En los cortados de piedra arenisca del barranco de la Virgen de la Hoz, siguiendo el curso del Río Gallo y al lado de la carretera; aún se alzan los pinares que proporcionaban materias primas a los "gancheros" que tan bien retrató José Luis San Pedro en "El río que nos lleva". Paseando, muy cerca del santuario del mismo nombre, encontré este pino que tuvo su infancia, como he visto muchos en el parque del Alto Tajo, acomodado en alguna pequeña grieta rocosa. El poderoso empuje de la vida, el anhelo por crecer, lo han hecho abrirse paso, literalmente a hachazos, entre el duro corazón de aquella roca madre que le albergó en su seno. No deja de admirarme la colosal batalla de los seres vivos por sobrevivir. El empuje diario, el trabajo constante que los permiten abrirse paso frente a obstáculos aparentemente insuperables. Más que el terrorífico poder de los explosivos, lo que mueve las montañas son los pequeños seres vivos empujando día a día con tesón, la lenta (pero formidable) labor de las hormigas, el lento y cansino viaje del agua sobre un lecho rocoso que, en el transcurso de una larga vida geológica asesta un hachazo descomunal a la corteza terrestre provocando un Tajo que nos asombra.
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Impresionante¡¡¡
ResponderEliminarHay veces que la realidad supera la ficción. Quién iba a pensar que el árbol se abriría paso a través del duro corazón rocoso.
La imagen da mucho para hablar y todo depende de como la queramos mirar.
-Por un lado parece que la roca se va engullendo al pino.
- Pero por otro lado, es el pertinaz pino el que abre las entrañas de la roca, como si fuera un cascanueces que se apodera del fruto que está en su interior. O también pudiera ser un bivalvo, que una vez abierto, queda indefenso ante el consumidor.
El inmenso poder de una semilla... ¿Quien puede sospechar que el pequeño piñón depositado sobre la roca acabaría abriéndola con fuerza ciclópea?
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