jueves, 27 de noviembre de 2014

Musas out



"A veces hay que empezar a escribir así, sin ideas precocebidas, sin rumbo fijo. Iniciaremos entonces, sin darnos cuenta, un viaje apasionante, Porque dentro de nosotros mismos hay un mundo inexplorado y aventuras increíbles por descubrir. Los viajes interiores peden ser así más espectaculares que una saga intergaláctica."

En blanco. El boli sigue entre mis dedos, apoyado sobre el dígitus medius, rodando sobre la falange medial mientras es girado entre el pollex y el índex en sentidos alternos. ¿Qué escribir? Hoy tengo las musas out.
Acudo la contenido de las noticias pero ¡no soporto profundizar ahora en esta colección de vicios y miserias! Apelo a las sensaciones que provoca la dura madrugada, al odio a la tiranía del despertador, al somnoliento viaje hasta el trabajo cada día más corto a base de recortar curvas y sincronizar incorporaciones en continuo perfeccionamiento. Repaso mentalmente el día y sus quehaceres: los momentos agradables, los retos, los fracasos anunciados, las incertidumbres... Entre el casos de las ideas hace su aparición el zumbido del tínnitus. Estaba ahí, latente, camuflado. Aparece ahora y se muestra amplificado entre la maleza de los pensamientos: caos sobre caos. Lucho por encontrar un camino entre el fragor de esta selva repleta de sonidos reales e imaginarios.
Pronto me enfrentaré a la primera clase del día; clase en casa ajena, en territorio impropio, donde se alzan a veces defensas infranqueables. Uno querría trabajar tranquilamente, con las clepsidras rotas; pero trabaja a tiempo tasado.  Constreñimos la actividad ajustándola a horarios encasillados hasta los bordes. Y tabulas también los pensamientos.

Escribo desde la mesa del rincón, en los Tres Tréboles. En la cafetería del área de servicio dos hombres se enfrentan a su café inclinando la espalda sobre la barra. Miro la televisión  que nos preside en lo alto de una esquina. Por un momento me parece que es ella quién realmente me mira a mí. Me figuro que es un ojo que nos contempla mientras nos entretiene con una sucesión de imágenes aceleradas. ¿Dónde queda la pausada contemplación? ¿La relajada percepción del lento acontecer? ¿El delicado sabor del tiempo?

Consulto nervioso mi reloj; apenas me queda tiempo. En el bar de carretera el ambiente se espabila. Las conversaciones se hacen frecuentes, la cucharillas y los platos inician la cantarina percusión que precede a los desayunos, la televisión aumenta su volumen de forma misteriosa... Son las 8:55. salgo inmediatamente para realizar el último tramo hacia el trabajo.

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