y no alcanzas a entender la angustia de tus padres, el enfado de tus hermanos y amigos, la preocupación de tus abuelos, la inquietud de tus tíos... Porque como te ves, yo me vi. Porque todos hemos tropezado en esas piedras algunas veces, pero entonces no teníamos el sexto sentido y no las pudimos sortear...
Quizás los adultos caímos de algún pedestal donde nunca quisimos estar. Quizás somos dioses caídos. Pero los dioses caídos está más cerca de los hombres. Tienen la experiencia del fracaso de la que los Dioses omnipotentes carecen. Están vacunados contra el narcisismo y la autocomplacencia de vivir en el Olimpo.
Sobrino, te ofrezco aprender de mis caídas. Te propongo educar ese sentido inmaduro que, estoy seguro, empiezas a desarrollar. Te pido que te dejes ayudar. Porque tu falta de aprecio no ofende, pero apena; tus silencios no hieren, pero distancian; podemos ignorar tus evasivas, pero te hacen daño... Nos tienes a tu lado, aún ante el rechazo. Te apoyaremos aunque nos esquives. Sólo quisiéramos que adquirieras el sexto sentido sin tanto dolor.
Y siento echarte un nuevo jarro de agua fría, como aquel día lejano, en Pino; aunque no me hables durante años, aunque no entiendas (porque careces del sexto sentido) este gesto: ¡Espabila!
Te lo desea alguien que te quiere.
Tu tío Jesús.
No hay comentarios:
Publicar un comentario