miércoles, 11 de mayo de 2016

Comer, Joder, Caminar.


¡Un siglo desde su nacimiento! ¿Quién lo diría: Camilo José Cela sería hoy centenario! La fecha merece que dedique algún tiempo a escribir una entrada en su honor (o deshonor). Voy a utilizar las siglas de su nombre CJC como estructura para ello; pero, como él mismo se encargó de sugerir, las emplearé con otro significado, el que él las daba pues resumían sus tres actividades favoritas: Comer, Joder y Caminar.

Me empuja a ello la mezcla de admiración y repulsa que me inspira el personaje.

En algún punto de nuestras biografías pisamos lugares comunes. A los 15-16 años yo estudiaba en Tuy (Pontevedra). Residía en el Juniorado Marista de Tuy, en una finca llamada Lagarateira que fue propiedad de su abuelo.  CJC vivió allí algunos momentos de su infancia. Él recuerda esa época en sus escritos. Por ejemplo desde esa misma finca en la que yo he plantado algunos manzanos con mis propias manos, jugado al fútbol o merendado caquis, nísperos y uvas cogidos directamente del árbol; él compartía confidencias y aventuras con su primo:
El abuelo tenía dos huertas, la de arriba y la de abajo. La de arriba era donde estaba la casa (daquela na rúa do Rollo 1, hoxe Maristas) y la bodega y los gallineros, que eran dos. En la de abajo también había una casa y un almacén. La casa la tenía el abuelo alquida a un capitán del ejército portugués, emigrado político. El portugués tenía una noble prestancia, un hermoso bigote y un ford, parecido al de Lozano. Era monárquico “paivante”, partidario de Paiva Couceiro, y había andado a tiros en defensa de sus ideas. En la familia de mi madre, eso de que la gente tratara de propagar sus ideas corriendo la pólvora, como los moros cuando se ponen contentos, era tenido como propio de razas inferiores. Alguno de los descendientes de aquel tronco (yo, por ejemplo) heredó esa manera de pensar. El almacén, que también estaba alquilado, ardía todos los años; parece ser que eso de los seguros contra incendios, si se saben hacer las cosas con algo de discreción, es rentable, muy rentable. Como es lógico, yo ignoraba –y sigo ignorando- quién era el dueño de los fósforos y de la anual lata de petróleo.
La huerta de arriba estaba separada del cementerio por una alta tapia, toda llena de nichos por la parte de allá. De noche, subiéndose a los árboles de la huerta de arriba, podían verse los fuegos fatuos paseando por entre las tumbas, los ángeles de piedra y las cruces de hierro como fantasmas. Mi primo Manolito era muy entendido en fuegos fatuos.
- ¡Mira, mira –me decía con voz susurrante, desde los alto del cerezo-, aquel fuego fatuo debe ser Montes, el confitero, que siempre estaba hinchánodse de cañas y bartolillos!
- Ya, ya –le respondía casi sin poder respirar.
- ¡Y aquel otro, seguramente es el canónigo Freijomil, que murió de viruelas!

En 1989, estando yo impartiendo 8º de EGC (actual 2º de ESO) en Arganda del Rey, le fue concedido el Premio Nobel. Aproveché el acontecimiento para trabajar el autor con los alumnos y realizar un libro sobre el escritor. Al final, el trabajo, con más ilusión por mi parte que por mis alumnos, se plasmó en un ejemplar encuadernado por nosotros mismos con muchos recortes de prensa y algunas aportaciones propias o resúmenes de los chicos (especialmente de las chicas). Hice dos copias: una, quizás, aún se conserve en el centro, con encuadernación casera a lomo pegado, y la otra aún la guardo. La tengo ante mí. Entre otras cosas le escribimos una carta. Teníamos la vana esperanza de que nos respondiera. Pero Cela nunca fue un sentimental y, además, no creo que la leyera siquiera. La transcribo aquí:
"Nuestro querido amigo Camilo José Cela: Somos los alumnos de 8º curso del colegio público Rosalía de Castro. Llevamos un rato discutiendo la manera como deberíamos saludarte y pensando como  y qué te diremos en esta carta. Hemos pensado tutearte, creemos que no te enfadarás. Nos hace ilusión escribirte porque nos caes simpático y además has ganado el premio "gordo" (no te lo tomes a mal). Levamos una semana trabajando sobre tu persona y tu obra. Con los folios de nuestro trabajo haremos un libro para el colegio. No se nos olvida, no creas, el felicitarte por el Nobel: ¡Enhorabuena!Nos gustaría que nos contestaras pero sabemos que estás muy ocupado. Como somos de Arganda sentimos curiosidad p or saber más cosas del personaje "El Mierda" que describes en tu "Viaje a la Alcarria". ¿Puedes enviarnos algún dato más? Nos gustaría investigar sobre su atropello por nuestro tren, el llamado: "Tren de Argandaque pita más que anda"Tenemos que despedirnos. ¿Imaginas lo difícil que es escribir una carta entre dieciséis personas? Así que un saludo de toda la clase."
Firmamos todos: Pablo, Joaquín, S. caballero, Mª Eugenia, Patricia, Gema, Leonor, Raúl, Juan, Raquel, José Manuel N., Mª José, Dulce, Silvia, José Manuel E. y el profe: Jesús. 

