domingo, 24 de agosto de 2014

Cuentos de muchas mentiras: Polillita - 11: Los muebles de la casa encantada.

 Capítulo 11: Los muebles de la casa encantada.


Volando, volando; Polillita llegó a una casa en las afueras de la ciudad. Era una casa solitaria y extraña. No parecía haber nadie así que entró decidida a pasar un rato en soledad. Estaba muy triste y se acordaba mucho de su mamá. Quería decirle que le quería aunque la hubiera castigado y, por su culpa, se hubiera convertido en una polilla en una rara ciudad. La casa estaba llena de alfombras  y terciopelos rojos. Los sillones eran de madera oscura y cuero. Grandes candelabros estaban apoyados en una mesa de nogal que brillaba de lisa y encerada. Como tenía mucho sueño aterrizó en la leve montaña que hacía el cuero de un sillón y se puso a pensar en cosas bonitas. Al cabo de media hora no había encontrado nada bonito en qué pensar: se acordaba de todas las cosas increíbles que le habían sucedido desde que se durmió y se convirtió en polilla y deseaba volver a ser una niña y poder jugar con sus amigas. 
En vez de dormir sólo consiguió ponerse más triste aún y comenzó a llorar y gemir suavemente. Sus lágrimas rodaban por sus ojillos de polilla y caían en gotitas chiquititas como las de un pulverizador sobre el cuero reseco. De pronto se oyó una voz que decía irritada: 
- ¿Quién moja mi vieja piel? ¿Se me va a cuartear y pudrir con el agua y quedaré desnudo como un bebé! ¿Quién eres tú insignificante insecto?
Polillita se asustó mucho y desplegó las alas para marcharse volando pero sus patitas se habían enganchado en una de las grietas del sillón y no hizo más que aletear y darse coscorrones. Entonces ocurrió algo maravilloso: los muebles de la casa, al oír el alboroto, empezaron a moverse y andar de un lado para otro buscando el causante de semejante alboroto. Las lámparas oteaban desde el techo y las alfombras miraban debajo de los armarios. Los espejos escrutaban con su gran ojo toda la habitación, las sillas corrían a cuatro patas buscando al culpable. Por fin habló el sillón en el que estaba muy asustada Polillita: 
- ¡He atrapado a una polilla intrusa: me quería comer todos los cueros y zamparse de postre las telas de la cortina. Debemos castigarla para que aprenda!
Polilita lloraba y gritaba pero su vocecita apenas se oía entre el tumulto de las sillas al correrse, las camas al arrastrarse, las lámparas al tintinear, los golpetazos de las puertas que se abrían y cerraban nerviosas... todos los muebles hacían ruido a la vez. Entonces se fijaron en ella, llorando tan asustada, y todos dejaron de hacer ruido. Un perchero se acercó muy despacio y le ayudó a sacar la patita atrapada en el cuero. Después le pidieron que les contara porqué estaba allí, en su casa, donde nadie tenía permiso para entrar. Polillita les contó llorando sus aventuras  en la ciudad de las cosas de mentira. A los muebles de la casa misteriosa les pareció verdad; no era la primera vez que venía algún visitante de la ciudad. Le explicaron entonces que se encontraba en la casa encantada donde todos los muebles eran mágicos y tenían el poder de sacarle de allí. Así le dijeron que los que entran a través de un espejo, podían salir atravesando el espejo encantado de la casa, los que llegaron al caerse de una silla volvían al mundo normal sentándose en una silla encantada y así en todos los demás casos.
Preguntaron a Polillita cómo habían llegado hasta allí y ella les contó que todo había empezado a complicarse cuando un día que le castigó su mamá se quedó dormida en la cama y se convirtió en polilla. 
Un sillón muy viejo que llevaba muchos años en la casa encantada carraspeó y le dijo: 
- Ya sé, Polillita, cómo puedes salir de aquí y volver a tu mundo. Tú llegaste hasta aquí desde la cama de tu cuarto, cuando te quedaste dormida; ahora te has de dormir enuna delas camas de la casa encantada y mañana despertarás en tu cuarto y será la niña de siempre. 
Una cama se ofreció enseguida a dejarla dormir sobre su suave lecho. La arrulló y cantó una mágica nana para dormirla. Los demás muebles bailaron en silencio de forma muy divertida para distraerla y hacerla hasta que el sueño venció su cuerpecillo cansado. 
-¡Vamos, holgazana! ¡Ya tienes el desayuno puesto y tienes que ir al colegio! -La voz de su mamá sonó detrás de la puerta. 
Polillita (perdón, ya no era una polilla), la niña se puso muy contenta y bajó corriendo las escaleras de su cuarto porque tenía mucha hambre.

FIN 

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