Javier Rodríguez, consejero de Sanidad de la Comunidad de Madrid, está estos días "algo irritado". Él área de su responsabilidad está en el candelero y afloran las consecuencias de la falta de autocrítica, los efectos de los recortes, la indignación de los profesionales, el estupor internacional ante el chapucerío "protocolario", la desconfianza de la gente que ya no se cree nada de lo que le cuentan los políticos... ¿Cómo voy a tener yo algo de culpa de esto, con lo inteligente que soy?, parece pensar. En su irritación, en su febril calentura, se despacha en declaraciones cuyo análisis no tiene desperdicio. Mi antiguo psicólogo le miraría sonriendo pues se está retratando nítidamente. Por fin, en ese gran teatro que es la política, descubrimos al gran actor en la intimidad, sin la parafernalia y la protección del atrezo, sin el apoyo entre bambalinas.
La expresión corporal, la evidente intencionalidad inculpatoria de la auxiliar Teresa Romero (la ha llamado mentirosa y tonta: "indudablemente hay unos que tienen más capacidad de aprendizaje que otros".), las expresiones de desdén ("Yo tengo la vida resuelta") y chulería ( "Para explicarle a uno cómo quitar y ponerse un traje no hace falta tener un máster"). Hace de las suposiciones pruebas: “Un alto grado de formación tendrían cuando se presentaron voluntarias. A la gente no se le obligó” y encima se queja de "acoso".
Señor Javier Rodríguez: tiene usted una calentura, un virus del alma. Puede esperar a recuperarse un poco antes de hacer declaraciones y seguir dando el pego o afronte la enfermedad: sea usted mismo y dimita.
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