domingo, 30 de octubre de 2016

Una palabra y mil imágenes - 17: Posesión

Una noche, hace muchos años, cuando era aún adolescente terminé a altas horas de la madrugada de leer un libro que me tenía absorto desde el día anterior. Se trataba de "El exorcista" de William Peter Blatty, que basó su libro en un acontecimiento de 1984 del que había oído hablar en la Universidad Jesuíta de Gerogetown.

Hacia las tres de la noche cerré el libro, pero ya no pude dormir. Imaginaba mi cama moviéndose bruscamente por el cuarto y sentía la fétida y helada presencia del demonio bajo el somier esperando que alguno de mis miembros sobresaliera por los bordes. No me atreví a moverme acurrucado en el centro del colchón. Sentía mi cuerpo próximo a una inevitable

posesión.


Hay que situar mi visión de esta película en su contexto. Tenía yo diecisiete años y acababa de abandonar mis estudios religiosos en los Hermanos Maristas en Salamanca. Había cursado COU y, al haber suspendido química en junio, debía presentarme a la selectividad en septiembre. Mis antiguos hermanos maristas habían accedido a hospedarme un par de días en el postulantado para que pudiera realizar los exámenes y allí pasé una noche. Pero, acabado el examen, junto a otro compañero nos escabullimos del edificio hacia las diez de la noche y nos fuimos a ver la última sesión de esta película. 
El saltar por una ventana, el huir entre las sombras, el recorrer un par de kilómetros en la noche salmantina y entrar en la oscuridad de la sala para contemplar el catálogo de horrores de la cinta se conjuran para sentir la película de un modo especial. Cuando días después recreé la historia con la novela en las manos, como ya he contado, no pude dormir. 

Por primera vez ante una película sentí que, ante una posesión demoníaca, no podía hacer nada. Daba igual la voluntad, la bondad, la fortaleza... el demonio era invencible. Tan sólo una intervención divina en forma de exorcismo (y no siempre) podía devolverte a tu estado de persona humana. Esa horrible impotencia me pareció aterradora. Y jamás en la vida tuve tanto miedo. 

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