miércoles, 3 de septiembre de 2014
Grandes historias de cosas pequeñas-6: Heliotropo solitario entre una muchedumbre de espigas
Volviendo por el camino del Molino de Arriba, poco antes de su incorporación a la carretera, a la altura de Las Puentes, me detengo a contemplar la solitaria imagen de un girasol en medio del mar de espigas que forman los campos circundantes. Estamos tan acostumbrados a lo cotidiano, tan anestesiados por la familiaridad, que no percibimos la belleza y la poesía que impregna cada rincón de la naturaleza y la singularidad de una excepción.
Veo a este aislado girasol como una metáfora de la diferencia, de la rareza en medio de lo vulgar. Este solitario heliotropo vive su vida mirando por encima de las espigadas cabezas de sus vecinos, acaso marginado por ellos. Nadie parece explicarse porqué nació allí, en medio de la uniformidad del cereal dorado. Quizá la respuesta esté en el viento, quizá la verdad la cante algún pájaro o acaso su secreto esté narrado por el chirrido de las ruedas de un tractor que pierde grano por las rendijas de su remolque; puede que algún campesino comiera algunas pipas mientras recorría sus campos... Pero allí recaló su semilla y germinó extrañada entre vecinos esbeltos, semejando un patito feo vegetal entre miríadas de vegepatos gemelos. Sólo él, en medio de la algarabía de cabezas espigadas, atiende el discurso solemne del sol. Él es el único que se resiste al viento y se guía por la luz. Su cabeza coronada reza su plegaria cada día y se inclina al atardecer meditabunda, hasta ser despertada de nuevo por el canto amarillo del gallo del amanecer.
No sé porqué (miento: lo sé muy bien) me fijo en é, en su altiva misantropía. Me recuerda demasiado a mí mismo, a mi inmensa soledad. Brilla su luz de estrella ignorada en la muchedumbre risueña del trigo: tan cercana, tan extraña...
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