martes, 29 de noviembre de 2016

Una palabra y mil imágenes 27: Mar

A por el mar,
a por el mar que ya se adivina,
a por el mar,
a por el mar, promesa y semilla
de libertad,
a por el mar, a por el

 mar.



Allá por 1957, cuando yo nací, en la vecina Francia un grupo de guionistas cinéfilos empedernidos fundó un movimiento cinametográfico que llamaron "Nouvelle Vague". En el caldo de cultivo de los numerosos cineclubs galos creció aquel movimiento que postulaba la reducción al mínimo de la manipulación y la artificialidad y que resaltaba el papel del director como creador absoluto. Uno de sus directores más representativos fue Francois Troufeau al que llegué a conocer bien a través de los cineclubs patrios (y algo clandestinos) quince años más tarde, justo la edad que tendría el protagonista de nuestra película de nuestra entrada: "Los cuatrocientos golpes".

Antoine Doinel huye de una vida de penurias y, escapado de un correccional, se dirige corriendo (una carrera de de más de tres minutos de tiempo cinematográfico) hacia una playa desierta. La escena final, filmada en un memorable plano secuencia mediante un travelling de un minuto largo,  es una de las más famosas del cine. La película termina con Antonine entrando apenas en el mar y volviéndose hacia la cámara a la que mira mientras esta se acerca con el zoom para mostrar el rostro interrogante y desvalido del  protagonista ante un mar que le corta el camino.

François Truffaut, el director, volcó en esta película gran parte de sus experiencias de la infancia. El final, un final abierto que cada espectador completa a voluntad, fue tergiversado por la censura en España. Este hecho fue musicado por Luis Eduardo Aute en una de sus canciones emblemáticas "Cine, cine, cine".  Por cierto este cantautor es también el autor de la estrofa inicial que da paso a la entrada. Ambas están, en mi opinión, inspiradas en esta película imprescindible. 

Letra de Cine, cine (L. Eduardo Aute)

"Recuerdo bien
aquellos «cuatrocientos golpes» de Truffaut
y el travelling con el pequeño desertor,
Antoine Doinel,
playa a través,
buscando un mar que parecía más un paredón.
Y el happy-end
que la censura travestida en voz en off
sobrepusiera al pesimismo del autor,
nos hizo ver
que un mundo cruel
se salva con una homilía fuera del guión.

Cine, cine, cine,
más cine por favor,
que todo en la vida es cine
y los sueños,
cine son.

Al fin llegó
el día tan temido más allá del mar,
previsto por los grises de Henri Decae;
cuánta razón
tuvo el censor,
Antoine Doinel murió en su «domicilio conyugal».
Pido perdón
por confundir el cine con la realidad,
no es fácil olvidar Cahiers du cinéma,
le Mac Mahon,
eso pasó,
son olas viejas con resacas de la Nouvelle Vague."

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