Hacía más de una hora que paseaba entre la barrera de piedras alisadas que el mar amontonaba en la orilla. Se hacía dificil andar con los pies descalzos entre aquellos cantos rodados con que jugaba el mar en un eterno revoltijo de canicas, balones y pelotas pétreas. Un poco más allá la arena seca y fina quemaba bajo el sol del mediodía. Pesaban en los bolsillos de mi bañador las piedras del diámetro de monedas y grosor de fichas que recogía para construir mi propio juego de damas. Mis ojos intentaban reconocer patrones perfectos atendiendo al color, el tamaño y el grosor. Era un buen ejercicio de "brain training", pensaba. La franja donde agonizaban las olas semejaba una piscina de bolas, o una inmensa caja de lacasitos virados al negro. El botín ya me pesaba en los bolsillos del bañador y tuve que atar fuertemente el cordón del pantalón para evitar un espectáculo nudista.
Entonces la encontré. Destacaba su textura de piedra pómez delatando su naturaleza volcánica. Sólo las burbujas de gases calientes que intentan escapar de la lava incandescente producen estas huecas estructuras globulares que hacen a la roca tan liviana. El color, el oscuro color que deja la lava y que tanto me impresionó en Tynanfaya, era inconfundible: tenía en mis manos un pedazo de lava solidificada rápidamente. Y pertenecía a la lengua de lava, que en avanzadilla, había penetrado la primera en la mar, como echando infantil carrera por llegar, acalorada, al frío océano. Allí correría sobre la arena y penetrando en el agua arrastraría consigo las conchas de las orillas fundiéndose con ellas en un abrazo rugiente de burbujas y hervores de frontera. Rápidamente enfriada por el mar, endurecida, pasó a formar parte de una sólida cornisa que lamieron las olas por años incontables. Cuando el mar progresó sobre el continente fue relegada a un fondo profundo durante siglos, pero después regresó dejándola atrás expuesta a la mirada sucesiva de millones de soles. Quizás formaste milenios después formaste parte de un profundo acantilado al que el mar, en labor de zapa milenaria, derribó arrastrando sus escombros de muralla derribada. Golpeada, estrujada, hendida por eternas corrientes; fuiste partida, desmenuzada y arrastrada por ríos subacuáticos hacia costas lejanas. Quizás tu peso te hizo remontar sobre las pesadas cuarcitas viajando en primera clase por el Mediterráneo. ¿Cuánto espacio recorriste en este viaje de siglos? Quizás naciste en alguna isla mediterránea o acaso en alguna costa peninsular desgarrada de volcanes. ¡Hay tantos lugares donde se alivia la fricción de las placas continentales por estos lares! La fuerza de gigante que fue capaz de levantar las enormes montañas de los Alpes bien pudo aliviar su hemorrágica presión en cualquier punto de la costa...
Me pregunto porqué tu destino de piedra extranjera te trajo a esta sitio. casi como yo, turista accidental en una playa de Marbella, lejos de mi hogar. Hoy te recojo, piedra pequeña, guijarro humilde, piedra aventurera como yo...
¿Conoces la microrreserva volcanica de La Miñosa?
ResponderEliminarNo conozco esta reserva. He mirado en internet y sé que está cerca de Atienza, en un pueblo que se llama Miñosa y en el que abunda la andesita, piedra de origen volcánico que nos da cuenta de la formación del terreno de origen magmático.
ResponderEliminarOtra cosa curiosa en que en ella se localiza un endemismo curioso: se trata del geranio del Paular (Recuerdo un artículo en que se publicaba que fue un descubrimiento mundial de esta especie que sólo crecía allí; veo ahora que de los ejemplares existentes un 80% están en esta reserva y sólo un 20% en El Paular).
¡Hasbrá que con0cerlo!