martes, 26 de abril de 2016

El folio.

Un folio. 610 centímetros cuadrados de papel. Sobre el imaginario alicatado de celulosa de este folio en blanco escribo mi entrada de hoy. Y lo tengo que llenar de palabras concertadas y bien escritas; de pequeñas perlas que formen el collar de un argumento. Y no sé qué poner...

He de cumplir la promesa que me hice hace tiempo y que mantengo con más perseverancia que un diario. Tengo que llegar a mil entradas en este blog. Mil entradas que digan algo, que cuenten cosas de interés, que cuando me siente a releerlas me permitan la satisfacción de exclamar:
- ¡Jesús, muy buena! ¡Me ha gustado!. ¿Realmente escribí yo esto?

No me puedo abandonar en los momentos de vacío. Usaré, si es necesario, el vacío como argumento y lo haré de tal forma que, a los ojos de algún lector, esté lleno, que le ofrezca pequeños tesoros por los que merezca la pena seguir leyendo. He de atraparlo en la delicada red de las palabras antes que las otras redes, las poderosas y robustas redes que cubren los espacios virtuales, le atrapen en algún momento de descuido de su lábil atención.

A estas alturas del artículo ya muchos habrán  saltado hacia la enorme telaraña facebook: allí se alegrarán de encontrarse muy juntitos con sus "amigos" de la red, muy contentos de estar al lado de tantos otros; pero con el cuerpo seco, sin sangre, porque una gigantesca araña se la sorbió. Los grupos de amigos en facebook no son más que una magnífica colección de carcasas vacías diseminadas por una enorme tela trampa.

Para los que sigáis aquí, os contaré un pequeño secreto. No voy a usar una imagen poderosa; no pondré emoticono alguno que pinte emoción donde, acaso, ni se perciba; no insertaré un video impactante que te atraiga, no colgaré en tu muro la noticia... solo para tus ojos y los míos, para los que hasta aquí hemos llegado -quizás con esfuerzo- te diré cual es el secreto del buen escritor (y del buen lector, por extensión): escribir y leer, hacerlo a menudo, dedicar diariamente un rato a estas actividades. Mi referente literario, el genial Tusilata (contador de historias en samoano) Robert Louis Stevenson se propuso desde muy joven escribir unas cuartillas a diario. Al principio no conseguía gran cosa, fracasaba en su intento de redactar algo bello, bien construido, emocionante... pero perseveró y, como él mismo refiere:  "... gracias a aquellas inútiles tentativas, adquirí cierta práctica con la cadencia, la armonía, la construcción y la coordinación de las partes". He aquí pues el segundo pequeño secreto que te regalo, es un consejo: persevera. Y, como no hay dos sin tres y necesito terminar este folio, te cuento de propina otro más: no te vendas, sé fiel a ti mismo; no dejes que el desánimo, las prisas, la necesidad de éxito acabe con la frescura que hay en ti. Todo llegará a su debido tiempo. Y recuerda: siempre tendrás un lector en el escritor que eres, y este puede releerte muchas veces; te aseguro que serán siempre lecturas nuevas.

2 comentarios:

  1. Hace años, en el aniversario de la muerte de este autor, investigué sobre su vida, su forma de trabajar, sus obras... Me cayó bien desde que descubrí que escribía con muchas faltas de ortografía (pero que eso no le impidió ser un genial narrador). Me entusiasmó su viaje a la Polinesia donde le pusieron el nombre de "Tusilata" (el contador de historias)y me sorprendió que, desde joven, se propuso escribir un pliego al día practicando algún ejercicio de redacción. Él mismo nos cuena que, al principio, le costaba obtener buenos resultados pero que, con el tiempo, aprendió a utilizar estos recursos y a dominarlos con facilidad. A eso voy yo.

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  2. Hace años, en el aniversario de la muerte de este autor, investigué sobre su vida, su forma de trabajar, sus obras... Me cayó bien desde que descubrí que escribía con muchas faltas de ortografía (pero que eso no le impidió ser un genial narrador). Me entusiasmó su viaje a la Polinesia donde le pusieron el nombre de "Tusilata" (el contador de historias)y me sorprendió que, desde joven, se propuso escribir un pliego al día practicando algún ejercicio de redacción. Él mismo nos cuena que, al principio, le costaba obtener buenos resultados pero que, con el tiempo, aprendió a utilizar estos recursos y a dominarlos con facilidad. A eso voy yo.

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