sábado, 1 de junio de 2013

Drones


Mirar. Localizar. Alcanzar. Quizás el origen de todo está en nuestra naturaleza animal: en nuestra capacidad de locomoción, en nuestra habilidad para mover nuestro cuerpo para alcanzar nuestros objetivos. Después, en una segunda fase evolutiva conseguimos superar los límites de nuestro cuerpo tangible para alcanzar objetos alejados. Seguramente, en una sucesión de complejidad creciente, la historia de los drones se sucedió desde el lanzamiento de una piedra, siguiendo por el arrojo de una lanza, el tiro de un arco, la propulsión de un cohete de pólvora, el disparo de una bala... pequeños drones en sí mismos, pero faltos aún de capacidad para decidir, de facultad para cambiar sobre la marcha, en función de decisiones propias o guiadas a distancia. Tuvieron que llegar los cohetes teledirigidos y los vehículos no tripulados para concebir estos aparatos inteligentes que comienzan a marcar una nueva etapa en los conflictos bélicos del mundo.

Aunque la ciencia ficción ya lo había adelantado, durante nuestra juventud apenas llegábamos a vislumbrar sus posibilidades. En nuestra infancia jugábamos a conducir bolitas por laberintos inclinando soportes. En nuestra juventud jugábamos con máquinas clipper. El manejo y control de móviles aún se realizaba con procedimientos mecánicos: palancas, resortes, bandas elásticas... La llegada de las primeras máquinas interactivas, los primigenios arcades  -pese a su rusticidad-  nos resultaron fascinantes. Recuerdo aquellas anticuadas consolas en las que dos avioncitos de apenas 6 ó 7 pixels se desplazaban en vuelo intermitente sobre una pantalla fosforescente y disparaban lentos proyectiles. Eran tan simples que la nube tras las que podías esconderte consistía en una pegatina sobre la pantalla. Pasamos muchas tardes jugando en aquellos armatostes, los primeros antepasados de los drones; hoy, apenas queda alguno en los museos.

En progresión geométrica los juegos se hicieron más complejos. El hardware evolucionó a partir de entonces de forma exponencial. El sortware se desarrolló enormemente. En pocos años los juegos se hicieron más sofisticados. Apenas pasados unos años, en el servicio militar, nos entrenábamos en la "modernísima" técnica de guiar los filodirigidos (cohetes antitanques dirigidos a distancia por un fino hilo).  Treinta años después se encontraba ya en el mercado el Fligh Simulator, un programa de práctica y entrenamiento de pilotaje con una similitud del vuelo real extraordinaria. Recuerdo haber instalado el programa y descargado sus complejas instrucciones: apenas despegaba era incapaz de controlar todos aquellos parámetros. Acababa estrellado a los pocos minutos.

Años antes se empezaba a enseñar en los colegios una asignatura llamada pretecnología. Rememoro aquellos cursos pagados con dinero de nuestro bolsillo para familiarizarnos con la nueva tecnología: acudíamos a la calle Libertad, en Madrid, donde tenía su sede Acción Educativa; organización independiente dedicada a la innovación y formación del profesorado. Allí aprendimos a construir automatismos (máquinas de efectos desencadenados, llaves de cruce, motores, bombas de agua y de aire, aviones suspendidos en vuelo circular...) Recuerdo muy bien a nuestro profesor Ramón Gonzalo, un genio en ese ámbito, enseñándonos como implementar células fotoeléctricas o fotorresistencias  para controlar máquinas. Controlaba la activación con rectángulos de luz dibujados en la pantalla mediante un lenguaje de software elemental (basic o logo). Las células se situaban sobre ellos mediante ventosas. Con sus alumnos había conseguido robotizar fuentes luminosas, parques de atracciones...

Pocos años después aparecían las consolas de amstrad que usaban un lenguaje de programación BASIC. Aprovechando una operación de menisco que me dejó convaleciente por 6 meses, aprendí sus rudimentos lo suficiente como para construir algunos juegos de naves espaciales... Incluso diseñé algún algoritmo curiosos para desperdigar los trozos de una nave en explosión.

Así que el terreno para la llegada de las consolas de videojuegos estaba preparado. El atractivo de estos aparatos y su verismo fue creciendo. Hoy en día, simulan tan bien la realidad, que más de una vez he picado al creer ver un partido en la tele (resultando ser un juego de la wii al que jugaban mis sobrinos)

La tecnología de estas máquinas, tan comunes en los hogares, no dista mucho de la tecnología de los drones. Incluso sus elementos podrían llegar a formar parte de misiles balísticos (causó sensación la noticia de que Saddam Hussein había comprado 5.000 PlayStation 2 para dirigir misiles). El aspecto de teledirección ya está maduro y sobradamente probado.  Actualmente se trabaja preferentemente en mejoras de las técnicas de vuelo, el peso de los aparatos, su autonomía y su poder armamentístico. La precisión actual es casi perfecta. Los sistemas de posicionamiento y guiado por GPS son ya muy fiables. La visión y digitalización muy funcional.

Cada país se aplica ahora a construir sus propios drones. Los dispositivos de geoposicionamiento se generalizan. Los sistemas de satélites se multiplican (Se inicia en Europa el proyecto Galileo para contar con su propio sistema). EE UU apuesta por utilizar las acciones selectivas y quirúrgicas de los drones para ahorrar vidas y equipos en enfrentamientos directos. El Gran Ojo nos vigila desde el espacio. La sombra que se desplaza cerca de nosotros ya no será del buitre solitario. Como los antiguos chamanes en sus viajes alucinógenos, desde su consola alejado miles de kilómetros, alguien dirigirá el vuelo del águila escudriñando el paisaje, espiando nuestros movimientos. 

Y esto en el espacio de un puñado de años. ¿Qué nos deparará el futuro?. Nuestros hijos tendrán que vivir con una espada de Damocles sobre sus cabezas. El futuro ya está aquí. 

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