Leí alguna vez "La familia de Pascual Duarte" allá, creo, por los años setenta, cuando estudiaba magisterio. También, por aquella época, Viaje a la Alcarria y, probablemente, La Colmena (aunque de esta última novela no estoy completamente seguro). Como su lectura era amena y sugerente me atreví incluso con sus experimentos formales: "Oficio de tinieblas" y algo de "Cristo versus Arizona". Muchos años después, viviendo yo en Guadalajara, me interesé  por su Regreso a la Alcarria y lo leí de los tres tomitos que publicó el diario El País en su momento. Vivía por entonces CJC ya en Fontanar, en compañía de Marina
Castaño. Sentía yo cierto morbo por esa boda de un señor tan mayor (con imagen de viejo verde) con una señora tan joven y guapa. Juzgué aquello probablemente como lo que era: una pulsión sexual por la carne joven y la necesidad de autoafirmarse de un enorme ego.

En Guadalajara, tan cerca de Torija donde está el "Museo del Viaje a la Alcarria" me apliqué a seguir sus pasos por algunos de los parajes más singulares del libro. Visité Torija, me llegué hasta Gárgoles de Arriba y de Abajo, paseé  por Cifuentes, caminé desde Trillo a las Tetas de Viana  (él lo hizo en carro) y superando la vaguería del maestro ascendí hasta la teta derecha, la única accesible. Allí se perdió un momento que hubiera sido memorable en su libro, pues el paisaje y las sensaciones son extraordinarias. En el segundo viaje a la Alcarria intentó alcanzar sus cimas en globo, pero el viento es caprichoso y hubo de desistir. A lo largo de estos años he recorrido muchos de los pueblos por los que transcurre su viaje y todos conservan recuerdos de su paso y placas conmemorativas.

COMER
Quizás hoy, el orondo Camilo José Cela de antaño, no aguantara ni un par de cucharadas de gachas en cualquier restaurante de Guadalajara, una provincia a la que tenía afición. Esto más bien por la edad que por la mórbida obesidad a la que era propenso; de esto último salió al paso al parecer cortándose un trozo de intestino, con lo que la ingesta sería la misma, pero la "gesta" menor.
Era muy conocida su pasión gastronómica y su afición al buen yantar. Recuerdo un anuncio de TV en que le preguntaban:  ¿"Unas Migas Don Camilo?  - Hace -respondía, con indisimulada gula-.
Cuando su mujer, Marina Castaño, le mandó los fines de semana a correr por los montes de El Pardo para hacer deporte, el obeso literato se enfundaba el chándal y las deportivas y cumpliendo órdenes de su cónyuge se iba a hacer deporte y, de paso, a ver a un guarda encargado de una manada de jabalíes que por el monte habitaban. Iba acompañado de su escolta. Pero, tras los primeros pasos, cambiaba su ruta y terminaba apareciendo en el Restaurante Asador Casa Ricardo u otros conocidos restaurantes de la zona. Allí acababa engullendo raciones de callos, lacón y caza bajo la mirada del vigilante. Acabado el festín persuadía a su fiel vigilante para que guardara el secreto bajo pena de baja laboral. Marina, su mujer, nunca se explicó su falta de apetito tras aquellas sesiones deportivas: "¿No te habrás pasado haciendo deporte?" -le decía. "No mujer, es cansado, pero...".
Alguno de sus biógrafos aseguraba que le provocaba repulsión la "coca-cola, la moqueta,  la comida basura, los que se pasean en Chándal,...". No obstante, forzado por Marina a vestir esta prenda que repudiaba evitaba pasearse con ella y acababa recalando en algún restaurante.De este modo alimentaba su cuerpo y su inspiración literaria con un buen yantar. En su despensa, contaba, siempre había un buen jamón, queso y un cuchillo.

Fue llamativa su metamorfosis corporal: de un Cela delgado, huesudo más bien, pasó con el tiempo a colgar papada y adelantar tripa. Llegó a pesar 111 kilos según confesión propia y bien pudo saberlo pues durante más de veinticinco años subía a la báscula nada más levantarse y apuntaba su peso. A medida que olvidaba la primera de sus aficiones alimentaba la segunda: abandonó los paseos, los viajes a pie y se dedicó a hacer segundos viajes "con choferesa", viajes que eran sobre todo "parada y fonda".


