El luminoso platillo planeó errático sobre las colinas de los alrededores de New York y fue a estrellarse sobre unos árboles en medio de una explosión. De todas las comisarías de policías partieron coches patrulla que acordonaron rápidamente la zona. El lugar hervía de uniformados. Los corredores de footing comentaban excitados la caída. El ministro de defensa y el alcalde comunicaron poco después en rueda de prensa que, aunque la nave estaba destruida habían logrado rescatar un extraterrestre superviviente. Al cabo de unas horas las autoridades se presentaron en el centro de investigaciones biológicas para observar el análisis de este ser excepcional. El ministro se acercó a la mesa donde reposaba el alienígena rodeado del más sofisticado instrumental.
- Realmente es feo -pensó-; es el bicho más raro que podría imaginar...
Se quedó un buen rato mirando asqueado aquel ser alargado, con seis patas, con dos largos pedúnculos o antenas o brazos...¡o lo que fueran!, una cabeza chata... ¡realmente eran horribles!.
Antes de hablar con el presidente pidió toda la información biológica disponible y el dosier correspondiente a su análisis cerebral.
El presidente no salía de su asombro: todos los test, pruebas de inteligencia, electroencealogramas y análisis de ondas cerebrales concluían que su CI era bajísimo, inferior a la calicación de deficiencia profunda. No podía explicarse aquellos individuos podían haber construído una nave espacial y mucho menos tripularla...
Y era lógico que no se lo explicara. El extraterrestre era un senogar pura sangre de la raza malar, esto es, en versión estraterrestre del Sistema Altair, un perro de compañía.
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