viernes, 26 de septiembre de 2014

Rumanos


Te cruzas con ellos en la calle y vuelves la cabeza sorprendido por una conversación en lengua romance. Algo te suena, pero no entiendes; el rumano te resulta familiar, es el pariente más al este de los herederos del latín. Incluso el nombre "Romania" procede del nombre de la antigua capital del imperio: Roma.
Los encuentras por la vida. Yo conozco muchos de la escuela; durante muchos años ha habido 3 ó 4 en cada clase en Arganda, en Alcalá... Les has contratado a veces para chapuzas de albañilería, como asistentas por horas, como electricistas... En ocasiones les alquilaste uno de tus pisos recelando de que lo cuidaran como tú quisieras...  Los has visto en los bares, tras la barra o sirviendo en las terrazas, espabilando día a día, integrándose hasta el punto de resultar indistinguibles de los autóctonos.
No suelen gastar mucho;  prefieren relacionarse en la calle, llevar a sus hijos a los parques públicos, organizar fines de semana de barbacoa y pesca en el río Henares en concentraciones donde se cuentan por miles. Se reúnen para rezar en alguna nave de los polígonos cercanos y asisten a sus ritos ortodoxos con devoción, vestidos de fiesta, y alegrándose de encontrar compatriotas con quien compartir penas y alegrías de una vida lejos de su país.
Añoran muchas cosas de su país. Muchos sienten nostalgia por la vida rural de muchas de sus poblaciones. Echan en falta paseos a caballo, trineos, sus fiestas, sus comidas (todos suspiran por sus elaborados sarmales de repollo).
Vinieron a España por cientos de miles. En el 2012 se aproximaban al millón. Esta afluencia se vio favorecida por los sueldos más altos y la facilidad para aprender el idioma. Con a crisis ha descendido un poco su población, pero aún es la más alta entre los inmigrantes.

En los últimos diez años he conocido a muchos: Mis alumnos Cornelius, Aris, Flavius, Claudia-Julia la brillante rival durante años de mis sobrinos en el cole; María y Anca, que nos ayudaban con la plancha y en las tareas de casa, Valentín y Catalín, que nos construyeron el porche, aquellos otros que nos pintaron la casa... Nadie, en España, podía superar la oferta de sus trabajos: quizás no fueran tan profesionales pero eran, indudablemente, mucho más baratos. Y lo de la competencia profesional autóctona, a veces, un mito interesado; que también hemos hecho obras con empleados locales y resultaron chapuceras.

Personas, en fin, con las mismas aspiraciones que las demás. Quizás con un sentimiento de autosuperación superior a nosotros. Proclives a integrarse, dispuestos a participar. Salieron de su país con la esperanza y promesa de conseguir una vida mejor. Los que lo consiguieron se sienten orgullosos y, muchos deciden echar raíces acá. Los que no lo consiguieron recelan de volver. Sería duro hacerlo  con las manos vacías. Y sus hijos, el futuro, ya son del Real Madrid: unos españolitos más
para lo bueno y para lo malo.

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