Corre, toro, salpicándole de arena;
abre un surco para lecho de la sangre:
de la carne asaetada tengo hambre
y siento sed de la linfa de sus venas.
No le asustan, negro toro, ni le apenan
tu ballet al son de hierros y calambres,
en tu carne rojas flores con estambres
se deshojan por tu piel y te envenenan.
Arremete, noble toro, resoplando
contra el paño que se dobla y se menea:
deja al diestro que se vaya confiando.
Ten paciencia que al final de la pelea,
lento el cuerpo y el acero penetrando,
tu cuerpo le atraviese y no lo crea.
¡Menuda faena poética!
ResponderEliminarCon tu permiso lo comparto en mi blog soñador.
Saludos y buen finde.
Lo mío es tuyo.
EliminarGracias por apreciarlo, Manuel.