En el extremo de la espiral más alejado de las radiaciones se congregaban millares de naves cargadas de emigrantes a la espera de un milagro imposible. La velocidad de las radiaciones gamma era de 3000.000 km/s, idéntica a la de la luz; tarde o temprano, aún viajando en la nave más veloz existente serían alcanzados y morirían.
En la Cía Intergaláctica de Construcción de Naves Interestelares (CICNI) se trabajaba en cuatro turnos continuos intensivos de 6 horas cada uno para servir los apremiantes pedidos de naves rápidas.
El 12 de o ctubre de 3047 tuvo lugar el último despegue de naves humanas. La pista de lanzamiento quedó solitaria para la eternidad. Los planetas parecían guardar un temeroso silencio, siempre habían parecdio seres vivos, incluso con capacidad para hablar, por lo que la metáfora no parecía tan absurda. Las radiaciones letales acariciaban ya los contornos de la galaxia. Sobre cada una de las primitivas colonias la primera generación de robots humanoides escrutaba con sus sensores los niveles de radioactividad en el espacio: "12.400 rep/RBE y aumentando..."
Al cabo de tres meses las radiaciones gamma alcanzarían a los humanos en sus lentas naves. En las antiguas colonias algunos robots se deslizaban silenciosos por las grandes avenidas. Eran máquinas humanas; tan humanas espiritualmente que no se suicidaron por respeto a sus creadores. Durante algunas semanas aún se escucharon los mensajes enloquecidos enviados desde las naves por los pilotos humanos en agonía. Después las ondas solo radiaron un silencio de muerte.
Tristemente estos reflejos humanos, hechos metal, se dirigieron a los laboratorios, oficinas, talleres... ocuparon sus puestos dispuestos a completar la misión que se habían propuesto. Se puso en marcha el proyecto "Génesis", desarrollado poco antes de la huida masiva de toda la especie humana de su viejo hogar. En los sofisticados laboratorios estaba ya dispuesta la "sopa vital" imitando los componentes de la Tierra en su fase prebiótica. Con la meticulosidad programada en sus cerebros de sílice comenzaron a aplicar descargas eléctricas controladas sobre aquellos elementos tan ricos como inertes. Léntamente, a partir del azar de un chispazo favorable, surgió la primera molécula autorreplicante. Lentamente la vida recomenzó.
Os preguntaréis ¿lograron terminar el larguísimo experimento de la evolución? Tal vez, algún día, alguien encuentre un oxidado muñeco de metal entre los dientes de su escavadora... tal vez alguien pensará. "Tú eres uno de mis antepasados".
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