JODER

Según nos cuenta él mismo y su propia mujer y heredera, Marina Castaño, tuvo encuentros sexuales con innumerables mujeres. De resultas de aquellos "polvos" vinieron varios "lodos" en forma de hijos (reconocidos o no) muchos de los cuales fueron bautizados como "Camilo José".  Yo pienso, más bien, que la mayor parte de las hazañas sexuales de las que presumía el autor no eran en realidad más que "sexo oral" o, según el contexto "escrito".
Sus libros de viaje, que incluyen Viaje a la Alcarria (1948), el más célebre, y Del Miño al Bidasoa (1952), le dieron cierta fama de hombre andariego, fornicador y tragaldabas.

Es CJC el más notable recolector de términos de cuantos vocablos se rozan con el sexo. Estas expresiones fueron objeto de rigurosos estudios por su parte e incluso forman el contenido de completos diccionarios que escribió al efecto. El intento más riguroso en Lengua Castellana en este sentido le corresponde a él. Cela pretendió hacer un extenso diccionario de todas las palabras así consideradas, pero finalmente sólo pudo terminar tres volúmenes: "Serie Pis- y afines" sobre los nombres del pene, "Serie Coleo- y afines" sobre los testículos y "Voces relacionadas" donde trata de incluir otras palabras. En estas series se analizan estos términos de forma precisa desde el punto de vista lingüístico y literario, los orígenes, el uso y los significados de palabras consideradas por algunos como "malsonantes".

Hoy día se sabe que el joven Cela, el autor de "La Colmena" se autocensuró muchos párrafos en su edición por temor a no pasar la censura de  la época. Una iniciativa trata de editar la obra con todo el contenido original coincidiendo con este centenario.

En realidad nunca tuvo amores con mujer alguna (el amor y el cariño le parecían una cursilería). Él sólo se amaba a sí mismo.

CAMINAR

Cela describe su Viaje a la Alcarria como "el cuaderno de bitácora de un hombre que se aburría en la ciudad, cogió el morral y salió al campo a que no le pasase nada». Sería algo así como un escritor de blogs, pero con más profesión literaria y con la libertad que da no depender de la inmediatez. Bien se  pueden así recomponer los relatos, embellecerlos, incluso inventar lo necesario. Me gustaría comparar sus cuadernos de notas con las ediciones finales de la obra (según me consta existen ediciones facsímil en, por ejemplo, el museo del Viaje a la Alcarria de Torija, Guadalajara). Él mismo reconoce que hubo personajes de los que no escribió (por tener estos problemas con la justicia), y sucesos que le ocurrieron que calló.  

Si su declaración de intenciones al emprender el viaje a La Alcarria es cierta está claro que no pretendía escribir una obra popular, sino más bien se trataba de un ejercicio de aprendizaje. La verdad es que le salió de matrícula. Él mismo fue el primero que se sorprendió por el enorme éxito de este libro sencillo y llano que narraba las andanzas de un viajero sin rumbo ni propósito por una comarca reseca y gris de la áspera Castilla. Importantes editores se hicieron eco inmediato de su aparición y se apresuraron a incluirlo en la selectiva Colección Austral.

El caso fue que le salió, con facilidad, un personalísimo libro de viajes. De su maestría dan fe el que ni la zona, ni los personajes, ni los motivos tienen la grandiosidad que podría esperarse de un viaje. No se trata de parajes espectaculares, ni sus personajes son héroes o grandes hombres, ni tenía una finalidad comprensible a los paisanos (que siempre sospechaban intenciones ocultas en su aparente vagabundeo). Esa despreocupación por los valores que la sociedad tasa en muchos quilates le hace fijarse en pequeñas joyas que suelen pasar desapercibidas y que él pule como nadie acumulando un tesoro literario impensable. 

Aunque a mí me parece que cada libro de viajes de Cela es una cacería. No quiero dejarme engañar por el camuflaje de sus sentimientos (a veces, pura ficción, sospecho). Él va a lo suyo: a vampirizar expresiones populares, costumbres sorprendentes, sucesos vitales de los que se apropia y, eso sí, los recompone con maestría, con profesional eficacia.Y también pienso que en el resto de su obra, y de su vida, se comportó del mismo modo.

Pero estoy mirando la foto que encabeza la entrada, esa en la que le veo decidido y risueño caminando por los resecos caminos de la Alcarria y allí me reconozco. Caminar (en eso opino como él) es vivir: ayuda a pensar, a valorar el presente, a dejar atrás el pasado, a soñar el futuro...Como dijo otro escritor y gran poeta: "Caminante no hay camino, se hace camino al andar", es decir: La meta es el camino. Y eso,  por entonces,  lo sabía bien. ¿En qué momento pareció olvidarlo? 

1 comentario:

  1. Pese a su interés, a esta entrada le falta una estructura más coherente... no hubo tiempo. Tenía unas cuantas cosas que decir y otras que rellenar. Me faltó la calma y la reflexión necesaria, pero el tiempo apremiaba y guardaba muchas cosas en el tintero.

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