El 28 de septiembre se celebra en todo el mundo el Día Internacional de las Personas Sordas. No viene mal celebrarlo y significar ese día porque esta discapacidad (la sordera) es la más invisible de todas. Dice el refrán: "Ojos que no ven, corazón que no siente" y la sordera no se ve. Nada, en la persona sorda, denota que está perdida en el mundo de los sonidos, que navega en medio una niebla de ruidos que no comprende.
Es curioso el juicio que expresan algunos matrimonios de personas sordas cuando, al concebir un hijo y ser informados por el doctor de que también heredó la sordera, afirman: "Es perfecto". Y, es verdad, que para ellos lo es: no estará privado de lenguaje (tiene el de signos para comunicarse en plano de igualdad con sus padres), ni añorará la música (pues nunca la escuchó), ni será "superior" a ninguno de ellos por poseer un sentido que, en su concepción del mundo, es poco menos que sobrenatural: "será perfecto" para un mundo de sordos. Un mundo que es posible, que puede vivirse plenamente si se mantiene al margen de una "especie extraterrestre" con poderes paranormales que les haga sentirse inferiores. El sordo es el más susceptible, el más débil y frágil socialmente: su incapacidad de comunicación convencional es total; de ahí su beligerancia, su combativa reivindicación del lenguaje de signos.
No sé si habéis pensado alguna vez en los complejísimos procesos que nuestros sistema nervioso realiza para analizar los sonidos, especialmente el habla y la música. Hasta la llegada de los potentes ordenadores actuales no fue posible sintetizar la voz o decodificar el habla. Las amplias gamas de frecuencias, la veloz secuencia de los fonemas en el habla, los infinitos matices de las voces... para hacernos una idea de la importancia del universo sonoro para nuestra especie podemos tomar como referencia la superficie de procesamiento cerebral: las áreas auditivas superan claramente a las visuales.
Poniéndole cierto humor al problema algunos intentan consolar a sus conocidos duros de oído: "Para lo que hay que oír..." les dicen, pero no comprenden que si algo no interesa a un normoyente éste puede desconectar, pero nada le impide juzgar si es el tema es de su interés o no. Los que padecen hipoacusia están "condenados" a no poder juzgarlo, siquiera.
En ocasiones, hablando con familiares de personas sordas, me cuentan que portan unos audífonos diminutos que, insertados en el conducto auditivo, apenas se notan. Yo les aconsejo que, para la próxima renovación, se olviden de la estética y los compren retroauriculares; de esos que insertan un pequeño tubo proveniente del altavoz en el interior de la oreja y dejan una pequeña cápsula colocada detrás del pabellón auditivo. Eso hará que quienes les hablen perciban sus dificultades, les hagan ser más comprensivos y se esfuercen por hacerse entender.
Y, con todo, navegando en medio de la niebla; la barca de las personas sordas logra encontrar el rumbo. Quizás no distingan la ruta entre la niebla, pero son capaces de percibir vibraciones en las olas, mensajes en el viento; quizás lean la danza de los peces, encuentren caminos a través de los sabores y olores del mar... quizás tengan "poderes paranormales" que nosotros, con nuestros cinco sentidos, no podamos imaginar.
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