lunes, 2 de septiembre de 2013

The Warner Bros Park

Varios años llevo pasando por la carretera que conduce desde Perales del Río a San Martín de la Vega. Tras pasar La Marañosa, en las proximidades de San Martín, se divisa a lo lejos la parte superior de unas extrañas estructuras metálicas. Destaca un alta torre con un escudo en la parte superior. Se trata del emblema de la Warner Bros. El Enigma (ese es su nombre) es visible en 50 km a la redonda y es la estructura estrella de sus instalaciones con sus 115 m. de altura. No anima, la verdad, acercarse a un parque de atracciones que se vislumbra en medio de unas colinas sin apenas vegetacion, en el que asoman calvas yesosas presentando un panorama semidesértico y sin árboles. Sin embargo, al acercarnos al recinto, se aprecia el importante esfuerzo por forestar la zona y rodearla de un manto vegetal más amable. Imagino que hubo de abastecerles un buen grupo de viveros para implantar esa pequeña masa arbórea y aclimatarla. Los ejemplares debían ser ya jóvenes cuando fueron plantados aquí.

Me pregunto si lo de parque de "atracciones" no se está refiriendo realmente a "las de la gravedad", pues esa poderosa fuerza de atracción de la naturaleza es la que rige el funcionamiento de la mayoría de sus entretenimientos, y es que todas las atracciones estrellas tienen que ver, sobre todo, con esta fuerza brutal que nos impulsa contra el suelo y que deriva luego en otras fuerzas que intentan descoyuntarte mediante impulsos  centrífugos, lanzamientos verticales, complejos tirabuzones en el aire, alocados volteos, loopings vertiginosos...  Otras veces se añade a lo anterior el traqueteo de los vagones al discurrir sobre los rieles suspendidos de sospechosas estructuras de madera "pino Soria" semejantes a las construcciones de palillos que los reos suelen realizar en décadas de vacaciones obligadas (y, aparentemente, no mucho más seguras). En el Supermán, Batman o El Enigma; el cerebro se arrincona en el fondo del cráneo refugiándose en el cogote, el culo se despega del asiento durante un segundo levitando mientras caes a velocidad de vértigo imaginando la hostia que te vas a pegar, las barras protectoras te oprimen la cintura incrustando la hebilla del cinturón en el ombligo como una sello sobre el lacre, tus vísceras se alborotan al perder la ubicación original y tus extremidades son desmembradas como en un potro de tortura... También seremos marcados, como reses, en las puertas con la marca del oso Yogui condición sine quan on para poder entrar y salir del recinto. Esto se hace necesario pues no dejan pasar comida ni bebida (excepto agua) y, con los bolsillos adelgazados, no nos queda más remedio que salir a comer unos bocatas en los bordillos del aparcamiento a la sombra de los plátanos que flanquean el camino hacia la entrada. 
Diríase que un parque de atracciones es una colección excesos. Los hay acuáticos y ahí el goce consiste en dejarse arrastrar por rápidos mareantes, caer por una cascada casi vertical y zambullirse en las reposadas aguas de lagos artificiales. Es obligatorio mojarse (cuanto más mejor), y se siente una satisfacción infantil en recibir chapuzones, chorros y salpicaduras. Pero los más llamativos tienen que ver con gigantescos muelles metálicos estirados y diseñados por los ingenieros de modo que el peralte de las modernas vagonetas aplaste al espantado viajero voluntario contra el asiento impidiendo que experimente la parte final de un accidente de aviación o el instante último del descarrilamento del Alvia de Santiago.  Todo lo demás es igualito.

El paseo por el recinto es agradable, si el tiempo acompaña. Se reproducen escenarios, se adaptan (más o menos adecuadamente) atracciones a situaciones fílmicas de la productora, se puebla de personajes conocidos (en forma de estatuas, actores...) las calles y recintos. Se aprovecha, por ejemplo, las salas de acceso a la atracción de acero de Supermán, para instalar un eficaz decorado del Dayle Planet, el periódico de la ciudad de Metrópolis donde el alter ego del superhéroe trabajaba de incógnito. Es quizás la atracción más famosa con sus vehículos lanzados a más de 100 km/h; muy adecuada para sentir en propia piel el vértigo del hombre pájaro. No le va a la zaga las espirales amarillas de la Fuga de Batman que vuelcan tu cuerpo cabeza abajo hasta cinco veces en su medio kilómetro de recorrido lleno de bucles suicidas...  Las descargas de adrenalina literalmente "se huelen" (o quizá fuera otra cosa más relacionada con los sudores recientes o añejos de los afanosos clientes). Y así una atracción tras otra que se hacen a la carrera y sólo se reposa en la espera,  haciendo fila para la entrada. Si el cuerpo aguanta (y el de mis sobrinos aguantaba mucho) se pueden repetir innumerables veces, incluso consecutivas... El vuelo de Supermán lo hicieron en cinco ocasiones y estudiaron "El Enigma", 2 ó 3 (mañana y tarde, que cambian el programa del ascensor). Los adultos nos hacemos valientes por necesidad, para acompañar y animar a los retoños, pero en realidad nos colocamos con cierta desgana al final de la fila y al cabo de unas cuantas nos rendimos: nuestros estómagos empiezan a reclamar el vómito. Se agradecen entonces las atracciones de transición como los coches de choque o sentarte un buen rato a contemplar las piruetas sobre ruedas de los especialistas en el espectáculo "Loca Academia de Policía". Claro que luego volveremos con los mareos y vértigos en La Casa Embrujada... ideal para agitar el oleaje de tu  endolinfa y provocar olas de surf en el caracol. El cuerpo lleva ya mucho tiempo en alerta roja y desea visitar las numerosas instalaciones de restauración, pero los precios asustan más que las propias atracciones de "rombo" (las más fuertes, según la catalogación por iconos del parque). También resulta prohibitivos los recuerdos en forma de foto realizada  en pleno viaje. (5 euros). No queda más remedio que desechar con añoranza esa imagen de indisimulado espanto en que apareces con los dientes apretados y los ojos cerrados...

Es jueves. El parque está animado, pero no hay demasiada gente. Es extraño ver algunas parejas con niños muy pequeños: ¿Pero pueden montarse en algo las criaturas? A mitad de la jornada los adultos nos limitamos a esperar a los más jóvenes en la salida de las atracciones. Ellos, inagotables, repiten una y otra vez... Tras media hora esperando en el túnel de salida de los vuelos de Supermán y aburrido del chirriar de los raíles distingo una silueta diminuta en la lejanía que se acerca y se introduce en el túnel velozmente:
- ¿Es un avión?
- ¿Es Supermán?...
- No. No es el esperado superheroe, ni una vagoneta desprendida, ni un avión imposible. Es... ¡Un pájaro! una oscura golondrina que atraviesa vertiginosa la boca del túnel y se posa en la esquina de una gruesa viga de hierro en el techo. Allí, en un rincón apenas visible, tiene su nido de barro del que asoman cuatro polluelos hambrientos. De todo el día, me quedo con esta imagen que contemplo embelesado mientras la fotografío.

El día pasa rápido en el parque. Hacia las 10 de la noche nos encaminamos a las puertas de salida. Tenemos el cuerpo seco de adrenalina. El joven encargado de la puerta nos despide. Él también está cansado y a punto de terminar su turno. Todavía se escuchan las protestas del menor de los sobrinos: ¡Es pronto, podríamos quedarnos más tiempo!

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