lunes, 12 de agosto de 2013

Las tres violetas.

Voy a contaros, escasísimos lectores, mi metodología para escribir los artículos de este blog. La fuente de la que bebo para encontrar los contenidos que trato nacen de experiencias personales o familiares que surgen en el día a día; otras veces me inspiro en anécdotas biográficas y otras más desarrollo noticias o sucesos de la actualidad que leo en los periódicos. Cuando un tema llama mi atención lo esbozo rápidamente en un breve borrador y lo dejó reposar hasta que tengo un rato para desarrollarlo más a fondo. La opción de entradas en borrador de los blogs facilitan este procedimiento. Así que mirando las estadísticas de entradas tengo actualmente 421 entradas de las cuales están publicadas 314, 36 importadas de un blog anterior y 87 en borrador pendientes de desarrollo. Los días que la inspiración está agotada o cuando un suceso enlaza con una idea apenas esbozada en uno de los borradores elijo la entrada correspondiente y completo un artículo. Hoy, sin nada especial que tratar, he recurrido a uno de esos borradores. En este caso voy a comentar brevemente el significado de la bonita insignia que porté durante años en el juniorado y postulantado de Tuy y Salamanca. Se trata de tres humildes violetas de un precioso color morado agrupadas en un pequeño ramillete triangular. Son el símbolo de los miembros de la congregación marista y tienen por significado cada uno de los tres votos que profesan los hermanos que se acogen a ella: Pobreza, Castidad y Obediencia.
De mi paso por aspirante a la gran familia marista recuerdo lo exigente que me llegaba a parecer el cumplir esos tres preceptos. La pobreza, el desprendimiento de todo lo material que a veces adoramos, se me hacía difícil. Estaba demasiado atado a mis pequeñas posesiones y, aunque no llegaba a considerar la donación de un futuro sueldo (nunca había ganado dinero en mi corta vida y no se me hacía difícil aceptar no atesorarlo) sí me resistía a regalar esos pequeños objetos materiales con que cargamos la pesada mochila de la vida. La castidad, la virginidad ofrecida a Dios en aras de un mejor y más entregado servicio a los demás; la contemplaba como una tentación a vencer; como una heroicidad en medio de una provocadora multitud de poderosos estímulos carnales. La sublimación de los impulsos sexuales y su control (más o menos conseguido) procuraba al espíritu sentimientos de victoria y orgullo que podían ser muy gratificantes. Pero quizás fuera la obediencia la violeta más costosa de cultivar. Cumplir sin rechistar los mandatos ajenos, despojarse del sentido crítico y aceptar la autoridad indiscutible del otro atentaba contra mi naturaleza adolescente. Es por ello que todo el adoctrinamiento, todos los mensajes subliminales o simplemente directos que nos dirigían, iban en la dirección de conseguir esa obediencia ciega. No hacerlo implicaba, nos inculcaban, dejarse llevar por los terribles vicios del orgullo, la rebeldía, la soberbia, el egoísmo... Realmente te hacían sentir un miserable desagradecido, un rebelde ignorante, si te atrevías a poner en entredicho las órdenes de tus superiores. 

Dejé a tiempo aquella vida. Pude haber rehecho mi personalidad sanando las heridas en la autoestima y la sexualidad que me habían producido esta lucha floral. Sólo logré cicatrizarlas a medias. Hoy encuentro la vieja insignia de las tres violetas olvidada en un cajón y me pongo a pensar. En realidad no es tan difícil cumplir aquellos preceptos que se nos antojaban heroicos. A estas alturas de la vida uno comprende que las tres violetas de los votos maristas no tienen una naturaleza tan especial. Fuera de esta congregación, sin promesas ni votos, se llega a sufrir la pobreza: no viven mejor los parados actuales, o las familias de sueldos ajustados... por otro lado según quién controla el gasto familiar, se está supeditado también a la discreción del "hermano ecónomo" (la mujer o el marido, según casos). A la castidad (doy fe) te ves obligado muchas veces pese al contrato matrimonial y respecto a la obediencia (una protestada obediencia, pero obediencia al fin y al cabo) es una cláusula de la vida en común a partir del grupo de dos.

Así que con la insignia en las manos me parece estar renovando mis votos: Pobreza, castidad y obediencia. Hay cambiar el mundo lo suficiente para que en realidad nada cambie.

5 comentarios:

  1. Coincido con el sentimiento que expresas. Yo también escribo algunas cosas y no sé muy bien si alguien las llega a leer. Si hiciese caso a los comentarios la decepción me inundaría puesto que nadie, o casi nadie comenta. No entiendo como la gente se pasa la vida poniendo mensajitos por el móvil (por poner un ejemplo) y es incapaz de poner un pequeño comentario a un escrito muy currado. Pero bueno, es lo que hay. Seguiremos escribiendo a pesar de la escasez de lectores, o mejor dicho a los escasos comentarios porque leer sí que se lee solo basta ver como aumentan las visitas. Un saludo cordial desde un lugar de Portugal.

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  2. Leer... Leer... esa es la cuestión.
    ¡Son tan pocos los que leen...!
    La mayoría (yo me incluyo a veces) leemos unas frases breves al azar... como curioseando por una feria. Los pensamientos más elaborados y profundos no llaman tanto la atención como la noria, el tren de la bruja, los estrepitosos coches de choque... Reservamos nuestra atención para los fuegos artificiales y casi nadie presta atención a la pirotecnia de las ideas.

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  3. Estuve buscando algo para este nuevo comentario:
    "Tiene el viento variedad
    en las formas de sentir.
    Si me dices la verdad,
    ¿por qué la vas a decir?
    Verdades ¿quién quiere oír?
    Y ahora una pregunta... por si alguien se anima a responder.
    ¿quién es el autor del poema?

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  4. Hermosa estrofa que me hace pensar... y, aceptando el reto de averiguar autor, me pongo a investigar (mejos que lo haga el viejo Google...). No encuentro ese texto por ningún lado... acaso pudiera tratarse de Pessoa (el primer verso está conectado con un comentario a propósito de ese autor en un blog).
    Quizás sea del propio Manuel, pienso, más tarde...

    En fin. Voy a ver si me pongo un rato de estos a retomar las entradas que tengo el blog un poco abandonado por esto de las vacaciones...

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  5. Me quedo con tu frase: "Pienso, más tarde.."
    Pienso, pienso, pienso..
    tú no piensas nada,
    pienso muchas cosas
    por la noche,
    en la mañana.
    ESTE SÍ QUE ES MÍO.
    El otro, efectivamente era de Pessoa.

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