Yo, que la vi por aquellos años, todavía la recuerdo y sus imágenes han acudido a mi cabeza cada vez que escuchaba las noticias sobre la expansión de la epidemia y, con mayor nitidez aún, cuando me entero de que una de las auxiliares que atendían al enfermo ha resultado infectada.
Así que, cuando oigo hablar de los poblados infectados en África y de la lucha desesperada de los voluntarios dispongo ya de algunas imágenes para horrorizarme. Cuando se habla de protocolos, he visto ya algunos de ellos en la película y soy perfectamente consciente del peligro de contagio que existe en cualquier manipulación de todo aquello que rodea al virus. Cuando hablan de cuarentenas, ingresos, aislamiento, propagación... tengo un referente que, aunque sea una recreación audiovisual ficticia se ajusta bastante a la realidad (parece que Petersen se documentó concienzudamente para filmar la película).
Ahora, quizás, la realidad supere a la fantasía. El estallido se ha iniciado en un lugar llamado mundo (sí África también está en él, aunque nunca pensaste en ella al oír esta estúpida canción). Allí la gente no tiende puentes que unen a la gente corriente; allí se les aisla, se espera a que mueran y se les incinera. ¡Sigamos bebiendo cerveza!
Pero alguien cruzó el puente. Un puente aéreo especial con una carga letal. Dos religiosos moribundos fueron catapultados a Europa para una ilusoria salvación. Quizás algún historiador debiera haber advertido a las autoridades de como se inició la propagación de la peste negra en 1937 por el mundo conocido: los mongoles catapultaban por el aire cadáveres de infectados para contagiar los habitantes de la colonia genovesa de Caffa y estos la propagaron en su huida). Ahora muchos se hacen cruces de la decisión, máxime cuando al menos uno de los afectados se había manifestado en contra de hacerlo. ¿Acaso el hospital Carlos III se ha demostrado más eficaz que los propios hospitales de campaña en Liberia? A medida que vamos conociendo más detalles de lo que ocurría en la planta aislada del Carlos III (desde ausencia de grabaciones de lo ocurrido, cursillos apresurados, falta de vigilancia en las cabinas de desinfección...), de la aplicación de los protocolos (vacaciones inmediatas, falta de seguimiento del personal, consignas poco claras sobre los síntomas de alarma como la fiebre, etc), de la información a la ciudadanía (con ruedas de prensa nefastas, imprudentes acusaciones, noticias confusas...) de la actuación de los responsables (ambulancias inapropiadas, profesionales que han de actuar por su cuenta a los que se les priva de información, descoordinación...)
Produce zozobra pensar en la posible negligencia de una auxiliar de enfermería que aún no había aprobado la oposición (¿no sería más lógico alguien con más experiencia en un caso así?); incluso puede que, por puro miedo, no se atreviera a revelar en las primeras llamadas de auxilio su sospecha de accidentada infección; pero en una situación así no debe haber cabida para un fallo humano. "Si algo puede salir mal, saldrá mal" dice la famosa Ley de Murphy.Y parece que está inspirada en un suceso ral en el que Murphy, frustrado, le echó la culpa a su asistente, diciendo: «Si esa persona tiene una forma de cometer un error, lo hará». Al igual que en el accidente del Alvia, el año pasado, hay cosas que no pueden dejarse solo en manos una sola persona.
El estallido ¡Ojalá! no será probablemente por la epidemia de ébola. El auténtico estallido será por la ira que nos produce tanta chapuza, tanta escusa, tanta mentira, tanta estupidez... esa es la verdadera epidemia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario